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Columna de Matías Rivas: Clarice Linspector, la hechicera

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Recientemente recibí una fotografía del certificado que recibió Clarice Lispector por asistir al Primer Congreso Mundial de Brujería. Fue en Bogotá, durante el mes de agosto de 1975. Es un documento azul claro con firma timbrada. La curiosidad y la extrañeza que sentí son inherentes a la escritura de Lispector, ya que cultivó sin esfuerzo la originalidad. Leer sus ficciones o sus crónicas es adentrarse en el misterio. Su deseo recorre sus frases como una corriente que envuelve y fluye. Sintetiza su poética en pocas palabras: “Más allá del oído hay un sonido, la extremidad de la mirada un aspecto, la punta de los dedos un objeto: ahí es donde voy. La punta del lápiz, el trazo. Donde caduca un pensamiento hay una idea, en el último soplo de alegría, otra alegría, a punta de espada, la magia: hacia allá voy”.

De origen ucraniano y de familia judía, adoptó desde niña el gusto por la lectura. A los 14 años dejó la ciudad de Recife, donde vivía con sus padres, para Río de Janeiro. Estaba casada con un diplomático. Vivió convencionalmente en varios destinos, hasta que se divorció y regresó a Brasil con sus hijos. Benjamín Moser en ¿Por qué este mundo? Biografía de Clarice Lispector descubre sagazmente las fobias, manías y duplicidades de un personaje difícil, que vivió en distintas ciudades, cuyos cumplidos e intuiciones son complejos de investigar. En sus textos no hay demasiados paisajes ni gestos al colorido local. Ofrece historias cortas, descripciones de situaciones donde la percepción es más importante que la trama.

El hechizo de Lispector sobre los insectos será capturado en su novela más conocida, La pasión según GH, en el que una cucaracha desencadena en el narrador una serie de cavilaciones a través de las cuales se configura una voz. La protagonista es una artista visual que revela su angustia, su repulsión y lo que este ser insignificante provoca en su cuerpo. Es una historia inmóvil, la trama no avanza ni retrocede, sino que gira en una espiral que tiene como centro la intimidad. Muchos consideran esta obra radical como un punto de partida inusual en la literatura contemporánea. Especialmente para el estilo esquivo y sofisticado. Imprime una forma de mirar, su sintaxis le permite apropiarse sin esfuerzo de lo onírico y lo desconocido. Provoca sensaciones físicas, una mezcla de angustia y recogimiento.

Prefiero los cuentos y, sobre todo, las crónicas de Lispector a sus novelas. En las historias explora una amplia gama de situaciones a través de personajes que se sienten incómodos. Seres que se adaptan a la realidad con dolor y sin estridencias. Relata los escarceos de un ama de casa, episodios con niños, observaciones sobre el placer de la juventud, especula sobre el aburrimiento, la vejez, la desesperación y la enfermedad. Desplaza el género narrativo a la contemplación de la interioridad. La cuentista estadounidense Lorrie Moore dirá: “Lispector lee como una inteligencia inquieta que a veces se desvía hacia la histeria y luego se repliega, como desmayada; una inteligencia que se extiende al aforismo y la declaración.”

Como periodista, entregó una serie de pasajes memorables. Tenía que ganar su dinero escribiendo caricaturas para revistas y periódicos de mujeres. Mostró su agudeza: investigó la pintura de Paul Klee, la inspiración, los viajes, la sociedad, los hombres, el coraje, las influencias que tuvo, los miedos, el amor y la fragilidad. Excepcional es la crónica. miniirinho, sobre un criminal asesinado por la policía en Río de Janeiro en la década de 1960. Nunca escribió para entregar información; eso sí, para dar impresiones, comprobar dudas o referirnos a una anécdota trivial. El encuentro de todas sus colaboraciones forma un universo coherente en el que se aprecian claramente sus variaciones técnicas y su pensamiento irracionalista.

La falta de apego a la norma, el desprecio, es esencial en Lispector. Él desobedecerá descaradamente. Sus temas recurrentes son la naturaleza fragmentaria del tiempo, el yo insatisfecho y el lenguaje al servicio de la mente misma. Encontrar un espacio híbrido e inclasificable, como en el libro. Agua viva, un aluvión de imágenes que se arremolinan para diluirse y filtrarse. Disfrutar de este tipo de experiencias implica perder el control, lo cual no es un hábito fácil de encontrar. Era una mujer atrevida. Pregunta lo suficiente. A cambio, otorga un estado de conciencia, una configuración de la realidad delineada por inquietudes y fantasías.

La última entrevista que dio Clarice Lispector es feroz. Año 1977, se sentó frente a una cámara y un periodista poco antes de morir. Estaba enferma y había sufrido un accidente: se quemó al dormirse con un cigarrillo encendido. Ella responde con calma. Ella fuma. Ella desprecia las interpretaciones de su trabajo. Ella mira con fuerza y ​​tristeza. Ella es famosa y está sola. Quiere dejar clara su posición: la de un animal al acecho que se siente muerto cuando no escribe. Quizás lo más revelador de este documento es la cantidad de veces que Ella Lispector dice: “Eso es secreto. Lo siento, no voy a responder.” Entonces un silencio se forma a su alrededor. Ella recupera el aura enigmática de ella. Le oculta los secretos de hechicera. Se afirma en esa negación. Se niega a revelar lo insondable. Ella asegura que nunca hizo concesiones.”Supongo que entenderme no es cuestión de inteligencia, sino de sentimiento”, confiesa.

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