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Lo que aparece cuando desaparece la mascarilla

Martina E. Galindez

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“Ahora que podemos quitarnos la mascarilla, sabremos si es tan leve como pensábamos”, comentaban unos adolescentes sentados en el andén del metro. Ellos no son los únicos. A lo largo de la pandemia hemos visto muchos chistes sobre el aspecto físico y el uso de la mascarilla: cuando alguien se la quita y deja ver su acné, ortodoncia o una nariz o boca fuera de lo normal. Y es que, además de un elemento para la prevención del contagio, la mascarilla para muchas y muchos se convirtió en una especie de refugio, un lugar seguro o una manera de poner distancia entre la mirada ajena y el propio rostro. El mismo papel que cumple el pareo cuando nos ponemos de pie en bañador en la playa, o incluso el filtro que utilizamos antes de subir una foto a las redes sociales.

Así, aunque para muchos es un alivio deshacerse de las mascarillas de una vez por todas en espacios públicos y abiertos, para otros este paso puede resultar angustiante después de convivir tanto tiempo con ellas. Algunos psicólogos ya hablan del ‘síndrome de la cara vacía’, que es más frecuente en la adolescencia. Así lo explica la pedagoga María Campo Martínez en un artículo de El País: “Usan la mascarilla como una forma de protegerse y ocultar sus posibles defectos, sus inseguridades, sus miedos. Con ella se sienten más protegidos, más a gusto”.

Estereotipos, miedos e inseguridades. Conceptos que salen junto con las máscaras. Y se van impulsados ​​por comentarios como el de los adolescentes en el metro. Opiniones sobre el cuerpo de otras personas que solo alimentan el odio hacia uno mismo. Que tienen adolescentes y jóvenes con miedo a quitarse las mascarillas o subir a sus redes caras que no son reales, con narices afinadas y piel alisada por efecto de un filtro. En una sociedad en la que todavía se valora a las personas por nuestra apariencia, tenemos miedo de mostrarnos tal y como somos. Y en ese contexto, la mascarilla se convirtió en una aliada.

Y no solo para ocultar cómo nos vemos, sino también cómo nos sentimos, porque el hecho de llevar la máscara también favorece la percepción de que el estado emocional no es evidente para el otro. Y es que nos hemos acostumbrado a mostrar emociones también nos hace vulnerables.

La eliminación de las mascarillas, ese simple acto, vuelve a poner sobre la mesa la necesidad de avanzar en una sociedad en la que la presión por la apariencia física deja de ser tal, algo difícil de conseguir cuando los medios de comunicación y las redes sociales siguen con sus filtros. establecer un estándar de belleza inalcanzable, haciendo que muchos no quieran tener su rostro sino el de un filtro.

De ahí la importancia de tener cuidado con nuestras palabras. Cada cuerpo es un mundo y un comentario, por simple o ingenuo que parezca, puede impactar en la autoestima y seguridad de los demás. La gorda escritora, feminista y activista Andrea Ocampo lo dijo recientemente en uno de nuestros artículos: “Hay que tomar una actitud activa frente a estas prácticas. No hay que ser cómplice de este tipo de violencia, para eso hay que parar la mano. Cuando estamos en un grupo y se dan este tipo de comentarios, debemos decir ‘No lo creo’. O pon otro tema de conversación, ríete de otra cosa y desvía el foco. Hay que cambiar el imaginario patriarcal de los cuerpos hegemónicos, y esa estrategia tiene que venir desde el lenguaje, el pelo y el sentido común, porque no va a pasar por la institucionalidad”.

En vez de bromear con que cuando empecemos a quitarnos las mascarillas nos encontraremos con el verdadero rostro de los que conocimos en la pandemia, quizás sea mejor pensar que por fin nos volveremos a ver sonriendo.

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