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Entrevista a Alfredo Sepúlveda sobre el Golpe de Estado y democracia

Martina E. Galindez

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Antes de escribir sobre la Unidad Popular, Sepúlveda había comenzado una biografía de Pinochet. Luchó, pero desistió: “Era demasiado. Hice dos capítulos y dije: no, no quiero dedicarle años de mi vida a este caballero”, recuerda con alivio el académico de la UDP, autor también de los libros Bernardo, Independencia y Breve historia de Chile.

Los años de Allende, en cambio, además de menos lúgubres, le producían una suerte de atracción por los orígenes. Así lo explica: “Yo viví los últimos años de la dictadura con mucha intensidad, entre mis 15 y 20 años. Actuar políticamente, ser apoderado del No, todo eso era muy prioritario en mi vida. Entonces, entender el proceso del que emergió la dictadura, de alguna manera, era entender mejor de dónde venía yo mismo. Además, en 2020 se cumplía el número redondo, los 50 años del triunfo de Allende. Y acuérdate que soy periodista, así que también respondo a esas mecánicas”.

“La pregunta no es si condenas los golpes de Estado, sino a qué renunciarías por cuidar la democracia”. ALFREDO SEPULVEDA

¿Te acercas a esta historia como alguien que pertenece a esa tradición de izquierda o que ya la mira desde otra vereda política?

Yo ya no sé nada, no entiendo nada. Vengo de una cultura católica de izquierda, pero siento que desde 2011 todo el mundo se fue corriendo hacia la izquierda y yo quedé donde mismo. En todo caso, con el libro de la UP intenté aplicar periodismo clásico, en el sentido de ser lo más… es una fea palabra, pero no tengo otra: lo más neutro posible. Nunca pretendí hacer un ensayo, sino contar la historia y punto. Y el trabajo más duro fue sacarme esa niebla que arroja la dictadura sobre la comprensión de este período previo. De hecho, creo que 10 años antes no habría podido hacerlo. Habría sido inevitable pensar: “¿Estoy aquí justificando los crímenes de la dictadura? Mejor paro”. Pero ya con cierta edad y con medio siglo de distancia, me pareció que podía mirar esta etapa en su tiempo y circunstancia.

¿Y con qué sorpresas te encontraste? ¿Qué descubriste que no sabías?

Yo sospechaba que la izquierda tenía una responsabilidad política y de mala administración, pero no la conocía mucho. No cachaba la gravedad que tenía, digamos. Creo que eso es lo único que cambió.

¿Te pareció que revisar el período lleva necesariamente a enfatizar las responsabilidades que tuvo la izquierda?

No, porque también me preocupé de abordar los procesos sediciosos impulsados por la derecha. Y creo que contabilicé 11 conspiraciones, entre grandes y chicas, previas al Golpe del 73. La derecha, como también la DC de derecha, llevaron adelante una oposición desleal contra el gobierno de Allende y creo que eso lo reporto. Lo que pasa es que la indefinición de Allende sobre el uso de la violencia, aunque fuera retórica, yo no la había dimensionado bien. Aquí vi que eso existía.

Vamos a la pregunta que encajonó el debate. ¿Te parece compatible defender el Golpe del 11 y condenar a la vez los crímenes que se cometieron a partir de ese día?

Es que yo cambiaría la expresión “defender el Golpe”. Yo no lo defiendo, pero me parece un poco irrelevante decir eso.

¿Por qué?

Porque esa condena retórica no garantiza nada. Y tampoco hubiera garantizado, en esa época, que el Golpe del 11 no ocurriera. Los golpes de Estado se generan siempre bajo circunstancias y eso es lo que yo quise entender: cuáles fueron acá las circunstancias. Y mi conclusión fue que los participantes de la UP, sobre todo Allende, estaban atrapados en una especie de tragedia griega. O sea, que el destino está echado mucho antes.

Alejandro Sepúlveda: “La pregunta no es si condenas los golpes de Estado, sino a qué renunciarías por cuidar la democracia”

Pero despejemos el punto, porque parte de la derecha sí defiende su derecho a decir “yo justifico el Golpe”, como lo hizo el diputado Alessandri, y a la vez condenar las violaciones a los derechos humanos. ¿Para ti se contradicen o no esas afirmaciones?

