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Por qué Chile perdió en la batalla de Tarapacá

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Parecían acabados. Tras el desembarco de las fuerzas chilenas en Pisagua (el 2 de noviembre de 1879) y la batalla de Dolores (19 de noviembre), que las enfrentó a las fuerzas aliadas peruano-bolivianas en el departamento peruano de Tarapacá, en el alto mando chileno fueron convencido de que los peruanos huían por el desierto y no estaban en condiciones de intentar un nuevo ataque.

Y razones no le faltaron. El inicio de la campaña terrestre, con la invasión de los departamentos del sur del Perú, había sido un éxito. El ejército chileno había logrado interponerse entre las fuerzas aliadas y dividirlas.

Pero hubo un momento en que las cosas pudieron cambiar: tras un acuerdo con el presidente peruano, Mariano Ignacio Prado, el dictador boliviano, Hilarión Daza, marchó desde Arica con un contingente para reforzar las tropas aliadas en el sur, al mando de los peruanos. general Juan Buendía. La idea era apoderarse del ejército chileno y empujarlo hacia la costa.

Sin embargo, las cosas comenzaron a complicarse para los aliados, cuando sin más explicaciones Daza ordenó el regreso a Arica sin luchar. Acaba de enviar un telegrama a Prado. “el desierto abruma; ejército se niega a seguir adelante”. Así, Daza dejó a Buendía solo y expuesto a la derrota, como le sucedió en Dolores. Por ello, el general peruano se vio aislado y su única alternativa fue salir del departamento y tratar de concentrar sus fuerzas en Arica. Para ello, envió mensajeros para convocar a las exhaustas tropas dispersas y convocar a la fuerza que protegía a Iquique, al mando del coronel Ríos. El punto de encuentro se fijó en la localidad de Tarapacá.

Mientras tanto, en el campamento chileno, el teniente coronel José Francisco Vergara (que ya se había apuntado una pequeña victoria en la escaramuza de Pampa Germania), solicitó autorización para reconocer la zona y así saber con precisión cuántos eran los enemigos y dónde estaban. Como se pensaba que el ejército enemigo no pasaba de los 1.000 hombres, lo autorizaron y añadieron un pequeño contingente con piezas de artillería. Hasta entonces, el optimismo reinaba en el campo chileno. Pero no duraría mucho.

“Los datos que habíamos logrado recabar al respecto, Nos informaron por unanimidad que en la ciudad de Tarapacá solo habría unos 1500 o 2000 hombres en pésimas condiciones, abrumados por el cansancio y la escasez de recursos, y en un estado de completa desmoralización”, detalló el informe oficial enviado por el comandante en jefe del Ejército, general Erasmo Escala, al ministro de Guerra en campaña, Rafael Sotomayor Baeza.

Mientras tanto, Vergara llegó a la zona con una columna de 400 hombres. Pronto aparecieron señales de que algo andaba mal. Una mañana, en el campamento chileno, los soldados “Detuvieron a un arriero argentino, sobre quien cayeron sospechas de que era un espía – cuenta Gonzalo Bulnes en su clásico guerra del pacifico-. El interrogado afirmó que las tropas peruanas en Tarapacá no superan los 1.500 hombres. Eso fue más alto de lo esperado. Inmediatamente, Vergara (quien no gozaba de la total simpatía de los mandos militares, por ser civil), solicitó 500 hombres de refuerzo.

Conociendo el pedido de Vergara, el alto mando decidió enviar una fuerza de 2.300 hombres al mando del coronel Luis Arteaga. No fue un acto de generosidad. Según Gonzalo Bulnes, la razón fue que varios de los cuerpos que no habían participado en Dolores tenían muchas ganas de pelear, y tras conocer el llamado de Vergara “se despertaron todas las impaciencias y deseos de lucha en aquellos cuerpos que contemplaban con emulación la gloria adquirida por otros. Cada uno pidió irse.

Así, la división a cargo de Arteaga partió hacia Tarapacá. El plan era reunirse con Vergara en la localidad de Dibujo. De prisa, no midió las dificultades de una marcha por el desierto y no aseguró las provisiones necesarias para la marcha. “Se limitó a pertrechar a su tropa con 150 tiros por hombre, juntando una munición liviana y algunos víveres, sin avisar al Carretero General, Comandante Don Francisco Bascuñán, que allí se encontraba y que en ese momento tenía carretas, mulas y odres para hacer un transporte ordenado de la expedición”, detalla Bulnes.

Peor aún. Vergara (quien fuera Gran Maestro de la Masonería chilena y fundador de Viña del Mar) decidió no esperar a Arteaga y partió rumbo a Tarapacá. Pensando que éste vendría con víveres, ordenó emprender la marcha sólo con lo que llevaba puesto, “sin llevar munición de repuesto; por toda la dotación de agua, la de la caramayola del soldado y nada de beber para los animales; provisiones las pocas que caben en la mochila; forraje para los caballos, ¡ninguno! Detalles de Gonzalo Bulnes. El detalle sería fatal horas después.

Con la ayuda de un oficial familiarizado con la zona, Vergara llegó a las inmediaciones de la quebrada donde pudo advertir la llegada de la división peruana que venía de Iquique al mando del coronel Ríos. Lo estimaron en unos 1.000 hombres, que sumados a los 1.500 que ya conocían, calcularon que no pasaban de 2.500, por lo que sumados a los refuerzos de Arteaga, aún podían vencerlos. Lo que no sabían es que entre las tropas dispersas que venían de otros lugares y las fuerzas que salieron de Iquique, los peruanos habían reunido una fuerza de 4000 hombres.

