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Rodrigo Roco: “Lo que más daño les ha hecho a las comunidades es la sensación de impunidad”

Martina E. Galindez

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Hace 14 meses y con críticas a sus antecesores de por medio, Rodrigo Roco (51) asumió como titular de la Dirección de Educación de la Municipalidad de Santiago. Hoy, más de un año después, al frente de una crisis educativa desatada, el exsecretario ejecutivo de Nueva Educación Pública y exmilitante del PC aborda el estado de situación de los emblemáticos colegios de la capital, que, en todo caso, advierte que no a ellos les gusta llamar así. “No me parece que tenga tanto significado, sino el de una educación histórica”, dice.

¿Cuál es la lectura del momento de la educación en Santiago?

Este es un período caracterizado por la recomposición del sentido de comunidad y de la finalidad educativa. Tenemos una gran diversidad y tenemos escuelas centenarias. Uno comienza a preguntarse cómo hace 20 años alguien no vio que había que cambiarlo. Hoy heredamos esa no acción. Sin duda, estos temas forman parte de las condiciones en las que se generan las situaciones de violencia. Y hemos generado cosas que buscamos que tengan un impacto directo, como que no habrá salario en este periodo de menos de $450.000. Son gestos que van en línea.

¿El negativo está acotado?

No es algo que podamos inventar u ocultar. Es un hecho que hemos tenido situaciones de violencia aguda, en una cantidad limitada. Hemos tenido movilizaciones en un mayor número de establecimientos, pero hemos logrado canalizarlas y resolverlas. Y en su conjunto hay problemas que pertenecen a la sociedad. Las expresiones de violencia radical nos han costado más afrontarlas, pero aunque es un balance negativo, la parte positiva es que hemos ido encontrando soluciones. Un ejemplo es el Inba: si comparas los hechos de violencia del primer semestre con el segundo, hay una disminución de hechos y de gravedad. No estoy minimizando, pero en el Inba -responsabilidad de Alessandri y Cubillos- hay una comunidad rota y que, sin embargo, se ha ido recomponiendo.

¿Por qué se mantienen ciertas situaciones en Santiago?

Como sistema seguimos teniendo muchos desafíos. Este esquema donde intervienen tantos actores hace que la operación sea muy lenta y no puedas responder a tiempo a las necesidades, lo que genera desconfianza y decepción.

¿Cuál es la fórmula?

Creo que estamos en el camino correcto. Tenemos una orientación educativa relevante para el siglo XXI. El Ministerio de Educación ha anunciado que se deben mejorar o existir protocolos contra la violencia sexual, y vamos un poco más allá. Quiero ejemplificar que estamos entregando respuestas.

¿Notas algún grado menor de desilusión en las comunidades?

La gente ha ido viendo que hay voluntad y que se van generando respuestas. Ahora, siempre hay un vaso medio lleno o medio vacío, pero yo diría que estamos en un estado de ánimo más positivo en general.

¿No ves los mismos problemas y con la misma intensidad?

Es decir, se están abordando los problemas que existen y con formas que integren a las personas. Una de las líneas es estar buscando romper con lógicas muy autoritarias y muy poco dialogadas. Es un proceso lento, que no va a pasar de la noche a la mañana, pero está empezando a pasar y hay establecimientos que han notado este cambio.

Y con los estudiantes, ¿ha dado frutos esa cultura del diálogo?

Mucho de. Lo que pasa es que venimos de esa lógica de un sistema donde hay niños y niñas muy ordenados escuchando a una persona que habla. Si aprenden, no es un problema. Si estamos reconstruyendo la confianza, y esta vez vamos a poder salir adelante, el siguiente reto es instalar una cultura del buen trato.

¿Por qué se producen hechos violentos si se ha avanzado como dices y cómo se deben abordar?

Porque durante años se socializó y fue incremental -con mucha fuerza en 2018 y 2019- en que la señal que se le dio al mundo juvenil fue que no se escuchaba lo que tenían que decir y la única manera de generar una reacción era intensificar la violencia. . Lo que vemos en Santiago es un poco de lo que quedó como inercia de ese período, donde se desmoronó la relación con la institucionalidad. De manifestaciones pacíficas pasamos sistemáticamente a eventos cada vez más violentos. Pero tampoco se puede ignorar que hay grupos que tienen, en el uso de la violencia contra las instituciones, una agenda que desarrollan.

¿Una agenda que busca qué?

Es mucho más un fenómeno de pandillas juveniles con lógica de barrio y socialización callejera, de barrabravas, de grupos con jefes que ejercen violencia sobre otros para obtener ciertas cosas. Diría que en esta lógica hay un componente muy fuerte e importante de adrenalina, de necesidad de canalizar energía y descontento. El problema es que en algunos colegios algunos entienden que ese es el camino y que se pasa de generación en generación.

¿Podrían estos grupos más radicales pasarle el proyecto de ley al presidente Boric para las elecciones? ¿Marcó el plebiscito?

