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Ignacio Rivadeneira: “Piñera fue madurando a medida que abandonó al personaje de un tipo 100% exitoso”

Martina E. Galindez

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Poco más de 15 años trabajó Ignacio Rivadeneira con Sebastián Piñera. En 1998, cuando tenía 23 años y recién se había titulado como abogado de la Universidad de Chile, recibió su llamado para reclutarlo a Bancard. Le dijo que no. Pero una semana después, el empresario volvió a llamarlo para que asumiera como su jefe de gabinete en su vida política.

De ahí, y hasta que salió de La Moneda en 2014, Rivadeneira fue un personaje clave -junto con Rodrigo Hinzpeter- en el equipo de Renovación Nacional que estuvo detrás de la candidatura presidencial de 2005 y de 2009, que terminó con Piñera por primera vez en La Moneda. Una vez en el gobierno, fue su jefe de gabinete y director de Contenidos de la Presidencia.

Piñera -dice hoy- fue su jefe, pero también su amigo. Y aunque eligió salir de la política al terminar el primer gobierno, siempre mantuvo el contacto con el exmandatario. El abogado repasa cómo Piñera construyó su candidatura, su entrada a La Moneda y cuáles fueron sus motivaciones, fortalezas y debilidades.

¿Cómo es que comienza su trabajo político junto con Sebastián Piñera?

En 2001, cuando él asumió la presidencia de RN, me llamó para pedirme integrar la mesa directiva como vicepresidente, con Rodrigo Hinzpeter de secretario general. Y lo que nos dijo fue que él iba a ser candidato al Senado por Valparaíso, para competirle al almirante Arancibia (UDI).

Pero a las dos o tres semanas renunció a su candidatura al Senado por Valparaíso. Lo cual, en definitiva, fue muy bueno, porque nos permitió constituir el equipo de trabajo y ahí nos desplegamos con él por todo Chile para apoyar las candidaturas parlamentarias de Renovación de ese año. RN venía saliendo de una tremenda derrota parlamentaria en el año 97, la UDI tomó absolutamente la hegemonía del sector con el empate de Lavín-Lagos. Fue un periodo muy intenso por tratar de recomponer la derecha más liberal con un Piñera con que a mí me tocó viajar decenas de veces por el país, pueblo por pueblo, ciudad por ciudad.

Fue un periodo muy bonito. Y te das cuenta también de una característica del liderazgo de Piñera, que era que él no se inmutaba frente a los desafíos. O sea, era una persona que afrontaba todo. Afrontaba la realidad que tenía al frente.

¿Él tenía una finalidad presidencial clara?

Sí, él siempre tuvo como objetivo, como todo político, llegar a la Presidencia. Lo había intentado a principios de los 90, lo intentó también el año 2000, pero el liderazgo de Lavín estaba consolidado. Y yo recuerdo que en la campaña, cuando estábamos en la mesa de Renovación, había mucha disputa entre Piñera y Longueira, y Lavín le pidió la renuncia a los dos presidentes de partido, que fue una cuestión bastante humillante. Y ahí recuerdo perfectamente una comida en un restaurante, un Tip y Tap, donde le planteamos derechamente que había llegado la hora de tomar definiciones de si él estaba o no disponible para competir por la presidencial en primera vuelta. Él no dijo ni que sí ni que no, pero entendió el mensaje de que había que enfrentar esto.

¿RN se sentía humillado por la UDI?

Se sentía humillado, pero él no estaba completamente convencido, necesitaba buscar la oportunidad correcta. Y esa oportunidad se empezó a dar porque Lavín empezó a tener dificultades en su gestión municipal en Santiago. Y por el lado de la Concertación estaban emergiendo dos liderazgos femeninos muy potentes, que eran Soledad Alvear y Michelle Bachelet. Y, por tanto, se llegó a ese famoso congreso general del partido en mayo del 2005, donde las bases, pero no la dirigencia, se plegaron completas a la campaña de Piñera.

¿Para él era una cuestión colectiva o tenía más que ver con su propia ambición de ser Presidente?

Obviamente, como todo político profesional, había un componente de ambición personal legítimo, que es indispensable para cualquiera que busque un liderazgo político. Pero también se daba cuenta de que esto tenía que ser necesariamente un proyecto más colectivo. Él era un gran conformador de equipos y de gestión de campaña. La campaña del 2005 fue una campaña épica, porque éramos muy pocos, porque la mayoría de los parlamentarios apoyaban a Lavín. Partimos de cero y en seis meses logramos ganarle a Lavín en primera vuelta y prácticamente empatar con Bachelet en segunda. Y con eso quedó claro que el liderazgo del sector había cambiado de mano, estaba en manos de Sebastián y eso no fue disputado ya en la elección del 2010. Ni siquiera hubo primaria en la derecha, el candidato era evidente que tenía que ser Sebastián.

Ganó la hegemonía del sector, pero dejó heridas en la UDI que duraron años.

