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Economia

La política monetaria (una vez más) se roba la película

Martina E. Galindez

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Las cifras de inflación de enero y febrero sorprendieron al alza, junto a un incremento inesperado en el tipo de cambio que lleva, necesariamente, a presiones sobre los precios de productos importados. Sumado a lo anterior, el valor de los combustibles se ha elevado. Como es de esperar, entonces, las proyecciones de inflación para 2024 han subido, sugiriendo que a fin de año se ubicaría casi un punto por sobre la meta de 3%.

¿Qué debiera hacer el Banco Central?

La política monetaria mira a un horizonte de dos años, frente al que la inflación se ve efectivamente anclada en 3%. Se cumple entonces el primer requisito para nuevos y contundentes recortes, reconociendo que la tasa aún se ubica en valores altamente contractivos. En segundo lugar, la economía reconoce holguras de capacidad, dando cuenta del ajuste que se hizo para corregir los desequilibrios macro incubados en la pandemia.

“¿Debe revisarse el ritmo de la normalización monetaria? Sí. Mayormente por cautela, el Central debe graduar la dosis de recortes en la TPM para no arriesgar un desanclaje en las expectativas inflacionarias y evitar mayores presiones en el tipo de cambio”.

Además, aunque el crecimiento del PIB en 2023 estuvo por sobre lo previsto, se revisaron a la baja los dos años previos, de modo que el nivel de actividad que hoy se reconoce es inferior al estimado hace unos meses. Esto evidenciaría holguras de capacidad más amplias de lo que se preveía. Este hecho, más allá de las presiones inflacionarias que se reconocen en el corto plazo, asociado a factores de oferta, asegura que hacia el mediano plazo la inflación irá convergiendo a la meta.

¿Debe revisarse el ritmo de la normalización monetaria? Sí. Mayormente por cautela, los bancos centrales deben graduar la dosis de recortes en la tasa de política de forma de no arriesgar un desanclaje en las expectativas inflacionarias y evitar mayores presiones en el tipo de cambio. La neutralidad se alcanzaría a inicios del próximo año, algo más tardíamente de lo previsto en enero pasado, cuando el Central nos decía que llevaría la tasa de política a 4% en el segundo semestre.

A nivel global vemos una dinámica similar. El mercado se mostraba muy optimista sobre el control de la inflación en EEUU a comienzos de año, anticipando, en ese entonces, fuertes y tempranos recortes en la tasa de política de la Fed. Hoy se advierte que eso ocurriría a partir de junio. Lo mismo se lee para la zona euro, que también ha visto una inflación algo más “pegajosa”. De cualquier manera, vemos que la normalización monetaria comienza a instalarse mundialmente, dando paso a un proceso que borrará los últimos vestigios de la pandemia.

Como corolario, tenemos que, tanto para la política monetaria como para el resto de las políticas públicas, es necesario apoyarse en fundamentos técnicos, más allá de lo que depare la coyuntura. El Banco Central, por cierto, los maneja y entiende bien, pero en otras dimensiones pareciera no existir el mismo convencimiento. El reajuste de salarios debe estar alineado con una mayor productividad. Eso requiere de mejor educación, capacitación y tecnología. Mayores recursos para gasto social, mejores oportunidades y mayor equidad exigen crecimiento económico, el que se debe impulsar con fuerza. Para hacerlo se ordena una mayor y mejor inversión, además de, nuevamente, incrementos en la productividad.

Finalmente, vinculado con lo anterior, no se puede alcanzar un mayor desarrollo sin reconocer que es indispensable sostener los equilibrios económicos y dar señales de estabilidad y seguridad. A buen entendedor, pocas palabras.

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