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Un reencuentro con un amor del pasado me hizo ver que no era feliz en mi matrimonio

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“Hace tres semanas tuve la ocurrencia de mandarle un mensaje por Instagram a un ex de hace más de 20 años. Era el cumpleaños de mi hermana y me puse a indagar en fotos antiguas hasta que encontré una caja de recuerdos en la que tenía guardada una agenda del año 96. De curiosa, revisé el directorio telefónico y me apareció su nombre, su dirección y su teléfono. Justo dos meses atrás me había fijado, muy a la pasada, que me había empezado a seguir en Instagram y que por sus fotos, lo más probable es que se hubiese separado. No sabía hace cuánto ni por qué, y la verdad es que más que llamarme la atención de manera pasajera, no sentí mucho. Aun así, cuando encontré sus datos en mi agenda, le mandé un pantallazo y empezamos a hablar.

Me dijo que de alguna u otra forma siempre se había arrepentido de que entre nosotros no hubiera pasado nada más. Lo nuestro habían sido unos besos y abrazos de adolescentes, cuando éramos aún tímidos y chicos. Me dijo: ‘Siempre me quedé con las ganas, pero veo por tus fotos que eres feliz’, a lo que yo le respondí: ‘No todo lo que aparece en las redes es real’.

Y es que la verdad es que me casé hace 12 años, tengo un hijo de cinco que tiene una discapacidad genética que le pasé yo –la porto pero no la padezco– y mi matrimonio, en especial después del diagnóstico de mi hijo, se ha transformado en una buena convivencia, en buenos compañeros de labores, pero no más que eso. Y lo más fuerte es que pasé muchos años normalizando esa realidad, convenciéndome de que si éramos buenos padres y hacíamos un buen equipo, no había para qué tener intimidad y complicidad. Me dije a mí misma que todo estaba bien, que se podía vivir así, y me fui inventando una realidad. Pero la verdad es que la desilusión y el aburrimiento pasan la cuenta, y con el tiempo me encontré buscando maneras de evadir.

Pasaron unos días desde que le mandé el pantallazo a mi ex y quedamos en juntarnos. En un principio dijimos el 15 de diciembre, pero no me aguanté y el 8 le dije que estaba cerca de su casa. Estaba muy nerviosa pero él, que siempre ha sido muy canchero, encontró la manera de hacerme sentir en confianza. Apenas vi su cara y su mirada, me derretí. Éramos otras personas, teníamos 20 años más, no sabíamos nada el uno del otro, nuestros cuerpos eran otros, pero de base, seguía viendo ahí, al frente mío, todo lo que en algún minuto me encantó de él. Aun así, no podía creer que estaba poniendo en riesgo mi matrimonio por un encuentro casual con un pololo fugaz que tuve en la adolescencia. Ese día hablamos y nos dimos unos besos.

Al día siguiente él me expresó que le complicaba estar en una relación y más aun meterse en un matrimonio, porque no quería dar paso a una situación problemática. Yo lo llamé y le dije ‘mira, esto es para que nos saquemos las ganas’. Le expliqué que mi vida era monótona y que estar con él me había hecho revivir temporalmente, pero que yo tampoco estaba en plan de enamorarme. Él estaba recién volviendo a la soltería y yo tampoco le hubiese pedido eso. No sé muy bien si fue lo que realmente le quise decir, pero en su minuto, entre la adrenalina y la euforia de estar viviendo algo prohibido, fue lo que salió. Quedamos de juntarnos una última vez.

En el segundo encuentro, nos vimos y fue como conocernos de nuevo, reconocernos entre nosotros y nuestros cuerpos. Todo se dio de manera muy bonita y con mucho cuidado y cariño. Y admito que estando ahí, en su espacio y en una instancia de relajo, se me cruzó por la cabeza que eso que estaba viviendo era una posibilidad. Pero rápidamente acepté mi realidad. Nos dijimos palabras de cierre y acordamos que ese sería el único encuentro; no nos veíamos hace 20 años y nuestras vidas eran incompatibles. Él habló del destiempo y de la mala suerte, que nunca nos habíamos encontrado los dos solteros. Y yo volví a mi hogar.

No sé de dónde surgió el impulso de hablarle esa primera vez por redes, pero lo que sí sé ahora es que hacerlo fue lo último que tuve que hacer para reafirmar que así como estoy, no estoy contenta ni satisfecha. Lo había evadido mucho tiempo, y juntarme con él fue parte de esa hermosa evasión, pero a su vez fue como una cachetada fuerte en la que no me quedó otra que asumir que algo había que cambiar.

En estos días en los que he estado dándome cuenta de eso, hemos tenido conversaciones muy sinceras y a ratos duras con mi marido; le propuse hacer terapia de pareja o en definitiva separarnos, porque lo cierto es que me di cuenta que por mucho tiempo había estado haciendo cosas para mantenerlo contento a él, sin necesariamente considerar mis deseos o necesidades, que quedaron relegados luego del diagnóstico de mi hijo. Ahora me está quedando mucho más claro el panorama y creo que a estas alturas, al menos hay que tener cierta claridad con respecto a la dirección en la que me quiero encaminar”.

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