“Si hubiera estudiado”, reflexiona en voz alta Gloria Mamani Vilches (45), “habría sido contadora. Pero si eso hubiera sucedido, nunca habría llegado a ser el artesano que soy hoy. Siempre me gustó estudiar, pero uno recibe lo que recibe y yo tuve que ser la primera esposa de nueve hermanos, entonces fui como una segunda madre. Ayudé a criarlos, los vi crecer, tal vez por eso no me molestó tanto dejar mis estudios y ponerme a trabajar. Como anciano le di ese lugar a mis hermanos. Gracias a Dios todos terminaron su cuarto grado”, reflexiona hoy, mientras mira el libro más importante que le regaló su madre a cambio: su telar.
Si dejó la escuela en sexto grado, calcula a ojo, debió ser alrededor de los ocho años, en su Quelga natal, cuando su madre le enseñó a hilar. “Todos los días la acompañaba al pasto y ella siempre iba con el hilo, retorciéndolo mientras caminábamos. Así, cuando el animal come, te sientas y aprovechas a tejer”, repite emulando la voz de su madre, la artesana aymara Margarita Vilches (76).
A los nueve años Gloria tejía una diadema y a los diez una faja. A los once aprendió a hacer piezas más grandes, como una bolsa para llevar el almuerzo al colegio o una manta para cubrir su cama. Y cuando cumplió trece años, siguiendo la tradición aymara, tejió su primera aksucon lana de alpaca marrón, “que guardo como una reliquia aunque ya no me quede”, bromea. Era como si su camino estuviera trazado, dice hoy. Como su madre, se convertiría en una joven y experta tejedora: la única entre seis hermanas.
Hay dos saberes sobre un buen tejido, dice Gloria, que lleva consigo desde entonces. “Hazlo bien aunque te cueste un poco, porque la cocina es trama a trama y no va a ser que uno sacrifique finales por tener prisa. Y para aprender hay que equivocarse, sin miedo a perder lana”, enumera, pese a todas las veces que tuvo que ingeniárselas para que se extendiera. “Primero tejí un modelo a escala muy pequeña. Lo revisé punto a punto, asegurándome de que todo estuviera bien hecho, y me propuse hacer la pieza en su tamaño original. Así me enseñó mi madre y así cogí confianza”, recuerda.
Tanto es así que cuando cumplió catorce años sintió el deseo de diferenciarse. “Recuerdo que miraba las fajas de mi mamá y no me gustaban los colores. Las encontraba muy opacas y quería que resaltara el color, entonces un día ella me agarró y me dijo: hazlo a tu manera, como te guste”. Gloria recuerda. Esa simple frase, dice hoy, la impulsó a explorar con total libertad. “Empecé a elegir mis propios colores, los que me gustaban, y si no estaban los teñía con hierbas. Si hacía un ljillaPor ejemplo, para probar cosas nuevas modifiqué un lado, el otro, cambié el punto. Ella sola me corrigió; Esta orilla me salió mal, voy a intentar de otra manera, esta no puedo superarla, y así sucesivamente, siempre probando cosas nuevas”, afirma.
Ese mismo año se mudaron a Pozo Almonte, donde Gloria consiguió un trabajo de tiempo completo como empleada doméstica, pero nunca dejó de pastorear. “Hasta el día de hoy, esa es la forma en que encuentro inspiración. Ir al campo, observar los animales; un corderito, una llama, los patos, sus colores y texturas, el verde de los arbolitos que desaparecen en el horizonte”.

No había terminado de criar a sus hermanos cuando descubrió que estaba embarazada. Tenía diecinueve años, era madre soltera y vivía en la casa de su padre. “En ese momento decidí dejar mi trabajo y dedicarme por completo a mi oficio. El tejido fue mi escuela, pero también una puerta a la libertad. Dejar de ser jefe, ver crecer a mi hijo, eso no tiene precio”. reflexionar hoy.
Estaba allí, tejiendo chales y ruanas que vendía como pan caliente, cuando conoció a Walter, su compañero de vida, quien le dio dos hijos y una certeza. “Cuando me casé y me uní a su grupo familiar, el Taller Artesanal Achauta, fue recién entonces que tomé consciencia de todo lo que sabía. Yo era una de las más jóvenes, pero mientras otros apenas aprendían a torcer y compartían telar, yo coleccionaba palos para hacer mi propio telar de cuatro clavijas”.
El verdadero reconocimiento, asegura Gloria, tardaría años en llegar, en 2011, cuando la Fundación Artesanías de Chile tocó a su puerta. “Cuando conocí la fundación, automáticamente me entró el gusanillo del sello”, confiesa entre risas, refiriéndose al Sello de Excelencia Artesanal. otorgado anualmente por el Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio.
El primer año lo probó con una bolsa en tarde; es decir, con ojitos en los bordes, que Gloria tejió con lana natural de alpaca en tres tonos, hilada y retorcida por sus propias manos, pero perdió. El segundo año solicitó una banda. kimsa churu, confeccionado con lana de alpaca y un animal en el centro tejido en tres colores, pero tampoco ganó. Tuvo que remontarse a su infancia, a aquella primera diadema que tejió a los nueve años, para obtener el sello por tercera vez. Lo tejió en dos telares, de estaca y de cintura, con pura kisa natural; un marrón oscuro, un marrón claro y un mostaza suave, que obtuvo teñiendo con hierba zipotula. Justo en el medio, en blanco y negro, tejió la palma. Gracias a ese reconocimiento, dice hoy, conoció a Santiago por primera vez. Tenía 38 años.
“Cuando recibí esa llamada quedé satisfecho. Después de años postulando a ferias y fondos, estaban reconociendo mi trabajo, dando valor a mis conocimientos. ¡Incluso me felicitaron en casa!” Dice con cierta modestia, mientras le da los últimos retoques a la pieza que eligió realizar para esta convocatoria. Una faja de gran complejidad tejida con lana de alpaca industrial en cuatro kisalo que implicó torcer, teñir y volver a torcer cada uno de los cuatro colores que utilizó, hasta obtener un hilo tan fino como uniforme.
“Aprovechando que había buena lana y de muchos colores, me di el lujo de hacer la pieza que quería, tal como la imaginaba, sin escatimar en tiempo ni recursos”, afirma. En general, añade, “Todo le pregunto a mi mamá, que vive conmigo y siempre me acompaña en el taller. Aunque ya no sabe tejer y poco a poco ha ido perdiendo la memoria, para mí siempre será la voz de la conciencia. La razón de mi sabiduría. El joven experto del que aprendí”.
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- Este testimonio forma parte del libro Herederas de Isluga, publicado en 2021 por Fundación Artesanías de Chile (@artesaniasdechile), que recopila 18 relatos de artesanos aymaras de la Región de Tarapacá. Todos ellos comparten una sabiduría donde se fusiona su relación con la naturaleza y sus ritmos vitales: son herederos de la tradición textil de Isluga, localidad ubicada en el altiplano norte, a más de 4.000 metros sobre el nivel del mar, que es considerada la cuna del textil aymara. Por el valor de estas historias, estos testimonios son rescatados por Paula.cl.