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Cómo fue el show de Interpol en Viña

Martina E. Galindez

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El sonido y las luces se desvanecen lentamente. El escenario va quedando en penumbras, hasta que los focos y paneles se encienden de nuevo, recortando a la perfección las siluetas de los músicos. Van trajeados como siempre, elegantes y ceñidos en telas oscuras, como pandilla gángster de metralletas humeantes, la impronta de esta banda neoyorquina desde el debut hace más de 20 años.

Ha pasado poco más de hora y media de música, y el público del teatro municipal de Viña del Mar reacciona ante Untitled, la última canción de esta noche de jueves; aquella composición que rompe el sello, descorcha a Turn on the bright lights (2002), el primer álbum hasta hoy insuperable en la discografía de Interpol. La banda neoyorquina visita Centro y Sudamérica para repasar tanto ese título fundamental, como el siguiente, Antics (2004), gira que continúa esta noche con el teatro Caupolicán vendido en su totalidad, para luego cruzar la cordillera. El domingo les esperan en el Luna Park de Buenos Aires.

La noche del jueves, el teatro municipal de la ciudad jardín estaba casi repleto hasta la galería. La sala de 94 años luce definitivamente recuperada, tras el largo cierre que la afectó por los serios daños del terremoto de febrero de 2010. Hay más baldosas, fierro, madera y mejor iluminación en este presente -también menos mármol que en el pasado-, junto a una reja que ahora cerca el frontis del recinto. Le quita monumentalidad a la escalinata central y la fachada, pero en términos generales la sala está espléndida como siempre, y dúctil para adaptarse a la perfección a un concierto de rock sombrío, como el ofrecido por Interpol, especialistas en la materia, probablemente los últimos en darle categoría a la casilla.

Paul Banks, el guitarrista y cantante, explicó brevemente el plan de la noche, consistente en interpretar en un primer bloque Antics en forma íntegra, luego una pausa, para retomar con selecciones de Turn on the bright lights que, en la práctica, significó la interpretación casi completa del álbum con la excepción de Obstacle 2. Banks, que vivió entre los 15 y los 18 años en Ciudad de México, habló en perfecto español. Adentrado en el concierto agradeció estar en Viña del Mar por primera vez, en tanto fue presentando a los músicos.

Esta versión de Interpol está un poco diezmada con la ausencia del excelente baterista Sam Fogarino, aún convaleciente de una intervención quirúrgica a la espina dorsal practicada en 2022, siendo reemplazado por el técnico de batería del grupo Chris Broome. Se suman Brad Truax en bajo, puesto que originalmente pertenecía a Carlos Dengler, retirado en 2010 para seguir carrera como actor, y Brandon Curtis en teclados. En rigor, solo Banks y el guitarrista fundador Daniel Kessler mantienen esta versión de Interpol.

A pesar de los reemplazos y las salidas irrenunciables, la banda no ha perdido un ápice de su calidad en directo. Ambos discos fueron interpretados sin apartarse un milímetro de los originales. La estentórea voz de Banks, como filtrada en una transmisión radial de otros días, está exactamente igual que hace más de 20 años. El juego de guitarras sigue siendo un manto magnífico irradiando tristeza y desolación con economía de acordes, con el soporte de un bajo punzante y en ataque constante, capaz de modificar sus dibujos hacia sinuosidades pastosas y envolventes. Y si bien Broome no posee la energía de Fogarino, replicó con exactitud sus métricas plagadas de detalles sutiles e intrincados.

Las luces, como siempre, cumplieron un papel fundamental en el espectáculo de Interpol, encuadrando el material con belleza y sobriedad. Sin necesidad de pantalla al fondo, llamaradas, explosiones, láser, o el recurso que sea para mantener la atención de la audiencia, el juego lumínico fue central, por ejemplo, para ambientar la energía cortante de Obstacle 1, con el canto elevado de Banks seguido del público en función karaoke, mientras el escenario se teñía de rojo furioso.

La audiencia también hizo su parte en cuanto a las luces, encendiendo espontáneamente sus celulares para NYC -la composición más bella en el cancionero de Interpol-, iluminando cada rincón del municipal viñamarino. En ese sentido, fue notoria la diferencia en la reacción con ambos álbumes. Antics fue recibido con respeto y atención, provocando el entusiasmo del gentío al turno de Not even jail, con ese arranque que simula un latigazo de guitarras montadas en un tiempo redoblado y un bajo incansable.

Pero el cariño -el amor a primera vista y oído-, está con Turn on the bright lights, patente en el ánimo de superar la butaca y bailar, por ejemplo, con el ritmo afilado de PDA y sus guitarras alineadas que se van cruzando, zigzaguean, y luego recuperan el rasgueo al unísono. Una noche de otoño para atesorar, con una banda aún de primera línea en un teatro de la misma categoría.

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