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Columna de María de los Ángeles Fernández: Comodines de género
Cuando todavía no es posible asimilar del todo el golpe que ha supuesto la pandemia de la Covid-19 para la igualdad de género, con un aumento del tiempo que restaría para eliminar las brechas de 99,5 a 135,6 años, recientemente conocimos un estudio que advierte de las dificultades para erradicar los sesgos de género que afectan a las mujeres.
El segundo Índice de Normas Sociales de Género del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) reporta el “problema persistente del prejuicio contra las mujeres”. La situación se daría indistintamente en países con alto y bajo índice de desarrollo humano (IDH), demostrando además que los estereotipos no son sólo cuestión de hombres en relación a las mujeres. A Chile no le va especialmente bien y aparece junto a otros que han empeorado sus índices.
Según el informe del PNUD, aproximadamente nueve de cada diez hombres y mujeres en el mundo siguen teniendo prejuicios contra las mujeres. Más específicamente, se señala que la mitad de la población mundial aún cree que los hombres son mejores líderes políticos que las mujeres; más del 40 por ciento cree que son mejores ejecutivos de negocios y, lo que es más preocupante, el 25 por ciento cree que está justificado que un esposo golpee a su esposa.
Ante tales resultados, es interesante destacar algunas razones que según cierta prensa los explicarían, entre las que se encuentran “el crecimiento del relato conservador”, así como “el avance de los movimientos antigénero y de ultraderecha”. De este modo, la tesis del “backlash” que acuñó Susan Faludi en 1991 para referirse a una reacción violenta promovida por los medios de comunicación contra los avances feministas de los años setenta en Estados Unidos y que, a su juicio, supuso una tendencia histórica recurrente cuando las mujeres avanzan en derechos.
Aunque sin duda existe un nuevo “backlash”, asignarle todo el protagonismo a entender la persistencia de los sesgos hacia las mujeres, alejándose de las multicausalidades, se traduce en un comodín epistémico, en una forma popular y correcta de salir de un apuro que no facilita interrogantes e incluso legítimas dudas sobre supuestos que informan las políticas de igualdad y que, en algunos casos, incurren en dogmatismos.
En todo caso, es comprensible como recurso explicativo para evitar la crítica en el marco de una “cultura de la cancelación” de la que el feminismo no ha podido escapar. Así lo demuestran países como España, donde, mientras el movimiento vive un boom social y sus postulados son asumidos por casi todos los partidos, cae presa de la tentación de linchamiento y boicot recíproco entre posiciones que en el pasado podrían haber coexistido. . Sus diferencias han sido extremas frente a los debates en curso relacionados con la prostitución, la pornografía y, sobre todo, el transactivismo.
Por María de los Ángeles FernándezDoctorado en Ciencias Políticas
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