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Reseña de libros: Leonidas Montes, Ignacio Álvarez, Marcela Fuentealba
El curso de filosofía moral impartido por Adam Smith en la Universidad de Glasgow se dividió en cuatro unidades, según el testimonio de su discípulo John Millar: teología natural, ética, jurisprudencia y economía política. No le dediqué mucho tiempo al primero. El segundo fue el origen de su libro de madurez, La teoría de los sentimientos morales.. La jurisprudencia fue la base de un proyecto que no pudo realizarse. Y el cuarto fue el germen de La riqueza de las nacionesla obra fundacional de la economía moderna. “Aquí está la clave del pensamiento de Smith: una ciencia social que abarcaba la moral, la economía y la jurisprudencia. Es la trilogía social de su pensamiento”, escribe Leónidas Montes, uno de los mayores especialistas del filósofo nacido en 1723 en la localidad de Kirkcaldy.
Gran conocedor de la Ilustración escocesa, época de auge comercial y esplendor cultural, Montes sitúa a Smith en su época. Un filósofo que estuvo influenciado por las ideas de Isaac Newton y que encontró en David Hume un mentor y amigo. En la primera parte de este breve y documentado volumen, traza las huellas biográficas del “filósofo-economista”, un hombre “alejado del ruido, austero en sus gustos, estoico en sus sentimientos y cuidadoso con sus creencias religiosas”. En el segundo, Montes aborda el problema de Smith: la forma en que se malinterpretaron sus dos grandes libros. Mientras los alemanes del siglo XIX veían en él a un promotor del imperialismo británico y de su egoísmo, la escuela de Manchester lo proclamaba el padre del libre mercado. Pero “ambas escuelas no entendieron La riqueza de las naciones en su justa dimensión”, dice Montes. Y en el caso de La teoría de los sentimientos morales. y su idea de la simpatía por el otro, que hoy puede entenderse como empatía, fue un libro olvidado, cuando no ignorado. Contra opiniones establecidas, el autor postula que “el padre de la economía es también un filósofo del liberalismo, pero de un liberalismo más humano y humilde. Combina el interés propio con la simpatía, lo individual con lo social, el libre mercado y la justicia”.
Juan Marín quería hacerse invisible. Llegó a Valparaíso en silencio, huyendo del sur. Hablar era lo que mejor sabía hacer: hablaba inglés, francés, alemán, español y la lengua de los indios. Pero había hablado demasiado. Marín llegó al puerto a finales del siglo XIX. Trabaja en un banco en modestas tareas de limpieza. Allí es contactado por una sociedad de entusiastas de los idiomas que descubren su don secreto para los idiomas. Pronto, Marín descubre que en realidad eran seguidores de la neografía, movimiento cuyo eje era la ortografía: “Las palabras deben escribirse exactamente como suenan”, reza su lema. “No hay ninguna razón lógica para que el árbol se convierta en árbol, el keso keso y el ekseso ekseso”, postulan. Detrás de esto está la idea del lenguaje como célula. Y más aún, de la traducción como traición. Juan Marín lo había vivido. Su verdadero nombre era Juan Curín, hijo de un jefe mapuche y ciudadano francés que naufragó en las costas de Arauco. Siendo niño su padre lo entregó al Estado chileno como ofrenda de paz y fue criado por monjes capuchinos. Se volvió chileno, aunque no era del todo chileno. Yo quería ser mapuche, pero no lo aceptaron. Cuando su gente decidió seguir a un extraño personaje llamado Orelí Antuán, sin entender lo que les decía, vieron que se dirigían hacia una masacre. Y decidió traicionarlos, salvarlos. Por lo tanto, se convirtió en un traidor a los ojos de su pueblo y se vio obligado a huir. Ahora sólo le faltaba ser neógrafo.
Pero los neógrafos querían llevar su rebelión ortográfica mucho más allá: levantarse contra la opresión cotidiana. La neografía, explicaron, tuvo una extensión política. Y en su visión, el dinero vive secuestrado por los bancos: éstos también son cárceles. Por ello, deciden colocar una bomba en el banco. Pero el golpe sale irremediablemente mal.
Fresca y audaz, armada de humor e inteligencia, la primera novela de Ignacio Álvarez revela un narrador libre, creativo y perspicaz. Una novela que reflexiona sobre el lenguaje, la violencia y los desencuentros históricos, inteligente, divertida y conmovedora.
Si un día las letras decidieran distanciarse socialmente, ¿qué pasaría? Si las letras del alfabeto se amotinaran, exigiendo la libertad de separarse de las palabras, separarse y formar grupos separados, ¿qué pasaría con ellas? ¿Qué pasaría con el lenguaje y la comunicación? Esa es la pregunta que se hacen la escritora y editora Marcela Fuentealba y la artista Antonia Daiber en esta hermosa historia.
Un día las letras se rebelaron: cansadas de dibujar las mismas formas, de significar siempre lo mismo, y de querer establecer nuevas uniones, abandonaron las palabras. Los Atléticos, por ejemplo, celebraron una gran fiesta que reunió a la mayor cantidad de ellos jamás vista. Fue un espectáculo, pero la fiesta fue monótona: faltó variedad. Por otro lado, la J y la G, primas amigas del ruido y la diversión, invitaron a la O y la U, quienes parecían un poco solitarias. Montaron un espacio de juego entretenido, humorístico y dulce, del que viajaron las risas. La señora Y, ahora mayor, y su amiga, la distinguida señora K, no se molestaron. Tampoco la abuela C, que mantuvo la discreción y les dijo a sus nietas: “Niñas, será mejor que no andéis riendo por ahí”. Algunos jugaban, otros hacían diseños y sonidos sin sentido. Pero en medio de todo, una vieja H alzó la voz: “¿No te das cuenta de que sólo funcionamos juntos? Si cada uno sigue su camino las palabras no serían posibles, sólo habrá gritos”.
Escrito con amor, imaginación y humor, en un lenguaje sencillo, el libro es un manifiesto de amor por las palabras y subraya el valor de lo común, y de donde surge el trabajo colectivo, la construcción de comunidad y el compartir. Una historia con hermosas resonancias y juguetonamente ilustrada por los dibujos, formas, colores y atmósferas del arte de Antonia Daiber.
Dirigida a lectores noveles, la edición añade un apéndice sobre alfabetos, libros y ballenas, donde nos informan de los diferentes alfabetos que existen (desde el latín hasta el cirílico utilizado por los rusos), la cultura de la escritura y la lectura, y la lengua de las ballenas.