No lo veo así. Dentro del gobierno, la tradicional disputa por el dominio del sector entre Renovación y la UDI tendió a diluirse más que a profundizarse. Porque la verdad es que estaban todos abocados a fortalecer el gobierno. En ese gabinete estuvieron Joaquín Lavín, Pablo Longueira, Evelyn Matthei, los principales liderazgos de la UDI.

Eso fue en una segunda etapa…

Pero también partimos con Ena von Baer. O sea, había dirigentes políticos muy vinculados a la UDI desde el primer minuto. Cuando en 2005 pasamos a segunda vuelta, a partir de ahí, entre RN y la UDI, las disputas históricas tendieron a ceder y pudimos tener un equipo mejor y un programa común. Y eso fue muy valioso para ganar la elección. Piñera, se ha destacado mucho, no conocía el rencor. Entonces no tuvo dificultad de trabajar en el gobierno con personas que habían sido adversarios y en algunos casos con disputas muy agrias, tanto dentro de Renovación como la UDI.

Por mucho tiempo se dijo que a Piñera no lo querían en la derecha… ¿Le costó ganarse esa lealtad, ese cariño?

Esa crítica, la verdad, nunca fue muy consistente, porque el gran mérito que tuvo Piñera es que fue de los pocos, sino el único político en Chile. que se jugó simultáneamente, desde su primera candidatura de senador, cuando tenía 39 o 40 años, por los tres pilares que se demostrarían fundamentales para construir el periodo de mayor progreso de Chile, que fueron los 30 años que tuvo Chile de desarrollo económico, etc.

Que fue: una democracia plena, o sea, dejar atrás los autoritarismos y los enclaves autoritarios; una condena a la horrorosa violación a los derechos humanos que había ocurrido en Chile y la necesidad de avanzar en verdad y justicia, y una economía de mercado abierta al mundo, con un fuerte rol del sector privado. El programa de Aylwin era muy intenso en las dos primeras, pero ambiguo en el segundo. Y los liderazgos tradicionales de derecha eran defensores del modelo económico, pero tendían a evitar cualquier apertura en materia política o de derechos humanos. Sebastián en eso no se equivocó, y él fue de los pocos políticos en Chile importantes que se jugaron desde el primer minuto por esas tres causas.

Esa autonomía de Piñera efectivamente generaba cierta desconfianza en sectores de derecha más tradicionales. Pero eran tan abrumadoras los beneficios de haber sido coherentes desde el primer minuto frente a la ciudadanía, que la verdad que esas críticas no lograron ningún efecto político.

¿Cómo fue su progresión como candidato y su preparación para La Moneda?

Bueno, detrás de todos los políticos, siempre hay una persona de carne y hueso, con virtudes, defectos, con carencias, con talentos. Y los políticos, por sobre esa persona, tienden a construir un personaje con las características que ellos estiman que la ciudadanía valora. Piñera hizo esfuerzos iniciales por construir ese personaje, pero rápidamente fue deconstruyendo ese personaje. Y empezó a mostrarse tal cual era.

¿Cómo era ese personaje inicial?

El tipo 100% exitoso, que nunca se equivoca, que se la sabe toda. Piñera empezó a reírse con las piñericosas, empezó a pedir perdón cuando se equivocaba en público y en privado. Empezó a tener una relación de verdad mucho más afectiva y más directa con su familia, con sus hijos, a integrarlos más, lo mismo con Cecilia Morel.

Entonces, él fue deconstruyendo a este personaje de puro éxito. Empezó a aceptar derrotas, a aceptar sus contradicciones. Empezó a reconocer mucho mejor sus debilidades. A reconocer que la inteligencia racional no era todo. Piñera fue madurando a medida que se fue acercando más a su persona y abandonando el personaje exitoso que él inicialmente había construido para intentar caerle bien a la gente. Y eso lo noté muy claramente en su evolución política desde fines de los 90 hasta que ganamos la elección del 2010. Eso habla muy bien de él, porque te habla de una persona que no se quedaba en el mero diagnóstico, sino que, así como exigía mucho a los demás, era mucho más autoexigente consigo mismo.

Se decía que era muy duro con sus ministros…

Eso lo mantuvo siempre. Era la misma actitud que teníamos con el Piñera presidente del partido, con el Piñera candidato, con el Piñera presidente.

El optó por mostrarse tal cual era. Incluso en los temas más álgidos, por ejemplo, los conflictos de interés, que en mi opinión personal fue uno de los temas que no logró resolver correctamente. Porque la verdad que no tenía solución. Si la solución era optar entre su vocación política o su vocación empresarial, era como pedirle a Piñera que dejara de ser Piñera. Entonces, él optó por mostrar abiertamente ambas facetas. No ocultarlas y separar claramente la toma de decisiones en un tema y otro. Sebastián Piñera era un gran empresario y un gran político. Y a la luz de los resultados, bueno, la gente lo comprendió perfectamente. Porque eso, la verdad, tampoco nunca tuvo un impacto electoral, político mayor.

