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Cómo fue el Ruido de sables de 1924 con Arturo Alessandri

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Poco antes de las dos de la madrugada del 9 de septiembre de 1924, el presidente Arturo Alessandri Palma se apuró en bajar desde su despacho hasta la capilla de La Moneda. Allí lo esperaba su familia en pleno para celebrar, contra el tiempo, la boda de su hija Marta con su novio, Arturo Scroggie. El “León de Tarapacá” había permanecido a la espera de una comunicación de la Junta Militar respecto a su renuncia a la presidencia de la República, que debía tramitar el Congreso. No había sido aceptada, y finalmente debió resignarse con el permiso de licencia para ausentarse del país por seis meses.

Tras la ceremonia y los abrazos algo apurados a los esposos, Alessandri caminó hasta la puerta de Morandé 80 que daba hacia el entonces Ministerio de Industria (el actual edificio del MOP). Durante la noche se había esparcido en la ciudad el rumor de la renuncia del presidente, lo que alentó la llegada de los curiosos a las inmediaciones del palacio. Parecía confirmarlo la seria presencia en la puerta del comisario de policía, Manuel Concha, y el convoy de mudanza que se llevó las cosas del mandatario. Hacia las 2.50 de la madrugada, no quedaba un alma.

Fue entonces, con la fría noche cerrada, que Alessandri cruzó el umbral. “Vestía de negro y de (sombrero) tongo -apuntó El Diario Ilustrado-. Llevaba al cuello una bufanda color café obscuro. En la puerta, antes de subir al auto, emocionado, dio un abrazo a su hijo Eduardo”.

Así, el “León” subió al vehículo, placa patente 3015 D, acompañado por sus hijos Jorge y Fernando, además de un par de sus amigos más cercanos, los senadores Cornelio Saavedra y Armando Jaramillo. Seguido de cerca desde otro vehículo por el eficiente comisario Concha, el auto tomó la Alameda hacia Teatinos, para luego cortar en Santa Lucía. Luego subió por Merced, hasta llegar a la Embajada de Estados Unidos en Chile, ubicada entonces frente al Parque Forestal, en el Palacio Bruna (hoy, la sede de la CNC). Alessandri arribó pasadas las 3.15 de la madrugada y fue recibido por el embajador, Mr. William Miller Collier. Ahí pasaría sus últimos días en el país antes de partir. Tenía mucho que pensar.

Palacio Bruna.

La trama que terminó con Alessandri saliendo de La Moneda en medio de la noche, también había arrancado durante la hora del crepúsculo. Fue en la noche del miércoles 3 de septiembre, cuando una centena de oficiales del ejército (en algunos medios los precisan en 111, en otros en “casi doscientos”), llegaron hasta el edificio del Congreso Nacional, por entonces emplazado en el centro de la capital y que había arrancado un nuevo período legislativo en junio, tras la elección parlamentaria de marzo de ese año. El dia anterior, un grupo más reducido, de cincuenta oficiales habían acudido de manera discreta a la sesión nocturna, pero esta vez no pasarían inadvertidos.

Vestidos de uniforme, los oficiales caminaron directamente desde el Club Militar, emplazado en un palacio de calle Agustinas, entre Claras (MacIver) y San Antonio, frente al Teatro Municipal. Una vez en el Congreso, se dirigieron hasta la sala donde funcionaba el Senado. “Llegaron en diversos grupos y subieron a las galerías porque no tenían entrada para las tribunas, donde se requiere una tarjeta especial”, precisó La Nación en su edición del jueves 4 de septiembre.

Esa noche, desde las 21.00 horas, el Senado iba a votar el proyecto de Ley de Dieta Parlamentaria, pues ya se había aprobado la clausura del debate. El texto dotaba de un pago mensual de 2.000 pesos de la época a cada diputado y senador por ejercer la función parlamentaria. Una idea que no concitó el apoyo de todos, como veremos.

Mientras los tenientes y capitanes se acomodaban en las galerías luciendo sus guerreras, el vicepresidente del Senado, Héctor Arancibia Laso, agitaba la campanilla. “En nombre de Dios, se abre la sesión. Continúa la discusión del proyecto que concede indemnización por funciones parlamentarias”.

Edificio del Congreso Nacional, en Santiago.