Sí, hay un antes y un después, pero sigue evolucionando. Tal vez haya un pase de cuenta, pero diría que esto no está en demanda. Necesitamos enfrentar este problema de violencia aguda centrado en algunas escuelas secundarias en su profundidad y complejidad, y las respuestas no son inequívocas. Estos grupos, que pueden tener una estética anarquista, no tienen mucho sustento teórico; Se aprovechan de cualquier petición.

¿Y en esas pandillas hay adultos y también estudiantes?

La participación del mundo adulto, en este momento, es bastante minoritaria. Puede haber adultos porque son mayores de 18 años, pero no son adultos. Y ahí se podría decir que hay exalumnos, eso lo hemos detectado.

En esta lógica de diálogo, ¿cuáles son sus líneas rojas?

Ese es el problema. No es que estos grupos nos ofrezcan un puente. Lo que hemos estado tratando de hacer es fortalecer las herramientas para aislar a estos grupos y hablar con cualquier estudiante que, con el rostro descubierto, aunque genere movilizaciones radicales como una toma de poder. Es diferente, y quizás haya un límite, el que se encapucha, el que se pone un overol y tira una bomba molotov. Nuestra estrategia es tratar primero a los jóvenes como iguales. Nuestra propuesta es redefinir la autoridad.

¿Y la capota? ¿Los tienes identificados?

Hay circunstancias regulares de violencia, por así decirlo. Pero esta otra violencia es un paso más evolucionado. Lo que hemos apreciado es que las salidas realizadas por estos grupos han perdido masividad. La gente dice, ‘¿pero por qué no los identifican?’ No es tan simple. Hay dinámicas que no son fáciles de producir.

¿También hay miedo?

Definitivamente. Miedo o incomprendida solidaridad grupal. Cuando hablas con la fiscalía te dicen ‘Necesito un testigo’. Y bueno, el motivo de llevar mono es una evolución de la capucha. El trabajo de identificación tiene que ser delicado y muy persistente y abordarse con mucha seriedad. Y ahí nuestro compromiso es hacer funcionar el RICE (Reglamento Interno de Convivencia Escolar), porque eso es un acuerdo comunitario. Es lo que hemos aplicado y hemos venido a expulsar estudiantes; También nos hemos mudado. Y quiero hacer un punto.

¿Cual?

Los más graves son aquellos momentos -afortunadamente en Inba se han reducido a cero en los últimos meses- en que la violencia ha vuelto a la comunidad. Cuando esos muchachos han comenzado a ver que están más aislados, entran y devuelven esa violencia.

¿Han sido expulsados ​​los estudiantes detenidos?

No, recibe lo que se llama debido proceso a través del RICE. Es cierto que en algunos establecimientos eso se ha vuelto laxo.

Hace un rato dije: “Presente dentro de los establecimientos (Carabineros), es una provocación inaceptable”. Sin embargo, ya se han visto en algunas ocasiones, ¿por qué?

Hay que ser muy riguroso, porque en qué momento y en qué contexto se justifica o no la entrada de policías. Desde el punto de vista legal, en los delitos flagrantes siempre se puede ingresar a cualquier lugar. A qué me refería: el hecho concreto de carabineros en las azoteas, salas y patios del Instituto, generó más violencia, porque chavales que no compartían la lógica de los overoles se sumaban porque no querían verlos adentro.

¿Ha sido diferente ahora?

Sí, en un contexto, porque creo que Carabineros ha hecho su propio aprendizaje, en el sentido de que ellos no son la solución. También hemos vivido un proceso de reconstrucción de los roles que desempeñamos. Nos interesa mucho que Carabineros fortalezca el rol disuasorio y que su presencia sea equilibrada, que no parezca una provocación poner un guanaco frente al liceo. Pero eso no quiere decir que no haya policías que puedan ayudar a proteger un espacio. Debemos trabajar estrechamente alineados en cada escala y nivel.

No es solo tu trabajo.

La DEM tiene que trabajar con Carabineros, Gobernación y Mineduc. Necesitamos que el Estado funcione coherentemente. Lo difícil es que la historia dice que pasamos el balón. Si hay algo que hemos logrado instalar es que tenemos que salir de esa cultura.

¿Se están haciendo cargo?

Exactamente. Hacerse cargo y buscar que los diferentes actores estén alineados. Hay una forma de enfrentar el problema: medidas que aseguren que no haya impunidad. Lo que más daño ha hecho a las comunidades es el sentimiento de impunidad. Entiendo que algunas personas puedan tener la fantasía de que algún día vamos a sacar las cabras esposadas, pero ese no es el enfoque que queremos tener.

¿Diría que ha tenido que endurecer su discurso?

No, en el sentido de que con la violencia hay que ser contundente: no es aceptable. No diría que hemos endurecido (el discurso), pero al menos estamos en proceso de entender mucho mejor.

Y en ese entendimiento, ¿el problema resultó ser más difícil de lo que pensabas?

Si puede ser. Ver muy desde dentro es un reto igualmente apasionante, un poco agotador. Pero hay cuestiones en las que creo que nos estamos moviendo en la dirección correcta. Nosotros tampoco somos perfectos y poco a poco eso dará sus frutos.

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