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Economia

La Constitución de la soberbia

Martina E. Galindez

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Constanza Hube

Mucho se ha dicho sobre las razones por las cuales la Convención Constituyente no habría logrado darle al país un nuevo pacto social que trajera consigo la tan ansiada paz.

Se ha argumentado que la gran razón del fracaso tuvo que ver con la composición desequilibrada de la Convención, incluida una representación insuficiente del sector de centroderecha, una representación excesiva de escaños reservados indígenas y representación de independientes, que estaban lejos de independientes (resultaron ser más radicales que el propio Partido Comunista).

“La soberbia fue la enfermedad terminal de la Convención que imposibilitó que se deliberara, que se escuchara a los expertos y que hubiera acuerdos transversales para construir una Constitución que uniera”.

La composición fue sin duda un factor relevante, pero si tuviera que resumirlo en una palabra, diría que el motivo del fracaso fue el orgullo. Este fue el gran protagonista de la Convención Constituyente desde el principio. Una mayoría febril por el poder desconoció desde el primer día el claro y limitado mandato que se le había otorgado, atribuyéndole facultades y atribuciones que no tenía, y restando legitimidad al proceso desde un inicio.

Esa soberbia que atravesó estos doce meses de funcionamiento de la Convención, hasta el último día, atribuyéndose, unos cuantos, la facultad de hacer “pequeños cambios” al borrador sin autorización del pleno y ocultando hasta el final el texto aprobado. Se le preguntó al exvicepresidente por qué el borrador “no se publicó” antes de la ceremonia de clausura, y la explicación fue que sentía que debía mostrar deferencia al presidente Boric.

Qué paradoja, los mismos que negaban la participación de los llamados “poderes constituidos”, ahora pretendían tenerles deferencia. De nuevo, la arrogancia fue mala consejera, ya que a la junta directiva le pareció que no era necesario mostrar deferencia a los propios constituyentes convencionales, que eran sus pares, ni a los ciudadanos, que eran quienes habilitaban el proceso constituyente.

Esta soberbia fue la verdadera enfermedad terminal que imposibilitó que se produjeran discusiones y deliberaciones, que se escuchara a los expertos y sus argumentos, y que existieran acuerdos transversales y la necesaria amistad cívica para construir una Constitución que uniera y no dividir o polarizar incluso más.

Independientemente de lo complejo y frustrante que ha sido este proceso, personalmente siento con la conciencia tranquila que hicimos todo lo que estuvo a nuestro alcance para representar mejor a los chilenos que nos eligieron.

Chile merece una buena Constitución, una que no divida entre buenos y malos, entre ganadores y perdedores, entre los que tienen derecho a hablar y otros que deben ser cancelados. Las Constituciones están llamadas a tomar los puntos que nos unen como país, no los que los dividen, confrontan o separan. Confío en que nuestro país dirá NO a esta soberbia Constitución, y que iniciaremos un camino para construir un pacto social que nos una.

#Constitución #soberbia

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