Pronto los militares presentes se hicieron notar. Pidió la palabra el senador por Curicó, el liberal Ladislao Errázuriz, el mismo que solo años antes como ministro de Guerra de Juan Luis Sanfuentes, decretara la movilización parcial del Ejército por una supuesta amenaza de guerra con el Perú, que no fue tal. La farsa, ocurrida en plena campaña electoral de 1920, fue conocida como “la guerra de don Ladislao”.

El acabose ocurrió tras su intervención. “Cuando el senador de Curicó, señor Errázuriz, fundó su voto negativo a la dieta, los oficiales hicieron manifestaciones de aplausos que merecieron un llamado al orden del Vicepresidente de la Cámara, señor Héctor Arancibia Laso y una conminación de hacer despejar las tribunas”, detalló La Nación.

El debate siguió por unos momentos, con intervenciones de los senadores Eduardo Opaso Letelier y Pedro del Real. Cuando este último tomó la palabra, se volvieron a escuchar murmullos desde la galería. “En los momentos en que hacía uso de la palabra el senador por Chiloé, Pedro del Real, sobre el proyecto de dieta parlamentaria, se produjo algún ruido en las galerías con motivo de que algunos oficiales las abandonaban”, informó El Mercurio el mismo jueves 4. El boletín del Senado relata: “Se producen ruidos de sables entre militares presentes en las Galerías”.

Fue entonces que tomó la palabra el senador Víctor Celis Maturana, quien fue más allá. “Yo quiero saber, señor Presidente, si estamos legislando bajo el dominio de las armas o si nos encontramos en una cámara libre de una república libre”. Luego le siguió el ministro de Justicia, señor Luis Salas Romo, presente en la sesión, quien hizo notar: “véase la cultura de los oficiales que se retiran formando ruidos con los sables y algunos de ellos con el kepí puesto”. Pero de inmediato fue increpado por Ladislao Errázuriz, lo que generó la reacción de los parlamentarios oficialistas y los ministros presentes “agitación que indujo al presidente sr Arancibia a ordenar que se despejaran tribunas y galerías”, detalló El Diario Ilustrado.

En ese momento, señala el exoficial del Ejército Raúl Aldunate Phillips en sus memorias, los oficiales volvieron a hacer sonar sus sables. “El batifondo llega a su grado máximo a los gritos de ¡Hay que sacarlos a todos!, vociferado por el Teniente Lira, del Regimiento ‘Tacna’, seguido de otros epítetos gruesos, en medio de una ensordecedora rechifla que dura por espacio de diez minutos”.

Oficiales del Ejército, hacia 1920.

El ministro de Guerra, Gaspar Mora Sotomayor, excapitán del ejército y también diputado en ejercicio (no había incompatibilidad de cargos en ese momento) fue el encargado de subir hasta la galería para impartir a los oficiales la orden de retirada. “Esta orden fue acatada por los oficiales -apunta la crónica del Diario Ilustrado-; pero como no había más que una salida y ésta era estrecha, la retirada hubo de efectuarse en forma lenta ya que se atravesaba por entre los civiles concurrentes a la sesión y produciéndose el pequeño ruido natural en estos casos”. Además, les pidió que se reunieran todos con él en el Club Militar para escuchar sus demandas.

Tras desocuparse las graderías, el incidente fue el centro de la discusión del Senado, que finalmente aprobó la Dieta. “Terció en el debate el ministro de Hacienda, señor Zañartu para protestar a su vez de la actitud que calificó de insolente de los oficiales y para aplaudir la actitud de la mesa que los hizo retirarse”, señaló el Diario Ilustrado.

Apenas salieron del edificio del Congreso, los oficiales caminaron de vuelta al Club Militar, minutos más tarde, lo hizo el ministro Mora. Ante la presencia de varios curiosos y de los reporteros de la prensa, los militares ordenaron a la portería del Club no permitir el ingreso de ningún civil o militar que no se presentara en uniforme. Mientras, comenzaba a llover sobre la capital y la gente se agolpaba en la plazoleta frente al teatro Municipal para enterarse de lo que ocurría.

En la reunión, que se extendió por algo más de una hora, los uniformados le expresaron sus motivaciones al ministro Mora. “(Dijeron que) solo han perseguido el propósito de representar respetuosamente la situación difícil en la que se encuentran, económicamente hablando, y la imperiosa necesidad de que se acuerden las leyes y reformas que el Ejército espera con vivo anhelo”, detalló La Nación. La reunión terminó a eso de la una de la madrugada, y a la salida, el ministro Mora se detuvo a conversar con los reporteros que lo esperaban en la plazoleta frente al Teatro Municipal. “En el caso actual no ha habido deliberación, sino una petición de la oficialidad a los poderes públicos para la dictación de leyes de mejoramiento”, señaló. Desde el Club Militar, el ministro Mora se pasó a la casa del presidente Arturo Alessandri en la Alameda, para avisarle de todo lo ocurrido “pero debido a que el jefe de estado se encontraba en cama, no pudo entrevistarse con él”, detalla el Diario Ilustrado.

