Me despierto sin saber quién soy o dónde soy. He dormido masivamente dopado. Soy un hombre afortunado porque el resto de todo lo que el cuerpo laxo me pregunta, independientemente del reloj, de las odiosas servidumbres del tiempo.
Mi esposa me encuentra en la cocina, bebiendo un jugo de naranja con Linaza y me dice que han elegido un nuevo papa y es peruano. Ella siempre informa la noticia del día: quién murió, quien se suicidó, que se divorció, quien se quedó con la casa más grande después del divorcio, cuánto dinero quería el divorciado y cuánto sus afirmaciones redujeron sus afirmaciones, esas cosas. Ahora la noticia es que el nuevo Papa es peruano. En realidad, nació en Chicago, pero ha vivido más de veinte años en Perú y ha sido nacionalizado peruano. No es exagerado decir que el Papa eligió ser peruano.
Después de tomar mis pastillas, llamo a mi madre por teléfono. Naturalmente, es extasiado, jubiloso, elevado a las glorias celestiales, su territorio habitual. Es un milagro, una bendición que Dios nos ha dado a los peruanos, me dice mi madre. Le pregunto si conoce al nuevo Papa. Me dice que se han encontrado en ceremonias religiosas, pero que no son amigos. Luego anuncia que viajará pronto al Vaticano para felicitarlo y tomar fotos con él. Mi madre entra y deja al Vaticano cuando entro y salgo de mi casa. Prometo que viajaré con ella. Sería genial entrevistar al Papa, digo. Escribe un libro sobre el Papa peruano, sugiere, así que ocurre. Mi madre piensa que puedo escribir un libro en dos o tres semanas.
No recuerdo si conozco al nuevo Papa, le digo a mi madre. He viajado tanto y he conocido a tantas personas que tal vez nos hemos saludado en el aeropuerto de Chiclayo, o Trujillo, o Piura, ciudades donde ha ejercido su trabajo como pastor Augustine durante más de veinte años. He visitado esas ciudades al norte de Perú cuando quería ser candidato presidencial, hace muchos años. Presidí las manifestaciones desbordantes de la gente eufórica. Saludé a las autoridades locales, políticas y eclesiásticos e incluso a la policía, y comí con ellos, temor a ser envenenado. Quizás el nuevo Papa se comió un ceviche conmigo, o un arroz con pato o un niño. Tal vez saludé al vicario, al canciller, al monseñor, al obispo, sin saber qué años después sería Papa.
Le digo a mi madre lo que realmente estoy pensando: es muy extraordinario que los peruanos ganen algo. Nunca ganamos nada importante. Ser peruano es un accidente, una enfermedad incurable, una educación en humildad, en el noble hábito de perder. Los peruanos se resignan a ser el último o penúltimo, no a clasificar las Copas del Mundo, no ganar medallas de oro, perder al vencer, por ganar, lo siento. Estamos acostumbrados a elegir a los ladrones, autoridades risitas, representantes de espermatozoides que causan vergüenza e hilaridad. Tengo sesenta años de vida, treinta de ellos viviendo fuera del país en el que nací, y puedo dar fe de solo dos excepciones notables en nuestra oprobiosa historia de fiascos y derrotas: el escritor peruano que fue el Premio Nobel y el sacerdote nacionalizado peruano que acaba de ser elegido Pope. Entonces es un evento perfectamente atípico que un peruano triunfa en gran medida, con estilo, y convoca el respeto y la admiración del mundo, como sucedió con el escritor y, más recientemente, con el pastor agustino. Ahora, si los peruanos, que votan en secreto, eligen el Premio Nobel y el Papa, no me temo que ni el escritor peruano ni el Papa peruano hecho habrían ganado un reconocimiento tan glorioso.
De vez en cuando rezaré por el nuevo Papa, a pesar del hecho de que soy agnóstico o un creyente inconstante. Por otro lado, la elección del Papa, aunque estoy contento y orgulloso, no mitigan el dolor que siento por la derrota injusta de Barcelona en la Liga de Campeones. Quería viajar a Munich para ver la final entre Barcelona y el PSG. No será posible. En el fútbol, como en la vida, lo mejor no siempre gana. Pero este nuevo papa fue probablemente el mejor entre todos los cardenales.
