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Columna: “Integridad: de los dichos a los hechos”

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La colusión entre las transnacionales Indura y Linde denunciado por la Fiscalía Nacional Económica, y que habría tenido como consecuencia licitaciones más costosas para el sector hospitalario en plena pandemia no solo es un hecho gravísimo e inaceptable que vulnera la ley y tiene un impacto directo en el bienestar de las personas sino que es una evidencia más de una seguidilla de delitos cometidos por personas o grupo de personas que utilizan sus cargos, privados o públicos, para engañar al mercado y defraudar la confianza pública en su propio beneficio.

Estas conductas hay que perseguirlas y castigarlas con el máximo rigor. En esto no hay dos voces, ni dos miradas: tolerancia cero con el abuso, la corrupción y la cultura de la impunidad.

Pero, la simple condena no basta. Aplicar las máximas penas que confiere la Ley es necesario, pero no suficiente.

¡No nos equivoquemos! La situación actual -que amenaza con dañar seriamente nuestras instituciones, en el pasado un activo país, y la confianza de las personas en ellas- no se soluciona solo con muy necesarias palabras de condena y una regulación estricta, moderna y ad hoc a las nuevas realidades.

El remedio requiere de algo mucho más profundo: pasar con máxima urgencia de los discursos a la acción, de los dichos a los hechos, y poner toda nuestra energía en transformar a nuestras organizaciones en instituciones cruzadas por una cultura de integridad. Una titánica tarea que nos hemos fijado como propósito en Fundación Generación Empresarial y que supone crear un clima que incentive y asegure el comportamiento íntegro.

Valdría la pena que nos preguntemos si para conseguir nuestros objetivos, ¿estamos privilegiando el atajo, el camino fácil y transitamos por la cornisa de lo permitido o incluso vamos más allá? O, por el contrario, ¿nos guían principios y valores de integridad para hacer lo correcto, incluso cuando nadie está mirando? ¿Ponemos el bien común por sobre los intereses personales? La mala noticia es que -muy probablemente- la percepción de la ciudadanía sobre sus líderes se relaciona más con la primera de estas interrogantes.

Hay al menos cuatro claves para tener éxito en el objetivo de lograr organizaciones y liderazgos íntegros: a) el cambio debe ser promovido desde lo más alto (gobierno corporativo y directorios), predicando con el ejemplo, inspirando y alentando al resto a hacer lo mismo; b) capacitar de forma permanente a todos los colaboradores, reforzando las buenas prácticas y previniendo la ocurrencia de situaciones que amenazan la integridad; c) poner el acento en los valores e integrarlos a nuestro quehacer y decisiones diarias para transformarlos en hábitos; d) contar con una gobernanza, códigos de conducta y sistemas de denuncia conocidos por todos.

La integridad se ha convertido una condición mínima para la confianza, una demanda de la ciudadanía y la licencia social para operar, pero sobre todo en una ventaja competitiva fundamental en los tiempos que corren. Lo que está en juego, en definitiva, es la convivencia social. ¿Qué seguimos esperando para pasar de los dichos a los hechos?

*La autora es presidenta de la Fundación Generación Empresarial.

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