Lo cierto es que en los comedores de los cuarteles rondaban los rumores de una acción para hacer notar la molestia de los oficiales. Por lo pronto, se estaban acumulando varios puntos de tensión que los había empujado a intervenir en la arena política. Una situación que sumó a la crisis política y social que vivía el país, que ya acumulaba años, incluso ya se había hecho notar para el primer centenario. Pero hacia los años 20, el asunto ya era crítico.

“En 1924 fue clave la crisis social y política que vivía Chile, con la continua disputa entre el presidente Alessandri y el Congreso. En el contexto inmediato, la discusión de la dieta parlamentaria fue clave para llevar a los uniformados a las sesiones a hacer su manifestación conocida como ‘ruido de sables’”, dice Alejandro San Francisco, profesor de la Universidad San Sebastián y la P. Universidad Católica de Chile.

Por su parte, la doctora en Historia y especialista en Historia contemporánea, Verónica Valdivia, señala: “En esa situación concreta, el problema era la redefinición del Estado en sus facultades en materia económica y social, como de su representación social, dejando de ser solo la expresión de la oligarquía para dar paso a un nuevo pacto social, que implicara un estado expresivo también de otros sectores e intereses de la sociedad”, dice. Por ello, es que había surgido una fuerte corriente reformista en la sociedad chilena. “Arturo Alessandri estaba entre estos reformistas, junto a obreros, segmentos medios, intelectuales, grupos políticos radicales, demócratas, comunistas, liberales doctrinarios, oficiales jóvenes de las fuerzas armadas -dice Verónica Valdivia-. El otro sector incluía a los conservadores, liberales balmacedistas, radicales de la línea de Enrique Mc Iver, el alto mando de las fuerzas armadas, reacios, no a las reformas socio-políticas en sí, sino se oponían al carácter estatalista que asumirían, el protagonismo que le reconocería al mundo popular, exigiendo introducir nuevas facultades coercitivas”.

Arturo Alessandri Palma (al centro).Biblioteca del Congreso.

Asimismo, los uniformados estaban descontentos por una serie de situaciones en su actividad profesional. “Había una molestia importante en el mundo militar, una frustración muy grande -explica René Millar Carvacho, Doctor en Historia y profesor titular adjunto del Instituto de Historia de la Pontificia Universidad Católica-. Molestia porque veía que le había prometido la clase política, desde hace bastante tiempo, que iban a mejorar sus remuneraciones, que estaban muy deprimidas. El último incremento lo habían tenido en 1920, y durante el gobierno de Alessandri, donde hubo una inflación significativa, las remuneraciones siguieron igual”.

“El otro punto es que se les había prometido el despacho de las leyes militares, que les iban a mejorar toda la movilidad dentro del escalafón. Este estaba muy mal diseñado y había muy poca movilidad para ascender en los distintos grados del ejército. Había acuerdo en la necesidad de modificarlo, pero tampoco esas leyes que estaban los proyectos en el Congreso lograron avanzar”, agrega Millar.

Pero el asunto de la dieta parlamentaria terminó por enardecer los ánimos. Pasaba que a los militares se les debían meses de sueldos, lo que obligaba a algunos oficiales incluso a no salir de los cuarteles por semanas a fin de evitar a los acreedores. Lo que sumado a la inacción frente a lo del escalafón, acabó por lanzar a los militares a la acción. “Ese tipo de problemas es lo que permite unificar al conjunto de la fuerza militar, toda vez que no se trata de algo menor -apunta Verónica Valdivia-. Los sueldos impagos abonaban el distanciamiento con las ideas librecambistas y el modelo económico abierto que defendía la oligarquía. Sumado a ello, era vista como una expresión de la inoperancia del sistema parlamentario. Y no se trataba solo de los sueldos. La carrera militar estaba estancada, por lo cual los uniformados se mantenían largo tiempo en una misma jerarquía, sin poder ascender. En ese sentido, el golpe de 1924 no respondió únicamente a cuestiones ideológicas, sino también concretas de la profesión castrense, que, por supuesto, trasuntaban problemas políticos de fondo”.

