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Álvaro Pezoa y hacer algo claramente distinto a lo que se viene realizando.

Martina E. Galindez

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Chile ha llegado a un estado de mediocridad que ha convertido en una mera quimera el sueño de alcanzar el umbral de un país desarrollado que, incluso hace quince años, parecía posible. Aún resuena el eco de las palabras de los presidentes Lagos y Piñera, que señalan que, de seguir el camino recorrido, el país podría ubicarse en un futuro próximo entre quienes integran ese grupo privilegiado. ¿Qué queda de esa esperanza bien fundada? Poco o nada. ¿Alguien sensato se atrevería hoy a decir algo parecido? Definitivamente no.

Es cierto que el desarrollo que se mencionó fue, principalmente, económico. Sin embargo, asociado a ello se entendió que no sólo se reduciría significativamente la pobreza extrema, sino también las carencias que aún existían en diversos ámbitos de la vida social. La transición a ese nuevo estatus nacional esperado no se produjo. ¿Qué ha sucedido durante la última década o más que ayude a explicar esa expectativa frustrada? Es fundamental tener un buen diagnóstico de lo sucedido para poder trazar un posible camino de recuperación que, además, permita a Chile retomar la senda perdida del progreso. Análisis que requiere dejar de lado lugares comunes que, de tanto repetirse, han acabado arraigando y creyéndose. Algunas preguntas necesariamente deben ser (re)formuladas, para probar respuestas verdaderas, evitando eslóganes. No se trata de negar realidades, sobre todo porque son relevantes, sino de ubicarlas en su lugar preciso dentro de un contexto integrador. De lo contrario, la locura seguirá siendo inevitable.

Podría cuestionarse, por ejemplo, si realmente la desigualdad es el principal problema de la sociedad chilena, como en la práctica se ha considerado. De ser así o no, se derivan múltiples consecuencias. Si efectivamente fuera la dimensión crucial, habría que aclarar qué tipo de desigualdad sería la más apremiante o dañina y cómo encaminar al país hacia su reducción, intentando mejorar para todos y no tomando el camino fácil de igualar hacia abajo. Al mismo tiempo, no se puede ignorar la cuestión de si, en nombre de la búsqueda de la igualdad, es posible hipotecar o desconocer el deseo de crecimiento económico o de ampliación del Estado. Finalmente, asociada a la cuestión de las deficiencias a superar y, por tanto, de los grandes objetivos a perseguir, está la cuestión de los medios más adecuados para alcanzarlos.

Un punto esencial: la lista de dimensiones que deben considerarse exige mirar más allá de los aspectos económico-sociales más evidentes, obviamente sin descuidarlos. Los desafíos que enfrenta la nación están íntimamente relacionados, entre otros, con las dimensiones culturales, educativas y familiares que la configuran; Estos últimos han experimentado un cambio enorme, a veces para peor, al tiempo que arrastran carencias endémicas.

Romper la inercia de la mediocridad imperante nos obliga a hacer algo claramente diferente a lo que se está haciendo, empezando por un buen diagnóstico de sus causas.

Por Álvaro Pezoadirector Centro de Ética Empresarial y Sostenibilidad, ESE Business School, U. de Los Andes