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Columna de Álvaro Ortúzar: Derecho a la vida: la posición de Jaime Guzmán

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Toda sociedad humana está estructurada en base a reglas comúnmente aceptadas que aspiran a un orden social deseable. Decimos deseable porque ninguna organización de personas es perfecta. Las constituciones y leyes contienen órdenes que deben ser cumplidas por las autoridades o los particulares, les imponen prohibiciones o autorizan determinados actos, siempre que busquen satisfacer estos fines.

En este contexto, es indiscutible que las personas nacen libres e iguales en dignidad y derechos y que el Estado está a su servicio. La fuerza y ​​profundidad de este compromiso puede expresarse, como enseñó el profesor Enrique Evans, al decir que los seres humanos en sociedad tienen derecho a nacer, derecho a vivir y hacerlo en la plenitud de sus facultades físicas e intelectuales. A veces, sin embargo, para lograr esta satisfacción, los hombres deben sacrificar algunos de sus derechos por el bien mayor. Lo que no estamos dispuestos a hacer es permitir que las limitaciones lleguen al punto en que el derecho o la libertad terminen siendo ilusorios.

Todos sabemos que el derecho a la vida es uno de los que enfrenta posiciones profundamente disímiles. No se trata aquí de discutir si la vida comienza con la concepción y que toda forma de interrupción debe ser proscrita, sino más bien de preguntar si este derecho es absoluto, es decir, que no admite ningún tipo de limitación. Quienes profesan una fe defienden que el derecho a la vida no admite excepciones y que, por tanto, lo que se llama aborto siempre debe ser considerado un delito. ¿Se le puede atribuir a Jaime Guzmán una posición intransigente en este asunto? La respuesta es sí, pero sólo en lo que se refiere a sus propias convicciones, pero no en cuanto a imponer su efecto en la sociedad y que hubiera pretendido incorporarlo como norma constitucional. Dentro de la comisión que estudió la Constitución en su tiempo, se escuchó la voz de Guzmán apoyando -como no podía ser de otra manera- sus convicciones- y al otro lado de la mesa, la de un gran abogado, laico y tal vez incrédulo en las cosas religiosas, que Argumentó con fuerza y ​​argumentó que ninguna forma de religión podía gobernar la sociedad. Así era Jorge Ovalle Quiroz, un libertario radical, de pensamiento profundo y sabio. La discusión duró largas sesiones. Intervinieron otros sabios: Alejandro Silva Bascuñán, Gustavo Lorca. Al término de los mismos, Guzmán expresó: “La aplicación rígida de una norma moral a nivel de la sociedad trae males mayores que la tolerancia de la infracción”. Todos compartían esta conclusión. Por esta razón, la Constitución no prohibía el aborto. Y por eso es la ley la que determina, según las circunstancias, las limitaciones al derecho a la vida. Por eso, también, es que hoy existe el aborto en tres causales.

Por Álvaro Ortúzarabogado

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