Desde la distancia vio Santiago arder. Era octubre de 2019 y Pablo Ortúzar se encontraba en Oxford, cursando un doctorado en teoría política, cuando comenzaron las evasiones masivas en el Metro. La noche del 18 más de 20 estaciones de la red resultaron incendiadas. Fueron los inicios del estallido social, un fenómeno de una fuerza inusitada y destructiva, una ola de indignación que se extendió por semanas, que tuvo distintos momentos y una enorme complejidad.
-Me di cuenta de que octubre era un animal distinto al octubrismo -dice hoy-. Una selva, un universo denso, lleno de personajes, de discursos, de emociones que después fueron desapareciendo.
Investigador del IES, Pablo Ortúzar dice que la distancia le permitió aproximarse al estallido con más libertad. En su nuevo libro quiso apartarse de los análisis estructurales y de las narrativas que dominaron las primeras interpretaciones. En su lugar, el antropólogo optó por rescatar los hechos y sus protagonistas. Así dio forma a Dignos, crónica del estallido social.
De ese modo, dice, pudo rescatar las emociones, los ritos y los símbolos que “eran de lo más rico del estallido y una vía mucho más inteligente para llegar al corazón de las tinieblas”, en referencia al clásico de Conrad.
Protesta Plaza Italia
Foto : Andrés Pérez
Andres PerezOriginalmente, el libro se publicaría para el quinto aniversario del estallido, pero una inesperada afección cardíaca retrasó los planes. Tras someterse a una sofisticada intervención, Pablo Ortúzar presentará Dignos el 27 de noviembre, en el Centro de Extensión UC.
Uno de los epígrafes del libro está tomado de Ciudadanos, la extraordinaria crónica de Simon Schama sobre la Revolución Francesa:
“He devuelto la violencia al centro de la historia, porque me parece que no fue simplemente un desafortunado subproducto de la política o el desagradable instrumento a través del cual fines más virtuosos fueron conquistados, o algunos objetivos viciosos fueron atajados. En algún deprimente e inevitable sentido, la violencia fue la revolución misma”.
Inspirado en ese modelo, Dignos registra con detalle los hechos, las semanas y meses que rodearon el 18 de octubre. Con prólogo de Oscar Landarretche, el texto traza un mapa de los acontecimientos “que fueron marcando el curso de uno de los mayores eventos de la historia reciente de Chile”.
Por las páginas desfilan los exministros Juan Andrés Fontaine y Felipe Larraín, haciendo declaraciones sobre el alza del pasaje con menos sensibilidad social que María Antonieta; el exdirector del Metro Clemente Pérez con el barómetro levemente desajustado (“esto no prendió, muchachos”) y el mismo expresidente Sebastián Piñera errático y dubitativo. También Guillermo Teillier, Daniel Jadue, Camila Vallejo y Lautaro Carmona exigiendo la renuncia del mandatario. El entonces diputado Gabriel Boric encarando a un militar en la Plaza Italia y, desde luego, la violenta represión policial, que dejó 20 personas muertas y miles de heridos.
Protesta Plaza Italia
Foto : Andrés Pérez
Andres Perez
Así como Simon Schama sobre la Revolución Francesa, ¿usted piensa que la protagonista del estallido es la violencia?
Sí, la gran protagonista del estallido social es la violencia. Y es una violencia que no puede ser simplemente racionalizada hasta reducirla a factores externos a ella. Desde cierto momento se alimenta a sí misma y va atrayendo y arrastrando a la opinión pública. Es muy tremendo, por ejemplo, que el sacerdote Mariano Puga, en su última declaración, diga que la violencia es legítima como venganza o retribución: “A ellos les han roto todo, entonces pueden romperlo todo”. Ahí hay una pérdida de horizontes. Es una locura cómo funcionan los mecanismos de la violencia.
Pablo Ortúzar piensa que “tanto la derecha como la izquierda han tratado de reducir el estallido a categorías principalmente estructurales y políticas. La izquierda elige unas; la derecha, otras, y así intentan explicar lo que pasó, ya sea como problema de seguridad pública o como un reventón de opresión bajo el neoliberalismo”.
¿No comparte la mirada del “estallido delictual”?
No. Son simplificaciones burdas que buscan alejar el estallido de su realidad, por lo difícil, dramático y tremendo del momento. Son como exorcismos: buscan contener algo mucho más salvaje para llevar agua a sus molinos políticos, sin respeto por el fenómeno mismo. Nadie entendió el estallido, esa es la verdad; ni la izquierda ni la derecha. Y operan como en esas disputas superficiales: decir “pronunciamiento” o “golpe”; “gobierno militar” o “dictadura”, que te comunican la posición política de quien habla respecto del fenómeno, pero no explican nada más.

