“Yo tenía 7 años. En 1968 mi mamá se separó y nos llevó a Santiago. Allí conocí por primera vez un taller de joyería”, recuerda Mauricio Molina, creador de la joyería Maosví. A partir de ese momento, nunca paró. Creció toda su vida rodeado de la fabricación y venta de joyería fina, pues su familia también trabajaba en el negocio, y eso lo llevó a emprender y buscar su propio camino. Hoy basa su empresa en la transformación de esas joyas a su estilo y, como dice el lema de su sitio web oficial, quiere ser la joyería más prestigiosa de Villarrica, con diseños innovadores propios del territorio.
“Cuando llegué a este mundo me encantó el detalle, el orden, cómo era el taller, la gente trabajando con las manos. Me llamó la atención”, dice el orfebre. Después se fue a Brasil a estudiar y trabajar en otras cosas, pero siempre tuvo la idea de volver al taller. Y él hizo. A los 17 años aprendió a soldar y empezó de a poco. “Recuerdo que mi primer cierre de collar me tomó como 4 semanas enteras y poco a poco comencé a tomar el ritmo”, confiesa.
Como maestros tuvo a su padrastro y luego a Gilberto Espinosa Coulon, un conocido joyero que tiene su tienda en la calle San Antonio 31, en Santiago. Con él aprendió sobre joyería fina, cómo diferenciar los diamantes y cómo hacerlos. Pero su camino se fue inclinando cada vez más hacia la joyería rústica. Fue así como conoció a su tutora Carolina Martínez Gil, fundadora de Artesanía Morita Gil. “Ella viajó por todo el mundo y me ayudó mucho en ese aspecto porque soy muy autodidacta. También tengo mis cursos de seminario, pero no estudié en ninguna universidad. Todo es muy del alma, de estar bien conmigo mismo para poder crear”.
Entusiasmado con la idea de crear su propio negocio de orfebrería, y sumando sus conocimientos en joyería fina y rústica, Mauricio Molina fundó Maosví en 1994, marca que resultó de la mezcla de su nombre con el de su exesposa, a quien él se casó. En ese tiempo. Juntos decidieron que no querían vivir en Santiago. Si bien no era un rubro sobreexplotado en ese momento, la ciudad aún brindaba demasiada competencia y saturación de negocios, además de los impuestos que le resultaban muy costosos en ese momento.
La idea de ir al sur no sólo tenía sus raíces en esa realidad. Además, no le molestaba criar a sus hijos en el ruido de Santiago. Así que decidió ir al sur. “Salimos en una camioneta con la máquina principal, que era una laminadora, unas herramientas y listo. Y me fui al sur”, dice. Empezaron a vender joyas que eran una mezcla de plata, oro amarillo por encargo y poco a poco fueron añadiendo otros materiales. “Era una cajita con 7 anillos que vendíamos, de Valdivia a Villarrica. Así empezó todo”.
El molino era para las piezas iniciales. De un lingote sale algo plano en forma de barra, y de ahí salen todos los elementos que utilizan para sus artesanías, varias toneladas.
Pero en el sur encontró nuevas formas de llegar a las materias primas. Un proceso que para él tenía mucho sentido por el nivel de conexión con el territorio en el que vivía en ese momento, y que, además, le daba un valor extra a su negocio. Por ejemplo, después de hacer varios viajes de trekking a la montaña, se dio cuenta de que el camino estaba lleno de piedras volcánicas. “Le dije a mi pareja: ¿Qué hacemos con tantas piedras negras lindas? Porque sería muy lindo, solo o combinado con plata”, dice el orfebre. Y luego empezó a llevarla de regreso al taller en sacos.
Así, con el tiempo, Maosví se ha profesionalizado en el arte de hacer bisutería mixta, alianzas, aretes, collares y más. “Hemos hecho mucho de eso y con diseños mapuche. He ido haciendo una fusión de cultura y con todo lo que aquí me ha mostrado la naturaleza”, confiesa. También ha sido parte de su creación con el picoyo, un fósil que se encuentra dentro de la araucaria, y que sale de la rama de un árbol que ya está muerto. “Es un trabajo riguroso y muy respetuoso. El árbol, por ejemplo, tiene que tener por lo menos dos mil ocho mil años para poder sacar el picoyo, y tiene que estar muy podrido para poder sacarlo. Es como el ámbar de Chile, una madera de color rojo intenso que se pule y brilla como un espejo”.
Si bien el proceso de recolección es menos metódico, ya que apunta a la sustentabilidad y lo que la naturaleza brinda en ese momento, el apartado técnico sí tiene sus especificaciones. Mauricio Molina explica que estos materiales tienen un largo tratamiento de lapidado y desgastado, donde se trabaja la piedra elegida para que no quede tan esponjosa como al principio (la piedra volcánica es muy porosa), ya que necesita ser compacta y no arenosa para poder ser insertado entre dos placas de metal para protección.
Actualmente no existe una legislación que formalice esta recolección más bien artesanal, y por ello se rigen por los mismos pasos de la naturaleza para ir a la obtención de los materiales. “Aquí las piedras vienen de arriba, son arrastradas por el agua y algunas están muy pulidas. Te metes al río y ya está. Voy, salgo temprano cuando quiero dar un paseo y me encuentro fácilmente. Incluso en el mismo lago es suficiente para mí. Siempre la hay”, explica Molina.
El descubrimiento de la materia prima fue entonces finalmente algo que nació de caminar y conocer el sector donde vivía con su familia, conectándose con el entorno. Según él, este proceso de inspiración es el que más le ha ayudado para poder seguir en el campo. “Las subidas al volcán, los piñones, los árboles, todo eso es inspiración y me da una base geométrica, que no tiene que ser siempre recta. La estructura es esencial y nunca es rígida”, comenta el fundador. Dentro de sus reglas está respetar siempre la naturaleza y mantener los diseños de sus joyas de esa manera. Uno sostenible.
La joyería rústica llama mucho la atención. Hoy Maosví tiene muchos clientes que generalmente vienen por los aretes y anillos pero finalmente compran anillos de boda y otras joyas por encargo. “Todo lo que se hace con piedras volcánicas tiene una época, porque aquí, como es una zona turística, hay más ventas en ciertos horarios por el alto volumen de visitantes”, explica. Pero en lo que resta del año, sus ventas en el sur y en otras regiones (luego de la pandemia volcaron a envíos a todo Chile e impulsaron sus ventas online a través de redes sociales y página web) como Antofagasta, se mantienen altas. “Aquí en el sur me compran joyas tradicionales, porque están acostumbrados a otras materias primas, pero por lo demás es una novedad”.
Y así ha prosperado su iniciativa. En plena pandemia, la gente seguía interesada en las joyas más rústicas. El fundador de Maosví especula que podría ser por el confinamiento, pero que, aunque no había ni siquiera horarios legales para casarse, seguían pidiendo anillos de boda, incluso por dos millones de pesos.
Para el futuro espera poder educarse mucho más en el arte de los materiales, para seguir innovando con su negocio. “Mi idea es viajar a Italia si es posible para hacer un taller, un curso. Mi objetivo es tratar de tener una tienda en cada ciudad, en cada región, si es posible”, confiesa. Además, como sabe que la digitalización ha llegado para quedarse, espera poder sacar mucho más partido a la información y las ventas por Internet, algo que cree que impulsará a Maosví hacia nuevos horizontes.
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