¿Lo comprendió con su primer gobierno, cuando tuvo que desprenderse de sus principales empresas? Le costó…

No sé si le costó tanto. Él se comprometió en campaña, lo cumplió. Pero yo me refiero más bien a no tratar de disfrazar su condición. Él tenía una condición que era de empresario y político, que son dos cuestiones completamente legítimas. La expuso abiertamente a la opinión pública, con la idea de que el electorado lo iba a comprender, incluso lo podía hasta valorar. Y efectivamente así fue.

Ya en La Moneda, Piñera intentó fundar una derecha liberal, o una “nueva derecha”, como lo catalogó su entonces ministro del Interior Rodrigo Hinzpeter.

Él creía -cuestión que era bastante obvia- que parte de las razones por las cuales él había logrado imponerse a otros candidatos del sector, como Lavín o Longueira, era por haberse jugado por estos tres pilares originales: una democracia plena, respeto irrestricto a los derechos humanos, y una economía de mercado abierta, competitiva.

Entonces, más que una derecha estrictamente liberal, él quería una derecha comprometida con esos tres pilares. Y a eso sumar causas propias de la democracia y de la modernidad. En algunos casos, Sebastián lo hizo con mucha anticipación al resto de la clase política. Por ejemplo, en los temas medioambientales, de enfrentar los problemas de desertificación, en el reconocimiento de nuevas formas de familia.

¿A él le interesaba refundar la derecha?

No. A él le interesaba proyectar un ideario de centroderecha que dotara al país de una o dos décadas de crecimiento, de desarrollo tan potente como el que hemos tenido en los primeros 20, 25 años de gobiernos de la Concertación. Ese fue el objetivo.

No se cumplió…

Mira, no se cumplió. Nunca tuvimos la duda de que Bachelet intentaría de nuevo ser gobierno y no tuvimos un liderazgo realmente competitivo frente a ella. Eso le imprimió un sentido de mucha urgencia al gobierno nuestro, porque sabíamos que se acababa en cuatro años.

Y más allá de haber perdido en 2014, ¿qué pasó con esa nueva derecha?

Creo que es indiscutible que Piñera influyó de manera muy decisiva en la conformación de una nueva derecha, que es bastante transversal dentro de Renovación, dentro de la UDI y Evópoli. No cabe duda que liderazgos más nuevos, como por ejemplo el de Jaime Bellolio en la UDI, son mucho más producto de la gestión del gobierno del Presidente Piñera que cualquier otra consideración. Y lo mismo puede decirse en todos los partidos. Entonces, cambió las formas de los liderazgos y los contenidos, y tuvo una influencia muy decisiva en ordenar a la centroderecha. Es un sector que dejó atrás sus disputas internas. Al punto que hoy día hay varios que piensan en tener un solo gran partido de centroderecha.

Él optó en un primer momento por un primer gabinete tecnócrata, lo que le trajo dificultades en la gestión política. ¿Se arrepintió alguna vez de ese diseño?

Era un poco inevitable, porque los grandes liderazgos políticos del sector estaban en el Congreso. En segundo lugar, también había una necesidad de oxigenar los liderazgos del sector e incorporar a gente muy valiosa del sector privado -como Alfredo Moreno, Laurence Golborne- para que aportara.

No es cierto que el gabinete, entre comillas, tecnocrático haya resultado un fracaso. Surgieron figuras muy potentes.

Después igual terminaron acudiendo a esas figuras que estaban en el Congreso… ¿Se reparó esa falta de gestión política?

Yo creo que parcialmente. El gabinete político, mirado ahora en perspectiva, no logró resultados tan diferentes a los que se logró con el llamado gabinete técnico de la primera parte del gobierno. Esa es la verdad.

¿Qué fue lo que más le costó de “habitar el cargo”, como dice el Presidente Boric?

Le costaba controlar su temperamento, su personalidad, adaptarse a los protocolos, a los tiempos que tiene la gestión política, que es distinta a la que tiene la gestión empresarial, a que en materia política es indispensable construir acuerdos amplios, trabajar con visiones distintas, contradictorias, muchas veces con lo que uno cree. Él era una persona con muchas convicciones. Y también un hombre siempre orientado a la acción. Podemos debatir si las políticas públicas, las decisiones que tomó Piñera fueron o no las más acertadas, pero cuesta encontrarle pecados de omisión, de cuestiones que no hizo pudiendo o debiendo haber hecho.

¿Ese arrojo no lo hizo exponerse más? Como fue el caso de Barrancones…

Es que Piñera era porfiado. Maquiavelo dice que en los políticos, las virtudes y los defectos tienden a confundirse. Piñera era porfiado, era llevado de sus ideas, pero esa porfía se transformaba en tenacidad cuando se trataba de rescatar a los mineros. En el tema que planteas, de Barrancones, se conversó y él tomó la decisión que yo creo que no era lo que correspondía. Si Piñera no hubiera sido porfiado, probablemente tampoco habría sido tan tenaz y tan perseverante, porque al final estamos hablando de lo mismo. Era el mismo Piñera. Entonces, ¿esa es una virtud o un defecto?

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