La izquierda creyó en el discurso de que “Chile despertó”
Y la derecha también. En el fondo, la derecha toma la tesis del shock: “Esto es un shock producido por agentes de inteligencia (cubanos, colombianos, venezolanos) que mete a la gente en un loop de demencia”. La tesis de la izquierda es al revés: plena racionalidad, un pueblo que despierta y sale a destruir el capitalismo. Son discursos que buscan jibarizar el estallido y llevarlo a un tamaño conveniente para manipularlo.
Pero en ese contexto sí aparece un descontento y la expresión de un malestar frente a los abusos.
Agotamiento, sin duda; abusos, hastío, rabia, pena, esperanza, ganas de encontrarse con los demás…, pero en un nivel sumamente humano, no preempacado ideológicamente y sin estructuras de representación. Uno de los grandes enemigos del estallido es la representación: la sensación de que siempre que alguien asume la representación “te caga”. Además, son individuos consumidores —como dice Carlos Peña—, acostumbrados a representar ellos mismos su voluntad. Se puede ver que prevalecen ciertos discursos: pensiones, por ejemplo. Y uno puede ir a la raíz demográfica: se empieza a jubilar una generación con mala previsión, con lagunas, y quienes se tienen que hacer cargo son familias de clase media que están al límite del gasto y el endeudamiento. Son unidades domésticas reventadas. Nada de eso lo pongo en duda. Pero la selva del estallido —la manifestación de dolores y rabias— opera en un plano más prerreflexivo.
En el estallido hay esa esperanza de un lugar puro, bueno, sin dobleces, asociado a lo indígena, la naturaleza, los pobres. Una inversión de valores muy potente, humillar a los poderosos y elevar a los débiles, como en la Revolución Francesa.
Hubo un rasgo generacional también: jóvenes que llevaban carteles de “salgo por mi mamá o mi abuela”.
Hay muchos discursos performativos. Como el subcomandante Marcos: “Nada para mí, todo para los demás”. Parte del estallido es ese ensueño medio engrupido. Aparecen “santos”, como el Pelao Vade, combatiente con aura mística, supuestamente muriendo de cáncer y agarrándose firme con los pacos en la calle. Hay un deseo de arrancar; Katy Araujo lo ve en su investigación: en Chile todos se quieren ir al sur, pero no es el sur real, es un sur imaginario y místico. En el estallido hay esa esperanza de un lugar puro, bueno, sin dobleces, asociado a lo indígena, la naturaleza, los pobres. Es muy cristiano: enaltecer lo que está abajo y bajar lo que está arriba. Una inversión de valores muy potente, humillar a los poderosos y elevar a los débiles, como en la Revolución Francesa.
Una cuestión antielitaria.
Pero no solo contra la élite: en el plano de los valores, lo que estaba mal podía estar bien; el orden y la ley eran una gran mentira de la que podíamos liberarnos invirtiéndolo todo. Y cuando se sale del sueño, llega el shock. Ahora sabemos que en ese momento avanza el crimen organizado, justamente porque la policía pasa a ser “mala”, no defiende el orden. La justificación de llevar la destrucción al centro era: “Lo que hay en las poblaciones es la verdad que avanza contra la simulación del orden”. Pero la gente se da cuenta de que ese camino hacia la pureza termina en la locura, como en El corazón de las tinieblas o Apocalypse Now. El estallido fue un viaje al corazón de las tinieblas de todos los chilenos. Y la anomia no es solo del estallido: también los antiestallido. Gente que empieza a andar con pistola en la calle reclamando que no hay orden público, y se siente legitimada.
“Piñera fue errático”
Ud. señala el caso Catrillanca como un hito previo. ¿Qué marca ese hito??
Catrillanca es el momento en que el gobierno de Piñera pierde el control de la agenda definitivamente. Desde ahí ya no la tiene. Ahí se acaba la capacidad de gobernar.

¿Qué responsabilidad tuvo el gobierno en el rumbo del estallido?
Piñera fue errático. En el libro vuelvo al 4 de agosto de 2011, que tuvo un grado de represión demencial que termina reviviendo el movimiento, validándolo y derrotando a Piñera. Ya había un tema con el uso de la represión y una derecha sin complejos con reprimir de verdad. Pero la represión es un arte complicado: echar abajo movilizaciones es más difícil y menos obvio de lo que la derecha imagina; no es algo que funciona solo a palos. En 2019 uno tiene la impresión de que hubo represión excesiva, en el sentido de torpe: en el tema del Metro había que aplicar otros métodos antes de empezar a desplegar policías en las estaciones. Pisaron el palito.
