¿Cuántas veces nos han dicho que la salud depende de un número en el equilibrio? Yo mismo, cuando titulé nutricionista, repití esa idea sin cuestionarla. Pesó, medió y recomendó perder peso como si el cuerpo de cada persona fuera un problema que debía corregir. Pero algo no encajaba: ¿estaba realmente ayudando a alguien a estar bien al reducir su salud a una figura?
La cuarta ola de feminismo me empujó a repensar todo. Y en esa búsqueda descubrí un enfoque que me hizo sentir, por primera vez, que estaba en el camino correcto: Salud en todos los tamaños, internacionalmente conocida como Salud en todos los tamaños (haes).
Este movimiento nació en los años sesenta como una respuesta política contra la cultura de las dietas, y hacia los noventa adoptó el nombre con el que se conoce hoy. Su mensaje es claro: la salud no puede reducirse al tamaño del cuerpo.
Lejos de promover excesos, como lo afirman sus detractores, este paradigma propone algo mucho más simple y profundo: Construya hábitos sostenibles, cuida la funcionalidad corporal, priorice la salud mental y, sobre todo, respete la diversidad corporal.
Hoy su influencia se expande por clínicas, universidades y redes sociales en todo el mundo, incluida América Latina. Aun así, continúa encontrando resistencia a aquellos que insisten en que la “salud” es sinónimo de “perder peso”.
El problema de esa visión es que confunde la probabilidad con la causa. Que las personas con cuerpos grandes aparecen con más frecuencia en ciertas estadísticas no significan que el tamaño de su cuerpo sea el culpable. Sin embargo, el sistema continúa asumiendo que una persona delgada es saludable y que una persona gorda automáticamente está enferma.
Esta lógica distorsiona los datos, retrasa el diagnóstico y, lo que es peor, condena a millones de personas a recibir tratamientos cargados de prejuicios. Es como decir que tener una piel clara causa cáncer de piel, cuando en realidad es causada por la exposición al sol, la genética y la falta de protección, entre muchos otros. Por otro lado, las personas con piel marrón también pueden tener cáncer de piel, solo que es menos probable. Lo mismo sucede con el tamaño del cuerpo: muchos factores biológicos, sociales y ambientales influyen, pero preferimos culpar al cuerpo con un indicador sin apoyo científico como el IMC.
Insistir en que la salud depende del peso tiene graves consecuencias. Alimenta directamente el aumento de los trastornos alimentarios, que hoy afecta a niñas, adolescentes, hombres, mujeres y personas no binarias, independientemente de su edad, etnia o nivel socioeconómico.
El mensaje repetido de la familia, la escuela, la publicidad y el sistema de salud, “su valor depende de su tamaño”, deja rastros profundos: culpa, miedo a comer y comportamientos extremos que ponen en riesgo la vida.
Pensemos en un ejemplo común: alguien diagnosticado con resistencia a la insulina y catalogado como “sobrepeso”. La receta habitual es perder peso con una dieta restrictiva. Puede funcionar a corto plazo, pero ¿qué sucede más tarde? Pocos se preguntan si esa persona terminó con déficit de nutrientes, si su salud mental surgió para vivir en una restricción constante, o si su cuerpo sufría con exceso de proteína.
Lo más incómodo: ¿una persona delgada con la misma condición se daría la misma indicación? Esa doble barra revela que el enfoque no es la salud, sino el tamaño del cuerpo.
Como resume el nutricionista mexicano Raquel Lobatón: “Un enfoque de salud libre de salud es más que urgente en una cultura donde el estigma duele y daña profundamente. Cuando dejamos de reducir a las personas a un número en el equilibrio y nos centramos en su bien integral, no solo abrimos la puerta a mejores resultados clínicos, sino que también devolvemos la dignidad, el respeto y la humanidad a la atención médica. “
Eso es lo que propone la salud en todos los tamaños: acompañamiento de la construcción de hábitos duraderos, mejorando la relación con los alimentos, el descanso y el cuerpo mismo. En este enfoque, nuestro tamaño del cuerpo deja de ser la obsesión central de ocupar el lugar que siempre debería tener: una consecuencia más, no un objetivo en sí mismo.