San Francisco señala que el tema venía dando vueltas desde hace un tiempo: “Una lectura atenta de las sesiones de la Cámara de Diputados muestra que la discusión sobre problemas militares fue permanente, así como también estaba presente la situación social del país. En esto último había dos cuestiones fundamentales: la mala situación económica y social de Chile, que se arrastraba desde hacía tiempo, así como la existencia de leyes sociales que no se aprobaban desde hacía años en el Congreso Nacional. Esto llevó a los uniformados a mirar con atención las experiencias de Italia y España en los años 20 (como lo refiere el general Carlos Sáez en los Recuerdos de un soldado) así como a desarrollar sus propias concepciones políticas, generalmente asociadas al estatismo con preocupaciones sociales (caso de Ibáñez) y, en algunos casos derechamente vinculadas al socialismo. En términos generales emergería con fuerza un discurso contrario al parlamentarismo”.

El presidente Arturo Alessandri alcanzó a enterarse de la presencia de los militares y su desalojo del Congreso durante la noche del 3 de septiembre. Según detalla en sus memorias, le dijeron que “todo había ocurrido en calma, que los oficiales obedecieron al ministro y que éste se dirigía a conferenciar con ellos al Club Militar”, así que se quedó tranquilo.

A la mañana siguiente, fiel a su estilo, el “León” repasó los diarios, pero no le gustó cómo se había cubierto lo ocurrido. “Los diarios sin ninguna prudencia ni discreción, amanecieron contando el incidente de la noche de forma alarmante y provocando el escándalo con sus declaraciones”.

Para imponerse de mayores detalles sobre lo sucedido y analizar las medidas a tomar, el presidente convocó al consejo de gabinete. “El Presidente de la República habría manifestado su opinión en el sentido de que debía sancionarse la actitud de los oficiales que pretendían con ella ejercer presión sobre el Congreso y sobre el gobierno”, informó el Diario Ilustrado. Varios de los ministros lo habrían secundado y compartían esa opinión.

Minutos más tarde, mientras se celebraba la reunión, arribó a La Moneda el Inspector General del Ejército, general Luis Altamirano. Un nombre que sería clave en los días sucesivos. “No existía el cargo de comandante en jefe, eso es una creación posterior. Entonces, el general Altamirano era la máxima autoridad militar”, explica René Millar.

Inspector General del Ejército, Luis Altamirano.

Ajustándose sus bigotes a lo Kaiser Guillermo II, Altamirano defendió a sus subordinados y “declaró que a su juicio no había falta a la disciplina en el hecho de que los militares acudieran a las sesiones del Congreso”. Incluso fue más allá y casi en tono desafiante señaló que cualquier sanción disciplinaria a los oficiales “causaría desfavorable impresión”, según consignó La Nación.

También fue llamado a palacio el general Pedro Pablo Dartnell, jefe de la II División, “para darle a conocer (al Presidente) el malestar reinante entre los oficiales en vista que no se les mejoraba su situación económica”. En sus memorias, Alessandri detalla que el ministro del Interior, el futuro presidente Pedro Aguirre Cerda, les preguntó a los dos altos mandos si podían responder del respeto y disciplina de los regimientos. Altamirano habría dicho que “nadie podía responder de nada”.

El “León” comprendió que la situación comenzaba a volverse grave. “Semejantes respuestas manifestaron que era inútil continuar solicitando la cooperación de los jefes que en tal forma apreciaban la situación producida”.

Pocos días después, las sospechas de Alessandri tomaron cuerpo. Un grupo de oficiales del Ejército pidió verlo. Habían constituido el llamado “Comité Militar. Como eran muchos, Alessandri comenta en sus memorias que los recibió en el Salón de Honor de La Moneda, y pese a que los ministros le ofrecieron acompañarlo, prefirió enfrentar solo a los uniformados. Estos le presentaron un pliego de peticiones al Mandatario. Entre otras, que vetara la dieta parlamentaria, que se aprobara la Ley de Presupuestos para el año en curso -que no había sido aprobada aún- lo cual mantenía impagos a varios funcionarios del Estado (incluyendo a los mismos militares y los profesores primarios), y fundamentalmente, la aprobación de una serie de leyes sociales pendientes, entre ellas, el Código del Trabajo. Además, que se estableciera un impuesto progresivo a la renta.