Evidentemente se contradicen. Si dices “yo lo justifico”, estás diciendo que, ante las mismas circunstancias, la solución siempre va a ser un golpe de Estado.

Entonces no es tan irrelevante ese juicio.

Puede ser, pero voy a insistir en mi punto: aunque el Golpe del 73 sea injustificable, prevenir los golpes de Estado es mejor que condenarlos.

¿Por qué crees que el destino está escrito mucho antes? Circunstancias decisivas, como la renuncia de Prats y el nombramiento de Pinochet, pudieron no ocurrir.

Creo eso porque la UP, a partir de octubre del 72, pierde la oportunidad de concretar su proyecto político. Y porque Allende no resuelve nunca la tensión entre la vía armada y lo que él llamaba la “vía chilena al socialismo”, que era la transición pacífica, cambiando la Constitución y las leyes.

Esa indefinición de Allende, argumentan desde la izquierda, no sirve para explicar que se haya intentado derrocarlo desde el año 70.

Pero por algo todas las tentativas previas fracasan. Y fracasan porque Allende tiene la fidelidad de los comandantes en jefe del Ejército, no por otra cosa. También hay una parte de la DC que no está dispuesta a esa aventura, pero esa parte es cada vez más reducida. Yo encuentro que La conjura, de Mónica González, es uno de los grandes libros sobre el período, pero discrepo del título, de la tesis: no creo que la misma bala que mata al general Schneider en 1970 sea la que termina matando a Allende. El golpe inevitable se gesta una vez que Allende se queda sin alternativas políticas hacer frente a la crisis y se produce el vacío absoluto de poder. Él cree que tiene esas alternativas políticas, pero ya no son reales. Sé que voy en contra de la mayoría al afirmar esto, pero me parece que el Golpe responde a esa circunstancia: a Allende se le acaba el poder. Y ahí entran los militares en forma institucional, casi con un golpe de Estado interno para sacar a los comandantes en jefe leales a Allende.

Especifiquemos a qué te refieres con que Allende ya no podía enfrentar la crisis.

Desde octubre del 72, él viene jugando en una especie de loop con dos alternativas que le fracasan y que vuelve a poner sobre la mesa: pactar con la DC y llamar a los militares. Se van los militares, negocia con la DC; le falla el negocio con la DC, llama a los militares. Está en esa rueda eterna. En el libro póstumo que salió ahora, Aylwin cuenta que en su último encuentro con él, en la casa del cardenal Silva, Allende llega con la carta de renuncia del Comandante en Jefe de la FACH, César Ruiz Danyau. Lamentablemente sólo tenemos la versión de Aylwin, pero él dice que Allende se jacta de haber obtenido esa renuncia. No se da cuenta de que en ese momento se le acabó el fusible de los militares, que ya no lo van a acompañar en darle garantías a la oposición. Y al mismo tiempo, la reunión con Aylwin también fracasa. O sea, se le acaba la muñeca, como dicen, además de lo abandonado que estaba por sus propios partidos. No hay por dónde salir de ahí. Lo raro es que él está muy calmado, muy confiado en que todo va a resultar. Y por último, si viene el golpe, que venga. Todo indica que tenía preconfigurada la idea del suicidio si eso llegaba a pasar.

Quienes militaron de la UP suelen evocar, todavía con extrañeza, el escaso temor que les provocaba la idea de un golpe.

Es que la tradición golpista del siglo XX era suave, de asonadas casi siempre fallidas. Creo que ellos estaban pensando en esa clásica asonada chilena, que se va a arreglar a los pocos días y que significa muertos, pero no masacres. Eso también explica la sorpresa que provocó en la sociedad el bombardeo de La Moneda, pasarle los tanques por encima a la gente, los cuerpos en el Mapocho. Y mi impresión es que, en el caso de Pinochet –que toma la decisión al final y yo creo que era medio allendista hasta mediados de agosto–, esa brutalidad inicial no responde a una doctrina militar específica: simplemente se encuentra metido en esto, entiende la mecánica del poder y la ejecuta. Considera que no tiene otro libreto en la mano para salvarse él, para preservar su vida, que dar ejemplo de brutalidad absoluta y ser la bestia que fue. Claro, después le gusta el poder y sigue siendo una bestia por otros motivos.

