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Pensé que todos los hombres querían salir con mujeres más jóvenes
Siempre me consideré una mujer independiente y segura, pero al llegar a los 60, mi vida amorosa se había vuelto más complicada de lo que esperaba. Mis hijos bromeaban diciendo que debía salir más y conocer gente nueva, pero yo no estaba tan segura de querer hacerlo.
Un día decidí aceptar una invitación para tomar un café con alguien que había conocido en un evento social. Nos sentamos en una mesa junto a la ventana, desde donde se veía a la gente pasar, lo que ayudó con los silencios incómodos de una primera cita.
Durante los primeros minutos, la conversación fue agradable. Hablamos de nuestros hijos, de nuestros trabajos y de los lugares que habíamos visitado. Él me contó sobre sus logros profesionales con un tono de orgullo, y yo compartí algunas anécdotas divertidas de mi vida familiar. Parecía interesado y amable, y por un momento pensé que podríamos tener una buena conexión.
Sin embargo, mientras hablábamos sobre nuestras expectativas y experiencias en la vida amorosa, él deslizó la idea de que prefería a las mujeres más jóvenes. Sus palabras me dejaron sin aliento. La seguridad con la que lo dijo, casi como si fuera un cumplido, me hizo dudar respecto de si había entendido mal el mensaje, pero en realidad había sido claro. Después de un rato le dije que se me estaba haciendo tarde y me fui.
De vuelta en mi casa, me senté en el sofá con una taza de té, tratando de calmarme. Como siempre, aparecieron en mi cabeza cientos de respuestas que en ese momento no se me ocurrieron. ¿Por qué no había respondido a su comentario? ¿Por qué me había afectado tanto? Recordé todas las veces que había mirado mis propias arrugas en el espejo, sintiendo que eran una señal de que mi atractivo estaba disminuyendo; o las veces en que me había sentido insegura al conocer a alguien nuevo, preocupada de que mi edad fuera un obstáculo. Me di cuenta de que, de alguna manera, había internalizado la creencia de que la juventud era sinónimo de valor y atractivo y que esos pensamientos estaban limitando mi vida amorosa.
En medio de esta reflexión, recordé a un viejo amigo. Con Carlos nos conocimos casi una década atrás cuando nuestros hijos iban juntos al colegio y siendo sincera, es el único hombre con el que he mantenido una relación, ya sea de amistad o de cualquier tipo, pero duradera. Días después, mientras limpiaba mi casa, encontré una caja de herramientas que Carlos había dejado hace un par de meses cuando vino a ayudarme con una llave rota. Lo llamé con la excusa de la caja, pero en realidad, tenía ganas de verlo y conversar.
Durante esa conversación, me di cuenta de cuánto me gustaba su compañía. Hablamos de nuestros hijos, de los proyectos en los que estaba trabajando y de cómo habían cambiado nuestras vidas en los últimos años. Fue reconfortante compartir mis pensamientos y preocupaciones con alguien que me conocía tan bien y que, de alguna manera, siempre había sido un apoyo.
A medida que pasaron las semanas, con Carlos comenzamos a vernos con más frecuencia. Me ayudaba con pequeños proyectos en la casa y yo le preparaba almuerzo en agradecimiento. De a poco nuestra amistad se volvió más cercana y empecé a apreciar el tener a alguien en mi vida que me aceptara tal como era, sin importar la edad.
Una tarde Carlos me sugirió que remodeláramos una pieza que estaba abandonada y desaprovechada en mi casa. Acepté la idea con entusiasmo, ya que me permitiría pasar más tiempo con él. Mientras trabajábamos juntos en eso, nuestras conversaciones se hicieron más profundas; hablamos de nuestros sueños, miedos y de cómo nuestras vidas habían cambiado con los años. Fue ahí cuando me atreví a preguntarle sobre la edad y cómo llevaba él esto de envejecer. Y me encantó su respuesta, porque me confesó que él también tenía algunas inseguridades sobre el envejecimiento. Me sentí acompañada en mis sentimientos.
Un día, en medio de los trabajos, Carlos mencionó casualmente lo mucho que disfrutaba de nuestra compañía. Una sonrisa apareció en mi cara como si ni yo misma pudiera controlar mis músculos. Ese día pensamos que tal vez las próximas vacaciones podríamos viajar juntos.
Y así fue avanzando nuestra relación. Hasta que en una de nuestras sesiones de trabajo en mi nuevo taller, tuve una epifanía. Carlos estaba enseñándome a usar una sierra de mesa y, mientras él me guiaba con paciencia y cuidado, me di cuenta de algo fundamental. Aquí estaba un hombre que me conocía desde hacía años, que había visto mis virtudes y mis defectos, y que me aceptaba tal como era. No le importaban mis arrugas ni mi edad; veía más allá de todo eso.
Esa noche, me volví a sentar en mi sofá con un té y continué la reflexión que había dejado inconclusa tiempo atrás. Me di cuenta de que por mucho tiempo había estado buscando validación externa para sentirme valiosa; había permitido que los estándares sociales dictaran mi autoestima, cuando lo que realmente importaba era cómo me veía a mí misma y cómo me sentía con las personas que realmente importaban en mi vida. Con Carlos me sentía aceptada y valorada.
Empecé a hacer pequeños cambios en mi vida. Me inscribí en una clase de pintura, algo que siempre había querido hacer pero que había pospuesto porque pensaba que era “demasiado tarde” para aprender algo nuevo. Comencé a vestirme con colores y estilos que me hacían sentir bien, sin preocuparme por lo que otros pudieran pensar. Empecé a salir más, no con la intención de encontrar a alguien, sino simplemente para disfrutar.
Un día, mientras terminábamos de pintar el taller, Carlos se volvió hacia mí y dijo: “¿Te das cuenta de lo lejos que hemos llegado? Este espacio era un desastre y ahora es un lugar acogedor y lleno de vida”. Miré a mi alrededor, viendo el fruto de nuestro trabajo. Pero también entendí que sus palabras no solo se referían al taller.
Esa noche preparamos una cena especial para celebrar el término de nuestro proyecto. Brindamos por la amistad, el esfuerzo y las nuevas perspectivas. Mientras levantábamos nuestras copas, me di cuenta que estaba mirando a Carlos y no de la manera en que lo hace una mujer agradecida por el apoyo de un amigo. ¿Qué pasaría si arruinaba la amistad, si hacía que todo fuera incómodo entre nosotros? Por un segundo las inseguridades volvieron, pero pronto recordé que estaba en el lugar correcto.
Cuando terminamos la cena, le dije que había visto en Netflix el anuncio de una película que me gustaba. Me miró sonriendo y entonces entendí que lo que estaba por comenzar no era sólo la película sino que también nuestra propia historia.
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* Viviana es lectora de Paula. Escribió esta historia inspirada en una lectura de la sección Modern Love de NYT, pues en ese relato encontró su propia vivencia. Modificó algunos elementos para mantener su anonimato. Si como ella tienes una historia de amor que compartir, escríbenos a hola@paula.cl.
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