General Pedro Pablo Dartnell.

Una vez que finalizó la exposición, el presidente luchó por contener su temperamento y la furia por lo que consideraba una deliberación por parte de los uniformados, y se comprometió a una solución, siempre y cuando volvieran a los cuarteles. Sin embargo, con su olfato político, Alessandri vio en este pliego la oportunidad de por fin llevar a cabo su programa de gobierno, que tanto le había costado debido a la permanente obstaculización del Congreso, que todavía conservaba las mañas del Parlamentarismo, como las Rotativas ministeriales o la aprobación de las Leyes periódicas, que podían dejar sin dinero a una presidencia. “Alessandri quiso aprovechar la coyuntura para hacer realidad su programa, porque había iniciado su Gobierno a fines del año 20, y no había podido sacar ninguna de las iniciativas importantes que había prometido en su programa”, señala Millar.

Como vemos, el ideal de los militares estaba de parte de las reformas sociales. Esto tiene una explicación, según Verónica Valdivia: “El ejército fue modernizado una vez terminada la Guerra del Pacifico por una Misión Prusiana, la cual traspasó su ideario a la oficialidad, esto es, la visión bismarckiana, que reconocía derechos socio-laborales a los obreros, sin que ello afectara el poder de las clases dirigentes. Igualmente, inoculó un agudo anticomunismo y anti anarquismo, modernizando la carrera profesional de la oficialidad”.

“A ello se sumó un cambio en la conformación social del ejército, al cual ingresaron numerosos jóvenes de clase media, estando el alto mando en manos de la oligarquía. Parte importante de esta oficialidad media (tenientes, capitanes, mayores) fueron atraídos por la masonería, la cual también sembraba ideas estatistas y de reforma social. La injerencia masónica fue clave en el cambio de pensamiento político doctrinario entre los oficiales jóvenes”. San Francisco aporta otro dato: “Ya desde comienzos de siglo se puede apreciar en el Memorial del Ejército de Chile, la revista institucional, un interés por los temas sociales, reflejo del cambio de época”.

Fue el general Altamirano el hombre en quien Alessandri depositó su confianza. Lo nombró ministro del Interior, le pidió que armara un gabinete compuesto por 3 militares y 3 civiles. Asumieron el 5 de septiembre y el general, ni corto ni perezoso, declaró a La Nación cuál era su objetivo principal: “Pediré al Congreso que me despache las leyes que los militares exigen y seguirán exigiendo el despacho de las que reclama el país, sin tregua, a fin de conseguir a toda costa que el Parlamento llene la Labor que le corresponde”.

Y le fue bien. En pocos días, el 8 de septiembre, el Congreso aprobó un paquete de medidas de corte social, incluyendo el Código del Trabajo, que contemplaba -entre otras cosas- Derecho a la huelga, Tribunales de Conciliación y arbitraje, Caja de Seguro Obrero Obligatorio, Caja de empleados particulares; además del Presupuesto 1924, reforma a la Caja de retiro del Ejercito y la Armada, aumento de sueldos para los efectivos de las Fuerzas Armadas, además de una inyección de 110 millones de pesos para cubrir el déficit. Así, se saldaban las necesidades más urgentes y Alessandri aprovechaba de concretar algunas de sus reformas.

Arturo Alessandri Palma. Colección Biblioteca Nacional.

El Mandatario pensó que todo terminaba ahí. Pero no. Como a las 5 de la tarde de ese día, después de haber recibido la noticia de la aprobación de las leyes, un inquietante rumor llegó a la oficina de Alessandri. “Llegó alguien a decirme que en las pizarras de los diarios se publicaba un aviso del Comité Militar en el cual se manifestaba que no se disolvía y que continuaría funcionando hasta terminar la depuración política y administrativa del país”. Descreído, el “León” mandó a su secretario a comprobar si eso era efectivo. El hombre volvió al rato, y le trajo noticias aún peores. “En los corrillos militares se insistia en que se pediría al Presidente la disolución del Congreso, actitud que jamás yo asumiría por no vioIar la Constitución”. En el acto, Alessandri miró al ministro Emilio Bello, quien lo acompañaba, y le dijo: “Esto se acabó”.

