La crisis más profunda que cruza el sistema de salud chileno no se expresa únicamente en las listas de espera o en la creciente deuda hospitalaria. Su origen es más tranquilo, pero igualmente devastador: la pérdida de confianza. Confía en las instituciones, en las reglas y en la capacidad del sistema para responder cuando las personas lo necesitan más.
La sobrecarga estructural es evidente. La salud, que debe ser sinónimo de atención y contención, se ha convertido en una experiencia marcada por la frustración, la burocracia y la incertidumbre.
Para avanzar, debemos dejar atrás la pregunta que ha dominado el debate durante décadas: ¿fortalecer el sistema público o privado? Esa dicotomía estéril nos ha mantenido estancados. La verdadera pregunta es otra: ¿cómo ofrecemos soluciones oportunas y efectivas a aquellos que necesitan atención, independientemente de dónde estén atendidas?
Ya mostramos que es posible. En medio de la crisis de salud más grave del siglo pasado, durante la pandemia, Chile logró articular una red integrada de hospitales públicos y clínicas privadas que duplicó la capacidad de las camas de UCI, coordinó la administración de los fanáticos y evitó colapsos. Nadie estaba sin atención debido a la falta de infraestructura. La clave era la colaboración sin prejuicios o barreras ideológicas.
Esa misma lógica ahora debe guiar una transformación estructural. Chile necesita avanzar hacia un modelo de salud basado en tres pilares: confianza, colaboración y resultados. “Confianza”, para reconstruir el vínculo entre ciudadanos e instituciones. “Colaboración”, para superar la falsa dicotomía entre el público y lo privado y generar sinergias reales. “Resultados”, para garantizar que los esfuerzos se traduzcan en una salud más y mejor, no en promesas vacías o diagnósticos eternamente pendientes.
Un ejemplo urgente en el que esto puede comenzar a hacerse realidad es el cáncer. Si implementamos una red nacional de resolución oncológica, que articula capacidades públicas y privadas con tiempos máximos garantizados (diagnóstico en 10 días, tratamiento en 30, daríamos una señal específica de que el sistema está al servicio de las personas. No de su propia inercia. Esto requiere que el sistema se adapte a las trayectorias de la vida de cada persona, reconociendo que las decisiones de salud no solo son clínicas, sino humanas. Permitir elecciones informadas, garantizar un acceso efectivo a servicios de calidad y garantizar la continuidad en la atención son condiciones básicas para restaurar la legitimidad de la salud como derecho.
Chile tiene conocimiento, instituciones y talento humano, en el sector público y privado, para hacerlo. Solo hay una voluntad de suponer que mejorar el sistema no es proteger las estructuras, sino proteger a las personas. La recuperación de la confianza no es un acto simbólico, es asegurarse de que ningún chileno se sienta solo cuando su salud está en juego. Ese es el sueño pospuesto. Y si tenemos el coraje de conducirlo, todavía estamos a tiempo para hacerlo realidad.
Por Paula DazaDirector Ejecutivo de los CIPS UDD