Esta idea de una tragedia griega en camino a su desenlace, ¿no deja un poco en el vacío las responsabilidades políticas?

Es que la responsabilidad de los actores políticos también viene de mucho antes. Yo creo que a nadie, en ese momento, le importa la democracia desarrollista. Ya le han puesto una lápida, todos la consideran una criatura muerta. Incluso la derecha, porque el discurso sedicioso de los nacionalistas y de Patria y Libertad también tiene un sueño de futuro: un proyecto político nuevo que no considera a las izquierdas, las elimina. Los DC, por su lado, querían superar lo que consideraban un modelo capitalista. Aylwin, en una carta que escribe el año 71 sobre el asesinato de Pérez Zujovic, dice “nosotros somos socialistas, pero socialistas pluralistas”. Y qué decir de la UP, que intenta no sólo superar el capitalismo sino construir una modernidad marxista. Entonces, la democracia en la que todos habían vivido, en la que habían respirado, no tenía mayor valor.

¿Dirías que el gobierno de la UP pasó a llevar alguno de los elementos que hoy validan una democracia? Separación de poderes, elecciones libres, libertad de prensa, de asociación…

Evidentemente, no. Asterisco: el gobierno sí usó los Estados de Excepción Constitucional para sancionar medios de comunicación y acallar discursos. Pero eso era legal, los podían usar. El punto es que fueron estirando la interpretación de las leyes como un elástico, más allá del límite que aceptaba la oposición, y el elástico se les termina rompiendo. Un ejemplo muy claro es la conformación del área de la propiedad social, con los famosos “resquicios legales”. No rompen la ley, pero la estiran, estiran, estiran… Al mismo tiempo, la oposición le está pidiendo a Allende que rompa sus relaciones con el MIR, con el Poder Popular, con las tomas ilegales de industrias y campos. Y si bien él no aplaudía esas cosas, e incluso retóricamente llegó a condenarlas, nunca hizo una ruptura política con ese mundo. Un mundo que, más encima, lo criticaba muchísimo. O sea, los editoriales de Punto Final, desde julio en adelante, llaman a la superación del gobierno, a mi juicio son casi golpistas. Hay una portada del 3 de julio, después del Tanquetazo, que dice “Dictadura popular ahora”, o algo así. Incluso ahí, Allende decide no cortar relaciones. Ahora, si las cortaba se quedaba súper solo.

¿Le encuentras sustento a la tesis de que la continuidad de ese gobierno conducía a la guerra civil?

Allende, al menos, no nos iba a conducir a eso. O sea, hay que decir claramente que Allende no era un partidario de la vía armada, dio continuas muestras de ello. De alguna manera, su sacrificio final es un “no” muy rotundo a la guerra civil. Pero sí estaba instalada la idea de que la guerra civil se venía. Lo reporteé en el libro y estoy convenido de eso. Es decir, los chilenos de agosto y septiembre de 1973 estaban viviendo bajo el fantasma de la guerra civil. Mónica González le pregunta en La conjura al general Sepúlveda: “Si ustedes sabían que venía un golpe, ¿por qué renunció al Ejército, por qué abandona al presidente Allende?”. Y Sepúlveda dice: “Bueno, la alternativa era una guerra civil con un millón de muertos y yo no quería eso, no quería disparar contra mis compañeros”. Después se ridiculizó todo esto por culpa del Plan Z, que era una estupidez de principio a fin, con eso de los 20 mil extranjeros listos para la guerra. Si había guerra civil, iban a ser los regimientos leales al presidente Allende versus los regimientos rebeldes.

Pensando más en la sociedad que en las fuerzas políticas, ¿a qué tipo de síntomas dirías que la UP no les tomó el peso, y que mirados desde hoy parecen anunciar su desgracia?

