Esa noche parecía que nadie dormía en el pequeño apartamento de Manhattan. David y su esposa se tomaron de la mano en la cama en silencio. Un par de amigos se habían instalado en la sala para acompañarlos. Los ruidos de la calle se filtraban desde el exterior a primera hora de la mañana. David creyó escuchar un débil rasgueo de guitarra desde la habitación de Arturo, el hijo menor. Los dos mayores, Jacobo y Pablo, habían cogido un avión rumbo a Portland con una triste misión. David cerró los ojos, sin darse cuenta, y los abrió a las siete de la mañana, sobresaltado por “la punzada de angustia en su vientre por la muerte de mi hijo Jacobo, que teníamos programada para las siete de la noche, hora de Portland, las 10 de la noche en Nueva York”.
Con esa escena comienza La luz dificilla novela más elogiada del escritor colombiano Tomás González. Autor de una narrativa que explora la fragilidad de la existencia, con una voz contenida, una prosa que destaca por su musicalidad y resonancias poéticas, la novela le otorgó un amplio reconocimiento internacional, que de alguna manera ha roto la imagen de autor secreto que lo acompañó durante años. Una imagen de discreción a la que él mismo contribuyó: suele evitar entrevistas y apariciones públicas.
Precisamente, después de leer La luz más difícilel escritor austriaco y premio Nobel Elfriede Jelinek Dijo: “Tuve la sensación de que es un escritor de gran pureza (…). Alguien con potencial para convertirse en un clásico de la literatura latinoamericana”.
Traducido al inglés, francés y alemán, entre otros idiomas, fue reconocido en agosto pasado con el Premio Iberoamericano Manuel Rojas que otorga el Ministerio de Cultura de Chile. “Su obra es una de las más sólidas y contundentes de la literatura colombiana contemporánea y un tesoro hasta ahora escondido de la literatura latinoamericana”, destacó el jurado integrado por Mariana Enríquez, Pilar Quintana, Diego Zúñiga, Camila Fabbri y Marcelo Mellado.
La misma idea recogió el diario español El País, que acaba de ponerla en portada del suplemento Babelia: “El clásico oculto de las letras latinoamericanas”.
-El reconocimiento que más me ha conmovido y hasta impactado fue el que recibí cuando tenía 33 años por parte de los clientes del club de música salsa. Disfrute paganode Bogotá, luego de publicar allí la primera edición, artesanal, de Primero fue el mar. Y ahora el premio que me dieron en Chile, que es un reconocimiento a mis 50 años de trabajo con la palabra. Ambos me sorprendieron. Ahora mis libros se están consolidando internacionalmente, lo que, por supuesto, me hace feliz.
Nacido en Medellín en 1950, Tomás González estudió Filosofía durante unos años en la Universidad Nacional de Colombia. A principios de los 80 trabajó en El Goce Pagano, un club de salsa en el centro de Bogotá, donde solían presentarse Gabriel García Márquez y sus amigos, y donde González ejerció de bartender, camarero y cajero mientras escribía su primera novela. Su mujer, Dora, y el dueño del bar financiaron la primera edición.
Poco después partió con su familia a Miami y luego a Nueva York, donde escribió Antes del olvido y La historia de Horacio.. A finales de la década de 1990, a su esposa le diagnosticaron esclerosis múltiple, una enfermedad larga y dolorosa. En aquel momento, en su apartamento de Manhattan, empezó a darle forma La luz dificil. A mediados de la década de 2000 regresó a Colombia y se instaló en una casa en el cerro, frente al embalse de Guatapé, en Antioquia, en un entorno rodeado de vegetación, presencia muy significativa en su obra.
Como se dijo Juan Gabriel Vásquez En el diario británico The Guardian, “Tomás González se ha convertido en uno de los novelistas más importantes de su país y sigue ganando lectores”.
¿Cómo recuerdas el origen de La luz dificil?
Durante muchos años quise escribir una historia que tocara el límite de la aflicción humana. Tomé notas, miré de un lado a otro y no encontré el camino. Estaba trabajando como traductor en Nueva York para una serie de HBO sobre la vida de los atletas, y un día traduje la historia de un esquiador que quedó parapléjico después de un accidente deportivo y sufrió un dolor insoportable e intratable. Dolores fantasmas los llaman. Cuando no pudo más, su hermano lo ayudó a poner fin a su dolor, es decir, le encontró la institución y el médico que le practicó la eutanasia. Entonces me di cuenta de que ya tenía todo lo que necesitaba para mi historia y sólo era cuestión de escribirla. Lo ubiqué en Second Street y Second Street, en Manhattan, donde viví muchos años con mi primera esposa, Dora, ya fallecida, y mi hijo, Lucas. Yo misma hacía de protagonista imaginaria, Dora era la madre y Lucas hacía de hermano y también de paciente, y también de otro hermano. (“Me hiciste tres”, me dijo al leerlo). De repente todos los elementos se juntaron y terminé de componerlo en dos años o algo así, relativamente rápido, considerando mi lentitud natural para escribir.
Ansiedad y tristeza por la muerte de su hijo Jacobo, la pérdida de la visión, la vejez, se expresan y entrelazan en la voz de David, sin dejar de pensar en el arte. ¿Cómo la encontraste?
La escritura tiene mucha actuación. El escritor se pone en la piel del personaje y vive y sufre con él, como lo hacen los actores. Se trataba de extrapolar las propias aflicciones, la propia vejez, la tremenda enfermedad que padeció Dora (esclerosis múltiple) y la posibilidad de su eutanasia, y ahí apareció la ansiedad y la tristeza en la voz de David. Las reflexiones e inquietudes sobre el arte también fueron tomadas en gran medida de lo que yo mismo pienso sobre esos temas.
