En la sede de las Naciones Unidas, rodeado de líderes de países de todo el mundo, el presidente brasileño Luiz Inácio Lula da Silva lanzó una diatriba sobre los males del juego.
Era un tema inusual para abordar en las reuniones anuales de septiembre de la ONU, especialmente porque el panel había sido convocado para debatir los esfuerzos para preservar las normas democráticas, pero a Lula no le importó.
El juego, atacó, está destruyendo las finanzas de innumerables personas, especialmente los más pobres, que están “acumulando deudas” para financiar su vicio.
Unos días antes, su ministro de Finanzas, Fernando Haddad, tuvo un estallido similar en Brasilia, declarando el problema como “una epidemia”.
Haddad habla incansablemente sobre el juego. Lo mismo hace el presidente del banco central, Roberto Campos Neto, que confiesa observar con nerviosismo el aumento del endeudamiento de los hogares y comparte la preocupación de Lula de que gran parte de esa deuda provenga del juego.
Los tres hombres luchan frenéticamente por controlar la recientemente liberada industria de apuestas en línea de Brasil.
Amplificador de pobreza
La adicción al juego es un problema conocido y creciente en todo el mundo, desde Estados Unidos hasta el Reino Unido y Australia, tras la legalización de todo tipo de nuevas plataformas de apuestas.
Pero lo que hace único a Brasil es la sensación de urgencia que este auge ha generado entre los funcionarios estatales, quienes perciben una mayor vulnerabilidad de la población ante la embriagadora atracción del juego.
Casi uno de cada tres brasileños vive por debajo del umbral de pobreza. Y la pobreza amplifica el deseo de hacer una fortuna instantánea apostando en el equipo de fútbol local o haciendo girar la ruleta virtual.
Un informe reciente del banco central subrayó la magnitud de este problema y causó revuelo en Brasilia: El 20% del dinero que el gobierno entregó para su programa social emblemático en agosto se gastó en sitios de juegos de azar en línea.
“La vulnerabilidad que conlleva la pobreza”, afirmó Daniel Dias, profesor de la Facultad de Derecho de la Fundación Getúlio Vargas, “es algo que nos distingue”.
A esto se suma el hecho de que muchos brasileños ahora acceden a préstamos por primera vez en sus vidas, a través de aplicaciones móviles y tarjetas de crédito que cobran tasas de interés anuales de hasta el 438%, creando un cóctel explosivo.
Tantos brasileños están acumulando deudas de juego que Nubank, el banco más grande de América Latina, emitió un comunicado en septiembre sólo para asegurar a los inversores que tenía una exposición limitada a los prestatarios con problemas de juego.