El “León” decidió renunciar. Sus últimos actos serían promulgar las recientes leyes aprobadas por el Congreso, y luego concretar su partida. Esto recién logró realizarlo en la madrugada, tras la boda de su hija. En paralelo, se formó una Junta Militar, conformada por el general Altamirano, el almirante Francisco Nef y el general Juan Pablo Bennet. Esa mañana del martes 9 de septiembre, los diarios titularon con la renuncia del primer mandatario, quien tenía programada su partida del país para el día siguiente. Desde la Estación Mapocho, tomaría el tren que lo conduciría a Buenos Aires.

Millar Carvacho reflexiona sobre la renuncia del Mandatario: “Alessandri siempre tuvo siempre un gran convencimiento en sus cualidades, en su capacidad política. Y él pensaba que iba a ser capaz de manejar a los militares. Que iba a ser capaz de que los militares, una vez que se satisfacieran sus demandas, volvieran a sus cuarteles. Y lo que quedó en evidencia, fue que los militares no estaban dispuestos a volver a los cuarteles, sino que ellos ya a esa altura, ya tenían unas propuestas políticas importantes que consistían en el cambio del régimen”.

Arturo Alessandri Palma. Biblioteca del Congreso.

En sus memorias, Alessandri detalla que en frente a la Embajada de los Estados Unidos hubo una ruidosa manifestación en su apoyo, La Nación indica que fueron 3 mil personas. Además recibió visitas de amigos, del arzobispo de Santiago, Crescente Errázuriz, y también llegó a verlo un grupo de esposas de suboficiales del Ejército, quienes le ofrecieron la ayuda de sus maridos para reasumir el mando, pero el “León” declinó la oferta. Finalmente, recibió a sus ministros, de quienes se despidió, y en la tarde del miércoles 10 procedió a dirigirse a la Estación Mapocho. Ahí, a punto de subir al tren, concedió una breve entrevista a un reportero de LUN que llegó al lugar. Alessandri lo abrazó y explicó por qué se refugió en la Embajada de los EE.UU: “No por defender mi persona, sino por guardar los fueros del Presidente de la República y para restablecer la situación de independencia, tratando así de igual a igual con quienes tenían la fuerza”. Alessandri, partió a las 19.00 horas rumbo a la Argentina. En Buenos Aires alojó en el palacio del millonario chileno residente ahí, Carlos Menéndez Beherty, y recibió la visita del Presidente trasandino Marcelo Torcuato de Alvear, con su gabinete.

Faltaba el acto final: a las 1.30 de la madrugada del 11 de septiembre de 1924, la Junta Militar declaró disuelto el Congreso y se formó un gobierno de facto -con Altamirano como Vicepresidente de la República- que prometió convocar a elecciones, aunque sin especificar fecha. A fines de ese mes, Alessandri partió en un barco desde Buenos Aires rumbo a Europa. Entre otros, se reuniría con Benito Mussolini.

A partir de ahí, Chile inició un tumultuoso período político, que se extendió hasta 1932, con una nueva Constitución -la de 1925- y una seguidilla de gobiernos. Fue el propio Alessandri que en 1932 volvió a asumir el gobierno (tras el llamado a elecciones hecho por el Presidente de la Corte Suprema, Abraham Oyanedel) para terminar de consolidar el proceso. Esta vez, tomó providencias para no verse sorprendido por los militares. “Comenzó haciendo ver sus molestias al Ejército, por su intervención política de los años anteriores. Eso le permitió dar apoyo a las Milicias Republicanas (organización armada de civiles) y cambiar el generalato, hasta que hubiera plena convicción de la lealtad institucional de las Fuerzas Armadas”, dice San Francisco.

Estas Milicias Republicanas hicieron un gran desfile con uniforme y con todo, por el centro de Santiago -cierra Millar Carvacho-. Pasaron en este desfile unos 3000 uniformados, con armamento, incluso con un pequeño destacamento de aviación. Desfilan frente a La Moneda, Alessandri los saluda desde los balcones. Entonces, claro, todo eso demuestra cómo Alessandri tuvo este constante temor a que los militares volvieran a intervenir en política y lo volvieran a sacar del poder”.

Verónica Valdivia apunta: “Durante su segundo gobierno (1932-1938) Alessandri se concentró en devolver a los militares a sus cuarteles, reponer un profesionalismo no intervencionista y apoyarse en quien correspondía constitucionalmente la mantención del orden público y social: Carabineros de Chile, como la masacre del Seguro Obrero lo demostró. En esa ocasión, el Presidente apeló a Carabineros y no a los militares, se negó a militarizar el conflicto”.

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