El Partido Comunista y parte del Frente Amplio están comprometidos con hacer caer a Piñera a cualquier costo.
¿Actuó como acelerante?
Sin duda. Hay un momento en que la gente, al volver caminando a casa, le echa la culpa al gobierno y no a los pendejos. Eso es un mal manejo del escenario. Piñera estaba seguro de que la gente, cuando viera la magnitud de los atentados al Metro, iba a pedir militares en la calle. Y pasó lo contrario. Les costó mucho leer el escenario. Desde ese momento hay una izquierda abiertamente golpista. No tienen fuerza para un golpe, pero pretenden que la calle bote al presidente: el Partido Comunista y parte del Frente Amplio están comprometidos con hacer caer a Piñera a cualquier costo.

Condenar la violencia era condenar el movimiento, era la formulación de Guillermo Teillier.
En el imaginario popular se instala la idea de que la lucha por la dignidad opera en la oposición entre vida y cosas. Se afirma que la vida vale más que las cosas: cada humano es valioso y su dignidad está por encima de cualquier objeto. Entonces, quemar edificios, destruir el centro, convertir Plaza Italia en un basural era tolerado. La particularidad del movimiento es que no es un movimiento asesino; no reivindica la muerte de adversarios. Es un movimiento destructivo: las cosas van a ser destruidas para resaltar la vida. Los carabineros, eso sí, son signos de muerte. Ese es el esquema del estallido. Claramente, el FA y el PC no estaban interesados en desafiar ese esquema.
“Hubo mano dura y no resultó”
¿Cómo vio al Presidente Piñera?
Piñera no supo leer el estallido. Queda descolocado con los militares. Cuando dice “estamos en guerra”, ya no sabe dónde está parado. Y genera absolutamente lo opuesto. Ahí comienza el desastre, pierde las riendas, queda expuesto a intentos de “golpe”. Se reivindica cuando él mismo sale de escena: el 12 de noviembre, cuando llama al acuerdo por una nueva Constitución y desaparece, entran los partidos y se firma. Piñera se vuelve chivo expiatorio: encarna el mal, la represión, el orden, la plata, el poder. Y lo errático que fue también se explica por las voces en la derecha: el gobierno actúa como un águila con alas y patas de paloma. Unos querían reprimir duro, “démosle con todo y la gente se va a devolver a su casa”; otros decían que si iban con todo, esto se va a duplicar y vas a terminar renunciando.
La tesis de Blumel.
Y creo que Blumel tenía razón: aquí los halcones habrían terminado desplumados y en la olla.
Hubo violencia de la calle, pero también una respuesta represiva muy fuerte.
Exactamente. Ese es un punto que la derecha tipo Kast no reconoce: creen que fue blanda la represión, y no, fue súper dura. Efectivamente, hubo violaciones a los derechos humanos, porque Carabineros estaba desbordado; no tenía herramientas para lidiar con lo que pasaba. Siempre se llegaba a encrucijadas: si reprimen con las herramientas disponibles y con ese volumen de enfrentamiento, habrá pérdida de ojos y otros daños. Pero si no reprimen, la situación es peor. Es muy trágico el tema de la represión durante el estallido, y en ningún caso es poca: el Estado actuó con toda la fuerza disponible. Cuando la gente muy de derecha dice “faltaron pantalones”, no sé a qué se refiere. ¿Escuadrones de fusilamiento en la calle? ¿Militares disparando a la gente? Eso habría terminado con la izquierda gobernando, la Constitución aprobada, Piñera preso, casi todo el gabinete en juicios de DD.HH. y los militares presos. O con una dictadura militar medio forzada. Eran puras opciones terribles. Esta idea de que faltó mano dura no es así: durante el estallido hubo mano dura y no resultó. Y esto debería ser una advertencia para Kast.

Manifestantes y carabineros se enfrentan en Plaza Italia durante un nuevo llamado a marchar tras el estallido social. En la imagen, un carabinero lanza una bomba lacrimógena
FOTO: MARIO DÁVILA/AGENCIAUNO
MARIO DAVILA/AGENCIAUNO
¿Es importante recordar el estallido? ¿Por qué?
Es importante explorar el proceso de pérdida de inocencia, o búsqueda desesperada de la inocencia. Nadie quiere acordarse del estallido, porque hay políticos y personajes que hoy se avergüenzan de su rol. Pero es bueno volver ahí, darle vueltas, saber lo que ganamos y perdimos… Y quién es responsable de qué también, porque está lleno de tránsfugas. Es bueno volver, porque ahí están las pistas de nuestro camino a convertirnos en un país adulto. Ese es el tema y el desafío.