Mi esposa está preocupada porque el hotel en la isla que vivimos, que abrió hace veinte y cinco años, acaba de cerrar por renovaciones y, con suerte, se volverá a abrir a finales de año, pero más tarde. Extrañaré el spa y el restaurante del hotel. Mi esposa se perderá el club de playa del que somos socios. Solía ir al hotel todos los fines de semana, acomodarse en las tumbonas del sol a la sombra de la playa, y leer, beber y tomar baños de mar, bien asistidos por los camareros y mirar bien también. Nada de eso será posible hasta fin de año. Comprensiblemente, mi esposa está inquieta. Necesitas sanar en el mar los fines de semana. Somos socios de otro club de playa en la isla, pero no es tan exclusivo como le gustaría, no ofrecen encendedores ni paraguas y no brindan atención a los camareros en la arena. Mi esposa ha dicho que intentará acomodarse en ese club de playa, pero me temo que no se sentirá cómoda y que regrese a casa.
Uno de mis hermanos ha visitado la isla y me ha invitado a cenar. Ha sido un fiasco, me entristece reconocerlo. No he sabido comportarse como un caballero. Estábamos cenando cuando él y su esposa dijeron que admiraban al presidente de Rubicundo de los Estados Unidos. Estaba congelado. Me mordí la lengua. Preferí no discutir. Les dije que tenía que ir al baño por un momento. Sin embargo, en silencio salí del restaurante, fui al camión como fugitivo, subí rápidamente y regresé a casa, sin decirles adiós. Me llamaron al teléfono celular, pero no respondí. Ya soy viejo con la fatiga en duplicidades y me desarrolla en hipocresías. Si admiran a mi enemigo, son entonces mis enemigos.
También he tenido un accidente menor o un triste malentendido con uno de mis primos, que estaba pasando por la isla. Es un buen chico, aprecio, no lo veo hace muchos años. Me escribió, me dijo que quería pasar por mi casa para saludarme. Le dije que no recibo visitas, porque soy delicada de salud. Insistió. Cedí, me di por vencido, dije que ven la casa el sábado al final de la tarde. Pero el sábado me desperté a Moody y le escribí a mi primo, diciendo que no puedo recibirte, estoy lleno de trabajo, mil disculpas. Me escribió de inmediato: ¿Trabajas en tu casa? Respondí: Sí, soy escritor, y también grabé un video para mi canal personal de YouTube. No sabía sobre tu canal, me escribió mi primo. No lo recibí, vivo en las nubes, pensé.
El hijo de un amigo me ha pedido que lo ayude a grabar un álbum. El hijo de otro amigo me ha pedido que le permita cuidar mi dinero, y no solo los cuide, sino que los multiplique. El hijo de un tercer amigo me ha pedido que le dé dinero para abrir un gimnasio de Pilates. Lamentablemente, no podré complacerlos. Estrictamente hablando, ya no soy amigo de sus padres, tal vez nunca fui tan amable. En cuanto al dinero, he aprendido a no confiar en nadie. Quiero decir, nadie cuidará mi dinero mejor que yo.
Cuando era niña, mi madre, así que Pia me dijo, después de rezar el rosario en latín, que yo sería el primer papa peruano. No ha sido posible para mí estar ungiendo el porcentaje de pontífices de Sumo treinta y tres cardenales. Pero he llamado a mi madre nuevamente y he notado su espléndido humor y le he dicho a su madre que tu sueño finalmente se cumple, tenemos papa peruana, lástima de que no pueda ser yo, mil disculpas, y ella se ha reído voluntariamente.
Mi madre está particularmente feliz. Anuncia por teléfono que mi hija se va a casar pronto. No tenía idea, digo, sorprendido. Lo encontré el otro día caminando aquí, dice mi madre. Estaba con su novio y su perro, agrega. Y qué hombre tan maravilloso, tan encantador, tan guapo que su novio me pareció, mi amor. Sí, es un encanto, digo. ¿Y sabes dónde se van a casar? Le pregunto a mi madre, avergonzada porque ella sabe y yo no sé nada. No me dijo con dónde se van a casar, me dice mi madre. Luego agregue: pero he ofrecido mi casa. Si piensas, invitamos al Papa peruano, dice mamá, y celebra su ocurrencia con una risa franca.
