La encuesta del Centro de Estudios Públicos entregada el miércoles debe ser leída con suma atención y preocupación por quienes dirigen el país, comenzando por el propio presidente Boric, cuyo gobierno sus partidarios esperaban hace un año que fuera una inyección de optimismo y nuevo vigor para un país muy golpeado primero por el violento estallido del 18-O en 2019 y sus nefastas consecuencias, y luego por la pandemia del Covid-19, con sus altos costes humanos y económicos.

Lejos de eso, los consultados dieron un diagnóstico de fuerte pesimismo sobre el rumbo que ha tomado Chile y las perspectivas de enmendarlo, así como desconfianza en los actores políticos e instituciones que deben liderar las mejoras que demanda el país. De cada 100 personas, 55 creen que Chile está estancado y 35 que está en declive, lo cual es devastador.

El diagnóstico de los chilenos es de gran decepción por el rumbo del país y desconfianza en las perspectivas de enmendarlo.

El 63% considera que la situación económica del país es mala o muy mala, mientras que el 49% cree que empeorará en los próximos 12 meses y el 31% que seguirá igual; el 64% cree que la situación política es mala o muy mala; y el 68% considera que es más importante tener orden público y seguridad, que libertades públicas y privadas.

Precisamente, quizás la demostración más evidente de la desconexión entre las prioridades de la ciudadanía y la lectura del Gobierno se observa en el temor al alza de la delincuencia: mientras el 60% de los consultados cree que ese debería ser el problema que hace el Gobierno. mayores esfuerzos, el Presidente acaba de indultar a 12 personas condenadas por la comisión de delitos durante el 18-O, de los cuales la mitad tenían antecedentes previos que incluían hurto, robo con violencia, microtráfico, violencia intrafamiliar, robo de vehículos y embriaguez pública, entre otros delitos.

El 24% que aprueba la gestión del Presidente es la tasa más baja para un primer año de gobierno desde 1990. Cierto es que uno no gobierna para las urnas, sino La Moneda y el oficialismo -sobre todo al borde de una inevitable recesión-. y el complejo escenario de su agenda de reformas, difícilmente podrían hacer oídos sordos a estas señales de descontento y frustración.