Primero, al tema del derecho a la propiedad. La UP no vio que las tomas ilegales le arrebataban a una buena parte de la clase media y media baja, que tendrían que haber sido su apoyo. La cuarta parte de las propiedades que terminan expropiadas no tenían el tamaño mínimo que fijaba la Reforma Agraria. O sea, estamos hablando de pequeños agricultores que vivían esto como un robo. Eso no lo vieron o pensaron que lo arreglaban después. La carestía tampoco la dimensionaron. Tal vez porque esas filas para comprar alimentos básicos eran comunes en la pobreza chilena, pero no eran comunes para la clase media. Yo creo que, en el fondo, no le tomaron el peso a la clase media porque la consideraban mucho más chica de lo que era en realidad.

Simpatizantes de l Unidad Popular. Archivo Copesa.

En una perspectiva histórica más larga, desde la izquierda se entiende que la UP desafió por primera vez a una oligarquía que toleró la democracia mientras no le disputaran la riqueza, y que ese fue el verdadero choque.

Como todo en esto, ese análisis tiene un punto de verdad, pero olvida bastante del escenario de esos años. Y yo diría que olvida, justamente, el escenario de la clase media. El modelo desarrollista que hay en 1970 no es, bajo ningún punto de vista, oligárquico como el de 1920 o el siglo XIX. Queda el latifundio, sí, y destruirlo va a ser el gran legado modernizador de la UP. Pero en lo demás, era un modelo lento de superación de problemas sociales. Tal vez extremadamente lento, bastante complaciente con los empresarios, pero no oligárquico. En el libro digo que esa indiferencia de la UP por las capas medias es un problema clásico marxista. Lenin tuvo el mismo problema para identificar, sobre todo, a las clases medias bajas. Y en Chile, el problema de Allende fueron: la clase más alta de los mineros del cobre, la parte baja de la clase media, los camioneros y los almaceneros, que eran muchos. Para ellos la UP no tenía respuesta, pese a que eran clases trabajadoras. No les habló, no las pescó y no supo qué hacer con ellas.

¿Te parece autocomplaciente la nostalgia de la izquierda por la mística y la esperanza con que vivió esos años?

¡No, para nada! Creo que son tiempos de una vida muy linda, llena de espíritu comunitario, de la idea de que estás construyendo una sociedad, de que estás acompañado, con una cultura y una tradición intelectual muy profundas. No es una nostalgia sin sentido. Cultural y emocionalmente, además, esa tradición todavía marca de muchas maneras la identidad del país. Y yo me siento parte de ella y la respeto, incluso la quiero. Otra cosa es que exista, quizás en generaciones más jóvenes, una visión acrítica de Allende que se queda con lo mejor y lo desliga de la tragedia. Pero una visión más crítica no tendría por qué renegar de esa tradición.

¿Y crees que tiene sentido concebir este aniversario como una fecha de encuentro, un momento para unirnos en torno a algo?

No, esa es una muy mala idea. De la interpretación de este episodio no puede surgir ninguna unidad, es imposible. Las respuestas son muy complejas y dos cosas pueden ser verdad al mismo tiempo. Además, con el Golpe del 73 no se hizo lo que se acostumbraba hacer en Chile, muy bien descrito por Lira y Loveman en Las suaves cenizas del olvido: echar todo bajo la alfombra y seguir adelante. Era una salida fea, probablemente inmoral, pero les permitía seguir. Hace poco revisé qué se habló en el Congreso para los 50 años de la guerra civil, en 1941: nada, cero. Hay apenas una alusión a los trenes que hace un diputado radical y recuerda a Balmaceda como gran constructor de infraestructura pública. Era otro mundo, también. En las sociedades de ahora eso ya es imposible de hacer.

Además, la guerra civil duró unos meses y esto duró 17 años.

Sí, es un punto importante. Y muchos de los violadores de los derechos humanos están todavía vivos, afuera de la cárcel. Sin dejar de lado la tragedia de los mil y tantos cuerpos que aún no aparecen. O sea, todavía tenemos un componente emocional fuertísimo.

También pesa en la izquierda la percepción de que la derecha no se arrepiente de la obra completa. Es decir, que si la llevaran al 11 de septiembre volvería a dar el Golpe aun sabiendo lo que viene después. ¿Crees que eso es así?

Inquietante, ¿ah? No tengo idea, no lo sé. Es inquietante, pero me niego a entrar en ese juego. Sorry, pero ahí me escapo como un conejo.

