IGNACIO ARAVENA Investigador Asociado Fundación Piensa Ph.D (c) LSE y Sra. NYU
IGNACIO ARAVENA
El último incendio en Viña del Mar nos recordó una vez más la fragilidad y el grado de exposición con el que viven día a día muchas familias en el Gran Valparaíso; sin embargo, también nos recordó el fetiche ideológico e infundado que diversas autoridades tienen contra los bienes raíces. Y es que, al parecer, tener enemigos imaginarios para encauzar ideales resulta más atractivo que tomar decisiones difíciles e impopulares, como resolver la situación de los campamentos en zonas de riesgo.
A pesar de la experiencia acumulada, la situación no ha cambiado mucho en cuanto a incendios. Por un lado, los campamentos continúan ubicados en zonas de riesgo, mientras sus líderes mueren con el sueño incumplido de una casa propia. Por otro, las autoridades locales, en un acto digno de Don Quijote, encarnan en la finca los molinos que representaban las injusticias por las que luchó. Y es que, mientras algunos pretenden legislar sin pruebas, la gestión frente a los desastres naturales es un tema sobre el que pocos han trabajado en profundidad.
“Así como Don Quijote luchó contra enemigos imaginarios personificados en molinos de viento, las autoridades de Viña y Gran Valparaíso ya han apuntado a las empresas inmobiliarias como chivo expiatorio de su incompetencia, siendo ellas las que especulan con teorías sin prueba alguna”.
Una vez más, como en todo incendio masivo, se ha planteado la idea de legislar para prohibir la construcción de proyectos inmobiliarios en las zonas quemadas. La propuesta es llamativa si tenemos en cuenta que muchos de los accidentes ocurren en zonas donde no es posible construir viviendas por ser áreas protegidas, como el reciente incendio que afectó al Jardín Botánico y donde el alcalde Ripamonti pidió “la prohibición de viviendas reales”. especulación inmobiliaria con bosque nativo destruido por el fuego, a lo que se suman los casos de algunos campamentos históricos que han intentado ser erradicados luego de estos fenómenos, pero que no han podido ser reemplazados por barrios de vivienda social por estar ubicados en zonas de riesgo y/ o fuera del Plan Regulador.
Y es que, más allá de teorías sin fundamento, las acusaciones de diversas autoridades muestran una preocupante desconexión con la dinámica de los campamentos. Las imágenes de satélite a lo largo del tiempo nos muestran que estos se erigieron en el mismo lugar después de que se apagaron los incendios. Esto sucedió en 2011 en Felipe Camiroaga, en 2014 en La Pólvora y en 2017 en Puertas Negras, por mencionar algunos ejemplos. En definitiva, las teorías de autoridades como el gobernador Mundaca y el alcalde Ripamonti pierden sentido cuando consideramos la imposibilidad de construir y el hecho de que estos terrenos se siguen tomando después de que fueron dañados.
Por otra parte, las promesas de gestión frente a los riesgos naturales es algo que también surge tras cada evento; sin embargo, al poco tiempo se diluyen, ya que los cerros continúan acumulando basura, pastizales y campamentos que crecen a una magnitud que supera la capacidad de control. Esto es paradójico, si pensamos que los municipios y los gobiernos regionales pueden trabajar para resolver estos problemas sin tener que cambiar la legislación, además de tener diagnósticos claros y canales causales en torno al problema de los incendios.
En conclusión, así como Don Quijote luchó contra enemigos imaginarios personificados en molinos de viento, las autoridades locales ya han señalado a las empresas inmobiliarias como chivo expiatorio de su incompetencia, siendo éstas las que especulan con teorías sin prueba alguna. Mientras no atiendan las pruebas y sigan luchando con sus propios ingenios, difícilmente podremos evitar otra tragedia en el futuro.
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