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Columna de Pablo Ortúzar: El pueblo te llama, Gabriel

Martina E. Galindez

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El proyecto constitucional elaborado por la Convención se encuentra en estado terminal. La fracción de ciudadanos que la aprueba sin reparos decrece día a día, y la suma de las opciones reformistas –“Apruebo reformar” y “Rechazo reiniciar”– constituye la abrumadora mayoría política. En otras palabras, la temida “tercera opción” -negada a capa y espada por el propio presidente Boric- es ya la verdadera ganadora del proceso, y la gran cuestión política del momento es cómo dar cauce y garantías a esa mayoría.

¿Cuál es el contenido positivo de esta tercera opción? Mirando las encuestas, básicamente se podría definir como una moderación de la desmesura de la Convención. Es decir, no parece haber mucha disconformidad respecto a los nuevos temas incorporados al texto constitucional (medio ambiente, pueblos originarios, desconcentración regional, igualdad entre los sexos), pero sí la manera descuidada y excesiva en que se tratan estos temas. tratados y asentados en la Constitución. propuesta. Del mismo modo, el ataque frontal a la forma política de la tradición republicana chilena (acabar con el Senado, politizar el Poder Judicial, crear sistemas de justicia paralelos y declarar la “plurinacionalidad” del país) ha encontrado abierta resistencia. Reacción que era de esperar frente a propuestas nacidas de microactivismos radicales monotemáticos que se apoderaron de la Convención.

Si el presidente Boric tuviera un mínimo de espíritu democrático y sentido de Estado, buscaría ansiosamente darle espacio a la opción reformista mayoritaria. Después de todo, refleja un proceso genuino de deliberación política popular. Cualquiera que observe los foros de discusión abiertos a todos encontrará muchos mensajes manipuladores y trifulcas de poca monta, como en toda campaña política, pero también verá intercambios informados de opiniones, ponderaciones de riesgos, consideraciones sobre los efectos institucionales de las normas aprobadas y debate. sobre cómo las prioridades nacionales interactúan con el texto convencional. Todo muy lejos de la pretensión aristocrática de las élites de la nueva izquierda, que no quieren ver en el cambio de opinión popular más que manipulación y desinformación inducida por los aparatos ideológicos del Estado (o mediáticos). Esto, hasta absurdos extremos paranoicos, como en el lamentable caso del ideólogo del Frente Amploista Carlos Ruiz Encina, quien mantuvo un análisis más o menos templado mientras su opción política parecía prosperar, pero que cayó en la madriguera del conejo de las conspiraciones setenteras CIA-Mercurial. tan pronto como quedó desvalido en las encuestas.

Desafortunadamente, el gobierno se niega a facilitar el camino reformista, insistiendo en la condescendencia aristocrática hacia la mayoría. Así, queda deliberadamente ligado a una opción minoritaria: la de la aprobación integral. Y se ha sumado a las maniobras contramayoritarias de los convencionalistas que pretenden imponer su proyecto constitucional contra viento y marea (colocando altos quórumes para cualquier reforma y estableciendo barreras, como el consentimiento indígena obligatorio, que hacen irreversibles algunas normas constitucionales impuestas). Es decir, se han sumado a la campaña de extorsión de la conciencia pública que -de mala fe y contra toda razón- declara que las únicas opciones disponibles son permanecer en la Constitución de 1980 (que no ha entrado en vigor, en rigor, durante décadas) o rendirse a los dictados de la Convención. Como si no quedara más que decidir entre dos conjuntos de “ideas muertas” (en palabras del gran sofista).

Visto de lejos, el cuadro es absurdo: tenemos un gobierno que se declara portador de una voluntad mayoritaria bloqueada desde hace décadas, pero cuya propuesta política es ignorar y tergiversar a la mayoría para forzar, por la vía constitucional, una proyecto político de nicho. ¿Por qué no abrazar la voluntad mayoritaria y reconocer las amplias afinidades que tienen con ella? ¿Por qué no negociar y ofrecer garantías desde ya sobre la continuidad del proceso constitucional en caso de una -cada vez más probable y legítima- victoria del rechazo? ¿Por qué negarse a escuchar al pueblo cuando razona en el espacio público, como si la élite gobernante pensara que son los únicos con capacidad reflexiva, mientras que el resto solo puede expresar dolor o enfado rompiendo cosas y gritando en las calles? ¿Por qué no darle un inicio genuinamente democrático a esta nueva etapa en Chile, con grandes aspiraciones democráticas? ¿No cree que es mejor tomarse el tiempo necesario para elaborar un texto que aúne las lealtades recíprocas de las grandes mayorías nacionales, en lugar de imponer las estrechas obsesiones de un puñado de excéntricos? ¿Por qué no reconocer que el proceso ha ido generando una voluntad popular reconocible, aunque no sea la esperada?

Es claro que los ocupantes de La Moneda la están pasando mal con su apoyo popular en picada. Sin embargo, la respuesta a sus esfuerzos es mucho más fácil y honesta que todas las engañosas manipulaciones que, como castillos de arena frente al mar, construyen para ser barridos al momento siguiente. A veces es bueno escuchar a la gente. ¿No fue eso lo que exigiste, con gran garbo, del anterior ocupante del palacio donde ahora sufres? Soltar el lastre de la Convención, acordar reformas sociales urgentes con las demás fuerzas políticas y garantizar mantener abierto el proceso constituyente hasta tener un texto que convierta en letras el 80% del aporte. Déjate de la obsesión hedonista de querer hacer historia a tu manera, y verás que la historia te hará mejor.

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