¿Por qué?

Porque es el juego de los megasupuestos y creo que nos hace mal. ¿Quién puede decir que sabe? Vayan al universo paralelo donde eso ocurra y traigan la respuesta. Y también me escapo de la pregunta porque nos devuelve a la dicotomía “condena o no condena”. Para mí la pregunta no es si tú condenas los golpes de Estado, sino a qué renunciarías por cuidar la democracia. Eso es lo difícil y lo que no se hizo en 1973. La pregunta es cómo evitas el odio que había en agosto de ese año. Esta fue una cuestión de odio civil, de pasiones completamente desbocadas. Y sobre ese odio claramente hay culpas compartidas. Entonces, ante las mismas circunstancias, ¿qué entregarías tú de tus creencias, de tus pasiones, para que eso no se produzca? Ahí se ve si la democracia es el valor supremo. Y en el 73 nadie estuvo dispuesto a entregar nada, absolutamente nada. Ni la DC capturada por Frei, ni la izquierda, ni qué decir el Partido Nacional y Patria y Libertad. Porque todos tenían un horizonte distinto, una idea de democracia que ya no era la democracia en la que habitaban. Ese fue nuestro problema en 1973, así muy en resumen.

¿También es responsable la prensa de haber potenciado ese odio civil?

A través de sus titulares y sus editoriales, sin duda. Pero fíjate que en las páginas interiores había una cierta normalidad. El combate se dio en las primeras planas, pero de una manera brutal, con descalificaciones, groserías, llamados a la violencia, exacerbaciones de todo tipo. Era una prensa plural, eso sí, estaban más equiparadas las fuerzas. Una investigación reciente del historiador Alfonso Salgado refleja cómo se constituyó el sistema de radios de la UP, casi todas compradas justo después del triunfo de Allende a través de empresarios amigos. Radio Portales, por ejemplo, que era la más escuchada, con una línea política relativamente neutra, era de los Tarud. Pero poco a poco la fueron vendiendo –entre el miedo a la expropiación– a partidarios de la UP. Y es súper interesante lo que desclasifica Salgado: Allende tenía teléfono directo con Radio Portales para incidir en la pauta de entrevistados. Básicamente, para evitar que entrevistaran a demasiada gente del MIR.

Sediciones sin cabeza

Hace dos semanas publicaste en El Mercurio una columna bastante resistida –aunque también celebrada– reclamando a la izquierda “el deber moral” de revisar su rol durante el estallido. ¿Fue una mala jugada analogar los Hawker Hunter con las protestas de 2019?

No creo. Lo hago a propósito, pero no dije que bombardear La Moneda sea equivalente a poner barricadas en la Plaza Italia, sería absurdo. Lo que digo es que el estallido tuvo elementos destitutivos y sediciosos, y que entonces corresponde a la izquierda analizar lo que hizo y dejó de hacer frente a ese hecho.

Por lo pronto, Boric no estaría en La Moneda si no hubiera protagonizado el hito que desactivó cualquier apuesta sediciosa en ese momento.

Así es. Pero ahí estamos hablando del 15 de noviembre, no del mes anterior. Y el 15 de noviembre se produce porque la democracia ya está en evidente peligro.

¿Dirías que en la izquierda del Frente Amplio hubo propósitos sediciosos durante el mes anterior?

En la columna hablo de la izquierda en general: dirigentes, intelectualidad y pueblo de izquierda. Lo que yo vi en las protestas –porque fui– eran aplausos frente al fuego, y esos aplausos fueron pueblo de izquierda. Y no escuché a nadie en ese momento –puedo equivocarme, pero lo he súper revisado– decir desde la izquierda “cuidado, este nivel de violencia puede ser una amenaza grave a la democracia”. O sea, hubo una renuncia, por lo menos, a la conducción política.

Pero al hablar de un “proceso sedicioso” sugieres algo más intencionado.

