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Por qué aún amamos a Nido de Ratas

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El novelista Budd Schulberg se topó en la prensa con una historia que lo desconcertó: los muelles de Nueva Jersey y Nueva York eran foco de crímenes, robos, extorsiones y toda clase de sombrías historias protagonizadas por líderes sindicales transformados en mafiosos. No mucho tiempo después le ofrecieron la posibilidad de escribir una película a partir de esos artículos que el periodista Malcolm Johnson publicó en The New York Sun (premiados con el Pulitzer en 1949) y él, un defensor de los derechos laborales, asumió el encargo como una misión personal.

Schulberg se sumergió a fondo en lo que vivían los trabajadores portuarios y dio forma a un guión con todas las de la ley. Sin embargo, la idea no encontró acogida en Hollywood y el escritor se vio obligado a adquirir él mismo los derechos del material periodístico. Todo podría haber naufragado de no haber sido porque entró en escena un director que no conocía pero con el que compartía una sensibilidad. Juntos dieron vida a Nido de ratas (1954), el clásico que este domingo 28 celebra su aniversario 70.

Elia Kazan ya era un cineasta consolidado cuando se presentó en la puerta de la granja de Budd Schulberg con el interés de hacer una película fuera del circuito de los grandes estudios. Lo avalaban títulos como La luz es para todos (1947) y Un tranvía llamado deseo (1951), producciones justamente hecha bajo el alero de las majors. El empuje de ambos no fue suficiente: la dupla se encontró con que era una pesadilla financiarla. Recuperaron el aire solo cuando apareció Sam Spiegel, quien se mostró dispuesto a hacerla con un presupuesto reducido y en poco más de un mes de rodaje.

El director asumió la tarea y filmó el largometraje en el tiempo acordado en Nueva Jersey. Le dio al material ribetes trágicos, convirtiendo a Terry Malloy (Marlon Brando) en una perfecta amalgama de las contradicciones del humano y su actuar ante las injusticias del mundo. Reflexión sobre la corrupción, los principios y la culpa, fue imposible no leerla como un descargo de Kazan tras su testimonio ante el Comité de Actividades Antinorteamericanas en 1952 –donde delató a compañeros de su célula comunista–, un acto que gatilló que el mote de “traidor” lo acompañara hasta sus últimos días.

Puede que algunos lo prefieran como Stanley Kowalski en Un tranvía llamado deseo (1951) o como Johnny Strabler en El salvaje (1953). Otros seguramente no pueden evitar elegir a su gigantesco Vito Corleone de El Padrino (1972).

Lo cierto es que Marlon Brando pocas veces estuvo mejor que en Nido de ratas, donde se apodera de la pantalla interpretando a Terry Malloy, el boxeador reconvertido en estibador que se enfrenta al corrupto jefe de la mafia sindical. Dueño de un pasado turbulento y de un presente confuso, es la encarnación misma de todos los temas que convirtieron al filme de Kazan en un clásico imbatible del cine estadounidense.

Pese a que su interpretación pasó a la historia, el director consideró seriamente a otro contemporáneo: Paul Newman. “Si no conseguimos a Brando, voto por Paul Newman. Este chico definitivamente será una estrella de cine. No tengo la menor duda. Es tan guapo como Brando, y su masculinidad, que es fuerte, también es más real. Todavía no es tan buen actor como Brando, y probablemente nunca lo será. Pero es un muy buen actor con mucho poder, mucho interior, mucho sexo”, escribió en una carta enviada a Budd Schulberg en julio de 1953.

Elia Kazan confió en dos rostros ajenos a la pantalla grande para interpretar a papeles clave de la historia. Rod Steiger, quien sólo había actuado en una película en 1951, se pone en la piel de Charley, el hermano de Terry Malloy. Eva Marie Saint, con experiencia en teatro y televisión, es Edie, la blonda enamorada del protagonista (y hermana del hombre fallecido que desencadena los hechos de la trama). Aportan ingredientes situados en las antípodas: ferocidad versus sensibilidad, amoralidad versus dignidad. Ella ganó el Oscar a Mejor actriz de reparto y él estuvo nominado a la premiación.

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