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Daniel Rodríguez e impacto de la educación en salarios
El habitual informe elaborado por la OCDE denominado “Educación de un vistazo” es una interesante recopilación estadística y analítica sobre la educación en los países del grupo. Su versión 2024 acaba de publicarse, pero ha tenido una difusión modesta. Hace unos años, este informe generó mucho más interés y discusión pública que ahora. Esto es sorprendente, porque si bien Chile se embarcó en una serie de reformas a gran escala durante el último gobierno de la Presidenta Bachelet, no es evidente que nuestros problemas estén resueltos o en proceso de solución. Todo lo contrario.
El informe es amplio y podrían investigarse varios elementos. Sin embargo, ante la actual –algo postergada– contingencia de remisión CAE, vale la pena fijarse en lo que se suele llamar “la prima salarial” de la educación superior, o, en otras palabras, los mayores ingresos monetarios que muestran quienes tienen mayores ingresos. educación en comparación con aquellos que no la tienen, en promedio. Lo que la OCDE busca mostrar, con una medida imperfecta, es si es económicamente rentable estudiar educación superior o terciaria.
El informe muestra una situación heterogénea entre los países miembros. Los indicadores de estados conocidos por su alta calidad educativa y socialmente igualitarios, como Dinamarca y Noruega, muestran que el ingreso promedio de alguien con educación terciaria es aproximadamente un 25% más alto que el de alguien con solo educación secundaria. Varias conclusiones son posibles y no excluyentes: la educación superior proporciona habilidades relevantes para el mercado laboral, pero no son muy diferentes de las que proporciona la educación secundaria. Esto podría deberse a una educación escolar de alta calidad o a un mercado laboral que valora elementos que no se imparten exclusivamente en la educación superior.
Otros Estados muestran una situación más matizada. En España y Polonia, cerca del promedio de la OCDE, la prima salarial para la educación terciaria supera el 50%, duplicando el efecto observado en los países nórdicos. Nuevamente son posibles varias explicaciones. Puede ser que las competencias obtenidas por los estudiantes de educación secundaria sean menos valoradas por el mercado laboral, o una mayor calidad de la educación superior. Sin embargo, lo que se observa en ambos grupos de países es que estudiar en la educación superior tiene un reflejo en los salarios de las personas, y este es variable.
En el caso de Chile, el indicador llama mucho la atención. Quienes estudiaron educación superior ganan, en promedio, dos veces y media más que quienes sólo tienen educación secundaria. Es decir, en promedio, por cada 100 pesos que gana alguien con educación secundaria completa, alguien con título universitario gana 250 pesos. La distancia es muy significativa.
Utilizando los mismos parámetros para interpretar los casos de otros países de la OCDE, el caso chileno podría explicarse porque el mercado laboral valora mucho las habilidades laborales que se derivan de la educación superior por encima de la educación secundaria. Se podría teorizar que esto se debe a la baja calidad de la educación secundaria. Y hay amplio precedente para afirmarlo: en el reciente Simce de medio II, más del 50% de los estudiantes no alcanzaron los aprendizajes mínimos y básicos esperados para el nivel, ni en matemáticas ni en lectura. Así, podemos pensar que la educación superior está compensando aprendizajes no alcanzados en la educación escolar, permitiendo a estos estudiantes ingresar al mercado laboral. En otras palabras, la calidad promedio de la educación secundaria es tan baja que no logra “capacitar” a los jóvenes para el mundo laboral chileno. Es la educación superior la que está haciendo ese trabajo. Y quienes logran acceder a él tienen salarios mucho más altos que quienes no lo logran.
¿Y la contingencia? Debe tener cuidado al sacar conclusiones precipitadas, pero tampoco debe ocultar los datos debajo de la tabla. La educación superior en Chile genera una diferencia muy grande en las trayectorias de vida de las personas, y particularmente en sus salarios, cuando las comparamos con quienes no estudiaron. Esta diferencia se manifiesta en mayores ingresos. De ello parece deducirse, entonces, que quienes completan sus estudios se encuentran, en promedio, en condiciones más favorables que el resto de los contribuyentes para soportar el costo de su propia educación. Es entonces ineficiente, regresivo e injusto, que con los impuestos de todos se condonen las deudas educativas de quienes sí estudiaron y están recibiendo el beneficio económico de haberlo hecho. Por el contrario, los esfuerzos fiscales deberían apuntar a la calidad de la educación secundaria.
Por Daniel RodríguezDirector Ejecutivo de Acción Educar