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York, el helado de Playa Ancha: una historia con traspiés que ahora buscar llegar a todo Chile

Martina E. Galindez

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Comenzó la década del 70 en Valparaíso y en el Cerro Playa Ancha, los dueños de dos licorerías -Hugo Bensa y Carlos Pérez- comenzaron a gestar la idea de un emprendimiento que, con una serie de tropiezos, haría historia: Fábrica de helados de York.

Todo empezó cuando Bensa se pagó con 100 sacos de leche. El bonaerense, hijo de un inmigrante español, no sabía qué hacer, hasta que su proveedor de Bresler -Bernabé Galindo- le sugirió una idea que luego no podría sacarse de la cabeza: utilizar la leche para producir helado.

Bensa se entusiasmó y convenció a Pérez, que también era su cuñado, para comprar juntos las máquinas y hacer realidad el sueño.

“Le molestaba tanto que… Era muy insistente. Le dijo que hiciera helado, que no había muchas heladerías, hasta que por el cansancio (Pérez) dijo que sí”, relata. Eduardo Sobarzo (42), actual administrador general y conocedor de la historia de Helados York.

Fue así como Bensa y Pérez montaron su primera fábrica de helados. En un principio lo llamaron Torino y estaba ubicado en el Parque Alejo Barrios, donde se celebran anualmente las Fiestas Patrias en Valparaíso. La poca experiencia en heladería que tenían los socios hizo que el negocio no prosperara, tras lo cual decidieron separar y dividir los suministros y máquinas que tenían.

Cuando se produjo el golpe de Estado de 1973, Pérez tuvo que exiliarse y vender lo que quedaba de la fábrica. Y entonces Bensa le propuso a Galindo que compraran la empresa, todavía instalada en Alejo Barrios. Sin embargo, el negocio volvió a fracasar. Galindo, que se había quedado al frente del proyecto, duró una temporada y cerró.

Pero Bensa lo intentaría por tercera vez. La fábrica que había montado en la calle Levarte con las máquinas que conservó tras su división con Pérez, ya la que llamó Helados York, tampoco estaba dando sus frutos. Entonces volvió a recurrir a Galindo, porque “con su convencimiento, ceguera, tozudez, dijo ‘el único que puede asumir esto es Bernabé’ (Galindo)”, dice Sobarzo.

Y aunque el exvendedor de Bresler se negó en varias ocasiones, al final aceptó y a finales de los 70 se embarcó en el nuevo proyecto, y “acabó dirigiéndolo durante 38 años”, añade Sobarzo.

Foto: Dedvi Missene

El actual administrador (llegó en 2016) dice que los suegros de Bensa vivían en Nueva York (Estados Unidos). Y ella viajaba allí todos los inviernos, “para vivir siempre en verano”, dice. Fue después de uno de esos viajes que bautizó a la empresa con el nombre que la caracteriza, y que ya forma parte de la palabra de los porteños.

Al la receta, Sobarzo dice que entre ensayo y error, recién se terminó de cuajar en 1985. Y que a pesar de ajustar el producto a la normativa de etiquetado para pequeños productores de alimentación y no tener sellos y poder seguir vendiéndolo en colegios (2019), el sabor sigue siendo prácticamente el mismo.

Otras cosas, admite, han cambiado. Uno de ellos y, quizás, el más importante es la expansión de la empresa.

Desde que Sobarzo asumió como administrador, la venta de helados “ha crecido un 300%”, dice. Ya no solo se vende en Valparaíso y alrededores, sino también en Santiago, Rancagua, Talca, La Serena, Concepción y, recientemente, Antofagasta. La meta es llegar a todas las regiones del país en seis años, dice el administrador de la fábrica, y seguir expandiendo la empresa fundada en 1974.

Helados York también ha innovado con su posicionamiento en redes sociales y venta a través de su web (comercio electrónico), desde donde hace unos días se puede pedir el envío de cajas a domicilio (leche, agua y doble palet) dirigidas al público milenario, quien quiere “todo” entregatodo de inmediato”, explica Sobarzo.

También se han hecho cambios en la plantilla: ahora emplea solo a venezolanos, que se desempeñan como vendedores, repartidores, jornaleros, trabajadores de limpieza, manipuladores de alimentos y jefes de turno.

Este tipo de negocio es complejo porque trabajamos ocho meses y descansamos cuatro, entonces hay mucha rotación de personal. Y el extranjero viene a trabajar, es mucho trabajo. Y la fábrica requiere un gran compromiso de los trabajadores, y eso se ha logrado con mano de obra extranjera”, explica.

Y así lo avala Federico Peña, quien lleva cuatro años en la empresa. Dice que le gusta su trabajo porque “esta es una empresa que cada año veo que hay muchas mejoras. Desde que entré a la fecha, los cambios han sido muchos.

Lo que no cambiará es el icono de la empresa, dice Sobarzo: la ilustración de una niña -hija del fundador, Hugo Bensa- comiendo helado, logo característico de la empresa y que ya forma parte de la identidad y el imaginario del Puerto.

Helado de chocolate York.

“No le puedes tocar los Wanderers al porteño. Los Helados York no se pueden tocar, es como parte de su esencia como porteño, y eso ha caracterizado a la marca”, dice Sobarzo.

Patricio Rebolledo (58), vendedor de estos helados desde hace 11 años, tiene una apreciación similar: “El que viene a Valparaíso y no ha comido un York, es porque no ha venido” dice categórico.

El “posadero” -como se llama a los vendedores ambulantes de helados- tiene su recorrido armado: sale a las 10:30 am por la avenida Alemania -recorre la parte alta del Puerto- hasta llegar al Cerro Alegre, donde desciende al plano (centro), no sin antes pasar por dos miradores. Luego toma un bus con dirección a Viña del Mar. Allí te bajas en la 15 Norte, donde está el centro comercial. Y termina en la calle Quillota, hasta regresar al Puerto, a eso de las 5:30 pm

En la temporada de verano Rebolledo lo está haciendo bien, dice. Vende el York a $700 y critica que “el porteño es medio llorón, quieren que el que los vende deje el helado al mismo precio que lo venden en la fábrica ($200), y no se puede… el sacrificio que hace todo el día uno es grande”.

Aún así, a este hostelero le gusta vender esta marca de helado porque asegura que la gente lo prefiere al resto de alternativas. “Es un helado tradicional y es mejor, no tienen tantos químicos”.

Así, después de vender una paleta doble de chocolate en Cerro Alegre, Rebolledo sigue su camino y, alzando la voz, repite una y otra vez: “Helado Yooork, Helado Yooork”.

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