Economia

La felicidad en la era de lo imperfecto

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Por Su Rojas, periodista especializada en comunicación estratégica y sostenibilidad empresarial #SoyPromociona

Su Rojas, periodista especializada en comunicación estratégica y sostenibilidad empresarial #SoyPromociona

Uno de los resabios que dejó 2020 fue la necesidad casi enfermiza de sentirnos felices todo el tiempo y en todas partes. Una frenética carrera para estar armonizados, cómodos y conformes con nuestros trabajos, familias, decisiones y, por cierto, con nuestras expectativas de lo que eso significa. Apalancada en la influencia de las redes sociales, la llamada “tiranía de la felicidad”, encuentra la legitimidad necesaria para transformar los anhelos de una humanidad amenazada por múltiples crisis, en imperativos éticos que ahondan la fractura social.

Los altos niveles de polarización ideológica respecto a los sistemas que sostenían el progreso humano, se evidencian en el retroceso o en el mínimo avance que los países experimentan para lograr acuerdos. Materias cruciales para nuestro futuro como la eficacia del capitalismo como sistema económico; el valor de la democracia como soporte político ante desafíos colectivos o las transformaciones sobre cómo producimos y consumimos en un planeta agotado, son muestra de ello.

Arrastramos brechas inmensas; riesgos aún mayores y las transformaciones que debemos acelerar son tantas que ¿cómo lograrlo sin confiar en otros? ¿Cómo intentar el cambio profundo sin permitirnos fracasar? ¿Cómo construir un futuro colectivo sin soñar juntos?

Asumir que esa imperiosa necesidad de bienestar no es un sello de esta era, es un primer paso. Por siglos, la búsqueda de la felicidad ha sido materia humana y son tantos los estudios y teorías que indagan en qué significa ser felices que no es difícil caer en cuenta que el ser humano siempre ha perseguido lo mismo y ha encontrado tantas respuestas como contextos. Sin embargo, el anhelo sigue ahí.

Aceptar que el equilibrio que deseamos solo es posible en el desequilibrio que negamos, será un segundo paso. Renunciar al ideal de habitar solo un lado de la ecuación, nos permitiría habilitar la resiliencia y la flexibilidad, capacidades básicas para el futuro.

Una vez que hayamos activado estas dos palancas, el proceso de la transformación estará sucediendo. Pero cambiar la piel de la humanidad requiere una nueva épica, y el tercer paso y quizás el más complejo, será comunicar el camino que estamos recorriendo, pero desde un sitio común.

No hay experiencia más igualitaria y transversal que el error. Es la equivocación y no el éxito lo que nos asemeja y seguir omitiendo la pulsión natural que nos hace cambiar solo acrecienta el abismo que vive en el mundo de las ideas. Mirar a los otros con confianza requiere una nueva base valórica.

Necesitamos aprender a contar historias desde las intenciones, los deseos y los obstáculos; historias simples, directas y verosímiles que nos sirvan de reflejo; solo así el pluralismo podrá hacer su entrada erradicando el anclaje que el pensamiento binario nos impone. Transformarnos no requiere que pensemos lo mismo, solo necesitamos encontrar un deseo común que nos de la capacidad de ver en otros, el coraje suficiente para conseguir la aspiración colectiva: ser felices.

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