Hace días, la fórmula con la que el gobierno reemplazará el componente aleatorio del Sistema de Admisión de la Escuela (SAE) para este año, cuya solicitud fue suspendida después de un acuerdo con los legisladores de la oposición en noviembre pasado reemplazará en noviembre pasado. El objetivo de esta suspensión era permitir una larga discusión pospuesta, que la izquierda hasta ahora no había querido abrir, sobre los cambios necesarios en un sistema que, en casi 10 años de existencia, no ha cumplido su promesa de eliminar la segregación socioeconómica en la educación escolar. Y eso, además, ha mostrado importantes debilidades. Uno de los más obvios: los criterios limitados bajo los cuales las cuotas en las escuelas con sobredexanda asignan. Que el mecanismo prioritario para desempacar entre dos solicitantes es el azar no tiene sentido de las familias. Un estudiante de buen rendimiento debe tener cierta prioridad al acceder a la escuela de su elección. Eso, que es una cuestión de justicia, no sucede hoy, y fue precisamente lo que los legisladores de la oposición buscaron cambiar.
Sin embargo, el gobierno optó por una modificación cosmética que, en la práctica, mantiene las deficiencias del sistema actual. Su propuesta es ordenar a los solicitantes de un número que, en lugar de generarse aleatoriamente, se calcule a partir de la derrota del estudiante y el identificador de la escuela. En esencia, solo la base se altera para realizar el desempate, pero la lógica permanece intacta: sigue siendo un factor fuera del solicitante y desconectado de criterios como su mérito, rendimiento, su afinidad y compromiso con un determinado proyecto, sus necesidades educativas o cualquier circunstancia que requiera alguna consideración. Por lo tanto, la admisión continuará dependiendo de la suerte, solo ahora la de poseer una rutina “buena”.
En resumen, hasta ahora el gobierno no ha cumplido el compromiso comprometido. Con esto, no solo debilita la confianza y decepciona las expectativas de las familias que esperan transformaciones reales, sino que también hace un favor delgado para el sistema que tiene como objetivo preservar, al exponer sus debilidades y así profundizar su falta de legitimidad. Del mismo modo, al apostar por una respuesta superficial que solo le permite salir del camino, el gobierno cuestiona su voluntad de enfrentar las deficiencias estructurales del SAE y avanzar en la reforma que necesita.
Este año, el sistema de admisión continuará siendo una lotería. Se espera que para el siguiente cambio, al menos en parte, a través del proyecto que se procesa en el Senado y que introduce mejoras limitadas. Pero, aparentemente, tendrá que ser un gobierno futuro que asume la responsabilidad de implementar los cambios requeridos. Mientras tanto, las familias deben continuar esperando, sometiendo el futuro educativo de sus hijos a los diseños de la rueda de la fortuna.