El próximo domingo se celebrarán las elecciones presidenciales y parlamentarias en un contexto donde varias propuestas podrían implicar retrocesos democráticos. El riesgo no está en los objetivos de estas propuestas -eficiencia, orden o seguridad- sino en los medios para alcanzarlos. Estos podrían subordinar principios constitucionales básicos como la separación de poderes, la deliberación, el control interinstitucional y el respeto a los derechos fundamentales. Por tanto, votar requiere un discernimiento más riguroso.
¿Estamos dispuestos a sacrificar libertades para calmar el miedo? En tiempos de inseguridad, a menudo se ofrecen soluciones rápidas a expensas de las libertades básicas. Pero la democracia no se mide por su capacidad de castigar, sino por su compromiso con los límites al poder. Prometer seguridad suspendiendo derechos equivale a sustituir el Estado de Derecho por un Estado de Excepción permanente. Esta cuestión también requiere una reflexión adicional: en las aberraciones autoritarias, los derechos que primero se violan son los de quienes pertenecen a grupos desfavorecidos. La pregunta entonces se vuelve personal: ¿estamos dispuestos a sacrificar los derechos de los demás para mitigar nuestro miedo?
¿Qué pasa con la democracia cuando se aplaude la concentración del poder para lograr una supuesta mayor eficiencia? El elector debe considerar si las propuestas debilitan los pesos y contrapesos de los órganos del Estado, si deterioran la independencia del Poder Judicial, o si, por el contrario, concentran poderes en el Ejecutivo. En una democracia constitucional, gobernar sin políticos o sin Congreso no es una innovación, sino más bien una regresión, una renuncia al pluralismo y a la deliberación. No en vano, desde la Revolución Francesa se ha sostenido que un Estado que no ha establecido la separación de poderes ni la garantía de derechos carece de Constitución.
¿Qué sociedad se construye cuando se sacrifica la igualdad para ahorrar? Austeridad significa dejar de gastar en lo innecesario para cubrir lo necesario. Por eso es importante advertir si las propuestas en nombre de la austeridad implican la exclusión de ciertos sectores de la sociedad.
¿Qué imagen de Chile queremos proyectar al mundo? ¿La de un país que retrocede en derechos o la de uno que los honra incluso en tiempos difíciles? Un Estado democrático es aquel que cumple con sus compromisos en materia de derechos humanos, migración y protección del medio ambiente. Propuestas como instalar minas antipersonal, endurecer las políticas migratorias o relativizar los tratados internacionales no sólo violan normas legales, sino que también debilitan el prestigio del país y su identidad democrática.
En resumen, votar el domingo no será sólo un acto de preferencia política, sino una expresión de compromiso moral, constitucional y democrático. Lo que está en juego no es sólo el rumbo del próximo gobierno, sino el tipo de democracia que sobrevivirá a las promesas de orden y eficiencia. Un voto exigente, informado y consciente del valor de la libertad es, en última instancia, la mejor salvaguarda de la democracia.
Por Miriam HenríquezDecano de la Facultad de Derecho, Universidad Alberto Hurtado