La novela es profundamente conmovedora y de gran belleza, pero al mismo tiempo de gran moderación. Armonizar emoción y sobriedad es un desafío enorme, ¿cómo trabajaste en ello?
Cada persona y cada personaje expresa sus emociones de manera diferente. Los hay exuberantes y los hay contenidos. La labor del escritor es encontrar el camino adecuado en cada caso y creo que esto se hace por intuición o quizás de oído.
¿Qué opinas sobre la eutanasia y la muerte digna?
En mi opinión, cada persona debería tener la libertad de decidir cuándo poner fin a su vida. No tiene por qué haber restricciones ni leyes al respecto. Y no importa si la persona no está mortalmente enferma, sino simplemente cansada de vivir. Lo único que importa es tu decisión.
La luz dificil Es un título hermoso. En sus libros la naturaleza o los elementos naturales (la selva, el mar, la luz) juegan un papel importante. ¿A qué responde?
Las ciudades nos han creado la ilusión de que podemos separarnos de la naturaleza. No podemos. Las selvas del Amazonas están presentes en cada bocanada de aire que respiramos, incluso si estamos en la Calle Décima y Carrera Décima de Bogotá tratando de no empaparnos con el agua que algún autobús del transporte público levanta de un charco. Sin las selvas nos faltaría aire dondequiera que estemos, y también nos faltaría agua. Cuando escribo trato de que esto esté siempre presente, ya sea en historias urbanas, como Verdor, o en La luz dificil mismo.
violencia
Recientemente ha vuelto a las librerías Primero fue el marsu primera novela. En él cuenta la historia de J. y Elena, dos jóvenes que deciden dejar la vida urbana y trasladarse a vivir junto a la naturaleza, en un terreno aislado, entre el mar y la selva. El plan es simple y parece un proyecto idílico, pero inesperadamente termina en tragedia. La novela está inspirada en Daniel, el hermano del autor, quien perseguía el mismo sueño y fue asesinado por uno de sus empleados.
El libro acaba de ser republicado. ¿Cómo ve aquella obra escrita hoy hace más de 40 años?
Creo que ya está todo contenido en él. Si bien cada narrativa tiene su propia temática y su propia forma de desarrollarse, me parece que no ha habido cambios drásticos en el estilo ni en lo que llaman temática: me siguen sorprendiendo las mismas cosas, la naturaleza ha seguido estando presente, incluso en mis narrativas urbanas, y también hay una preocupación constante por el origen y el fin de las cosas.
Primero fue el mar Está inspirado en la muerte de su hermano. ¿Qué te motivó a escribir sobre ello?
Por un lado, la necesidad de comprender lo sucedido y, por el otro, la historia misma, la belleza del lugar y la ineluctabilidad de los acontecimientos, sus proporciones estéticas de tragedia. Existía, por tanto, un motivo personal y otro artesanal o artístico, digamos
J. y Elena, los protagonistas, buscaron el paraíso en un lugar aislado, entre la selva y el mar. Una imagen idílica que, sin embargo, poco a poco va tomando la forma de una realidad hostil, dura y tormentosa. ¿Era tu sueño una utopía?
No estoy seguro. La falta de dinero pudo haber sido lo que más contribuyó a la tragedia. Si hubieran tenido un pequeño ingreso fijo y no despilfarrador, tal vez lo habrían logrado, si es que hay algo que no se puede desperdiciar. No tenemos forma de saberlo. El destino es el destino después de todo.
Colombia en los años 80 fue sacudida por la violencia. Abandonan la ciudad en busca de un ambiente de paz y belleza, pero la violencia los alcanza de todos modos. ¿Es imposible escapar de la violencia?
Se podría decir, con buenos argumentos, que la vida misma es violenta por definición. Pensemos en la tela de araña, en el león y la gacela, en los búfalos y las flechas. En ese sentido, no hay forma de escapar: a la gallina le retuercen el cuello, a la tortuga el hacha. Algunas criaturas viven devorando a otras, eso no hay quien lo cambie, y sólo Dios es responsable de esa violencia. Otra cosa es el mal, que es la crueldad humana. J. y Elena no lograron escapar de aquello, como no ha logrado hacerlo la humanidad desde que comenzó el mal, hace miles de años. No creo que nadie sepa cuántos, aunque hay quienes dicen que empezó con la propiedad privada.
de publicación reciente Ver hacia el abismoUn libro de cuentos, ¿cómo se vincula con el resto de tu obra?
A sus 75 años, lo que podríamos llamar el abismo del tiempo comienza a aparecer con gran claridad y concreción. O muerte, para usar esa palabra difamada y temida. Mi idea al escribir vista del abismoque es una colección de historias todas ellas ambientadas en la represa de Guatapé, en cuyo fondo yace un pueblo enterrado en el barro, fue abrir en cada una de ellas una grieta por la que asomarnos al… abismo. La del tiempo, la de la muerte, la de los sentimientos. Todos los abismos, el abismo, parafraseando a Julio Cortázar. Hay una continuidad con mis trabajos anteriores y siento que con estas historias logré romper, al menos un poco, mis propios límites en cuanto al uso de las palabras.
La escritora y Premio Nobel Elfriede Jelinek cree que usted es una escritora llamada a ser un clásico latinoamericano. ¿Qué opinas de esa idea?
No tenemos forma de saberlo. Quizás sí, quizás no. Estas cosas tienen su propia forma de moverse y por eso son impredecibles. En este escrito las únicas variables que podemos controlar a medias son la concentración y el tiempo de trabajo. El resto está fuera de nuestras manos. El escritor podría promocionar sus propios libros y así darles resonancia artística y comercial por un tiempo, pero en mi opinión los lectores, a lo largo de muchos años, son quienes deciden cuál es su verdadera importancia.
