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Álvaro Ortúzar y la profesión de abogado

Martina E. Galindez

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En estos días lentos hay más tiempo para hablar. Un grupo de jóvenes recién graduados de ingenieros, arquitectos y diseñadores me contaron sobre varias cartas de abogados de su edad en las que expresaban su descontento por la actuación de colegas y jueces que habían actuado incorrectamente. Les digo que ellos y los mayores están profundamente preocupados por el daño que se ha causado a la profesión jurídica. Agrego que una de las cosas que debe caracterizar al jurista es su capacidad para satisfacer las necesidades de sus clientes actuando de buena fe y conforme a derecho.

Sin embargo, la conversación avanza y alguien sostiene que a menudo se ciernen sobre los abogados más jóvenes ciertos peligros que no advierten a tiempo. La competencia por adquirir una posición destacada entre sus pares, la urgencia de ganar un caso, la fama temprana, el dinero en cantidades. Tuve que admitir que algo así también puede distinguir a un abogado. El poder que confiere el título para asesorar y decidir sobre algunos de los bienes más preciados de las personas, su nombre, su honor, sus bienes, su libertad, es enorme. Cuanto mayor es el riesgo de ver a algunos de ellos lesionados, mayor es la influencia y control que tiene el abogado sobre sus clientes. Admito que también existe la tentación de beneficiarse del drama ajeno, de aparecer, de hacer públicas sus estrategias, de obtener reconocimiento en clasificaciones También pasan factura. Luego expresé que la dignidad del abogado se fundamenta en su propia conducta. Quienes han escrito expresando su decepción, y muchos otros, son claros y respetan las reglas de la decencia, la honorabilidad y el servicio leal a sus clientes. Lo que uno, ya con muchos años de experiencia profesional, desearía es reaccionar con la valentía que requieren las circunstancias actuales. ¿Por qué esperar a que el Colegio de Abogados tome decisiones? ¿Por qué confiar en los poderes del Estado y delegar en ellos la defensa de la abogacía? ¿Por qué dedicar nuestro tiempo a comentar los espantosos detalles de estos casos? ¿Y saber si los audios revelan nombres conocidos? ¿Por qué permitirnos, delante de los demás, sentirnos avergonzados de ser abogados y vernos obligados a expresar nuestro enfado en privado?

Alguien afirma que si las situaciones que estamos viviendo son consideradas gravísimas y nos degradan, es nuestro deber adoptar una posición colectiva, que se siente en la academia donde enseñamos y dentro de nuestras oficinas; eso demuestra una formidable decisión de ser profesionales serios y dignos. Concluí que veo una oportunidad de presentar al público que más abogados han optado por defender sus convicciones, que han tomado el camino de la honestidad en lugar del vacío y la ambición.

Decidí escribir una columna sobre esto.

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