Pero no dije que la izquierda sea sediciosa, digo que apoyó un proceso sedicioso. ¿Articulado por quién? Tal vez por nadie, pero ojo: los eventuales golpes de Estado del futuro no van a ser como en 1973, con militares, aviones y tanques. Quizás se van a parecer a lo que vimos: intentos destitutivos sin liderazgos claros, sediciosos-populacheros, con copamientos callejeros e interrupciones del funcionamiento de la sociedad y las instituciones. Y con las redes sociales jugando un papel clave. Y donde los sectores políticos –las dirigencias, las militancias– son actores quizás secundarios, pero aun así se suben a las micros a ver si hay votos ahí o si en una de esas cae el gobierno que no les gusta. También lo hizo la derecha en Brasil, esto no es monopolio de nadie. Sería un modelo de sedición con menos muertos, pero igual terminamos sin democracia o con una democracia herida.

¿Tu molestia es con el hecho mismo de que los dirigentes de izquierda no se opusieran, o también crees que ellos hubieran influido en la gente que animaba los saqueos y el fuego?

Es lo primero. En definitiva, lo que hubo fue una oposición desleal. No con el gobierno, sino con la democracia y las instituciones. Valentina Verbal cita al politólogo Juan Linz sobre qué define a una oposición desleal, y es hacer dos cosas: no aceptar en serio la legitimidad de los poderes soberanamente constituidos y hacerse la cucha con la violencia como método de avance político. Yo creo que eso fue la izquierda el 2019. Recuerda la escala de esto, el descontrol ya era en todas las ciudades, no había gestión política posible. ¿No había que poner en la balanza las causas del descontento con las consecuencias de interrumpir la vida en comunidad, institucional? ¿Por qué no hubo nadie que, al menos, levantara este punto? Ese es el debate que estimé necesario, porque no se ha producido. Sé que todo el sistema político tiene responsabilidades, partiendo por Piñera y la derecha. Y había, por cierto, un problema muy complejo de derechos humanos. Pero creo que mi punto es medio irrefutable: ese debate no se ha dado.

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17 de enero del 2020/SANTIAGO Carabineros es alcanzado por una bomba molotov, en las cercanias del monumento de los martires de la institucion, al cumplirse 92 dias del estallido social. FOTO: SEBASTIAN BELTRAN GAETE/AGENCIAUNO

¿Cuál es tu propia interpretación sobre por qué la izquierda no reaccionó como hubieras esperado?

Creo que se instaló la idea de que Piñera era igual a Pinochet, o que la dictadura se había reencarnado de alguna manera en ese gobierno. El grito emblemático era “Piñera CTM, asesino, igual que Pinochet”. No era un asesino ni era igual que Pinochet, y sin embargo había una convicción en mucha gente de que ese era el problema. Y frente a eso, yo no vi a la izquierda prestando ayuda no a Piñera, sino al sistema democrático. Tú no puedes basar la acción política en una mentira de esa índole. Al mismo candidato Boric le tuvieron que sacar con tirabuzón la frase “no, no es una dictadura”, como dos años después. Yo incluso querría discutir si en las dos acusaciones constitucionales que intentaron destituir a Piñera –ambas posteriores al 15 de noviembre– hubo un sentido moral en la izquierda o, más bien, un sentido de oportunidad disfrazado de moral. Piñera no es ningún santo de mi devoción, por favor que eso quede claro.

Cuando describes el estallido en función de “las llamas de las turbas enajenadas”, ¿no empezamos a perder de vista que hubo más de un millón de personas en Plaza Italia?

En mi columna creo que no, porque los describo como parásitos que van al lomo de la protesta legítima. Mantengo, en todo caso, que en los manifestantes legítimos hay una responsabilidad de no disociarse o no condenar con fuerza la delincuencia que ocurría alrededor. Pero comparto el fondo de la pregunta: no podemos empezar a mirar el estallido como un meteorito que nos cayó encima el 18 de octubre. Fue un síntoma de un mal que corroía y que todavía corroe a la sociedad chilena. Lucía López me respondió en El Mostrador y encontré interesante su argumento: el debate que en realidad quedó pendiente, dice ella, es el de la agenda social, que para el estallido alcanzó un cierto consenso incluso en la derecha. Eso hoy día está profundamente olvidado.

“La pregunta no es si condenas los golpes de Estado, sino a qué renunciarías por cuidar la democracia” FOTOS: PATRICIO FUENTES Y./ LA TERCERA 25 .10.2019

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