Mientras tanto, Arteaga llegó al pueblo de Dibujo y fue informado de la partida de Vergara. Mientras tanto, había enviado comunicaciones solicitando alimentos y suministros. Pero ante el peligro de que Vergara combatiera solo en su nombre, con el riesgo de ser aniquilado, el coronel decidió no esperar para ir al encuentro. “Los comestibles aún no han llegado. Marcho sin ellos por no perder un día más a pesar de que el soldado no lleva la ración de hoy”, señaló en una nota enviada al general en jefe, que es citada por Bulnes. Grande fue la sorpresa de ambos caciques cuando se encontraron y notaron que ninguno llevaba la comida tan esperada por el otro. Las tropas estaban sedientas, exhaustas y los animales sin forraje. Un desastre en progreso.

Fue entonces cuando, presionados por la necesidad de tener provisiones, los caciques debieron planear un ataque al pueblo de San Lorenzo de Tarapacá, donde se concentraban las fuerzas peruanas. Este estaba situado en el fondo del barranco del mismo nombre, por tanto, en consejo de guerra “Acordaron distribuir la división en tres facciones destinadas a cercar al enemigo y tomarlo prisionero, convencido de que los vencidos de Dolores no intentarían resistir”, detalla Bulnes. Una fracción al mando del propio coronel Arteaga, otra del teniente coronel Ricardo Santa Cruz (que había marchado junto a Vergara) y otra del teniente coronel Eleuterio Ramírez, que debía atacar de frente al pueblo.

Sin saber el número real de enemigos, el plan era una locura. Más, al ejecutarlo con la tropa en malas condiciones. “Los soldados hacía 30 horas que no bebían: no habían comido desde el día anterior sino lo poco que tenían con ellos; los caballos no comieron ni bebieron del 25 a las 3 de la tarde”, detalla Bulnes.

El ataque comenzó en la madrugada del 27 de noviembre. Para hacer las cosas más difíciles, la división de Santa Cruz se perdió ante la camanchaca y perdió su ruta. Consciente del error, se intentó retomar el camino pero la tropa ya había sido descubierta por los arrieros locales, quienes corrieron a avisar al general peruano Suárez.

Así, los chilenos fueron sorprendidos por tropas peruanas (comandadas por Francisco Bolognesi y Andrés Avelino Cáceres, el futuro “brujo de los Andes”). que los superaban en número y habían logrado salir por el fondo del barranco para evitar la trampa. La batalla fue encarnizada y en la primera media hora dejó miles de muertos, con soldados disparándose unos a otros a menos de 200 metros de distancia. La empresa de Eleuterio Ramírez, según Bulnes, perdió la mitad de sus hombres. Muchos, cansados ​​y fatigados por la marcha y el combate, fueron simplemente rematados y rematados.

Alrededor de las 13:00 horas, la situación era desesperada para el ejército chileno. “A las 13:00 nuestra situación era muy crítica, porque la munición estaba casi agotada y los refuerzos al enemigo aumentaban considerablemente por momentos”El coronel Arteaga detalló en su parte oficial de la batalla. Con los dispersos y rezagados se formó una línea de batalla, mientras se recibía el apoyo de una compañía de jinetes, quienes con una carga lograron dispersar a los enemigos. La situación se volvió confusa, los peruanos se retiraron, mientras los soldados chilenos, sedientos y hambrientos, se precipitaron al pueblo al fondo de la quebrada para saciar su sed y descansar.

Pero los peruanos no habían sido derrotados.. Sin molestarse, recargaron sus municiones, repusieron sus fuerzas, recibieron nuevas tropas frescas de Pachica, y viendo la posibilidad de la victoria, se lanzaron hacia la quebrada para intentar el mismo movimiento sorpresa que la fuerza chilena no había logrado en la mañana. Y así como sucedió antes, también fueron advertidos.

A pesar del cansancio extremo, se logró montar una defensa que permitió a la tropa tomar las alturas, partir desde el fondo de la quebrada y así retirarse del lugar antes de ser fusilados. “Con gran trabajo pudo reunir entre 300 y 400 hombres, que se enfrentaron al enemigo, manteniéndolo a respetable distancia con fuego pesado. -dice Arteaga en su parte oficial-. Finalmente, después de más de siete horas de combate, y sin tener reservas de las que disponer, decidí retirarme, lo que [se] Se llevó a cabo con calma y orden, aguantando el fuego hasta el último momento”.

Pero la realidad es que las tropas lograron retirarse a duras penas, y la falta de caballería por parte de los peruanos no les permitió realizar una persecución más eficaz. Mientras tanto, en el fondo del barranco, el teniente coronel Eleuterio Ramírez no pudo escapar y pereció junto a gran parte de sus tropas. Se le puso por primera vez el sobrenombre de “León de Tarapacá”, que años después recaería sobre Arturo Alessandri Palma.

El propio Arteaga reconoció la magnitud del desastre en su informe. “Nuestras pérdidas han sido considerables, como es natural, tratándose de un combate que duró unas ocho horas. contra triple fuerza, pues el ejército peruano que se había reunido en Tarapacá consistía en más de seis mil hombres, de los cuales tres mil estaban apostados en el pueblo de este nombre y cuatro mil en Pachica, lugar tres leguas más arriba. , desde donde llegaron nuevas fuerzas al campo de batalla.

Mientras en el campo chileno comenzaron las recriminaciones y los sumarios entre los jefes (Arteaga, acusado de ser el responsable de lo sucedido, fue enviado de regreso a Santiago), para los peruanos la situación no cambió mucho. Buendía, consciente de la escasez de recursos de sus tropas, decidió mantener el plan original. Así, a pesar de la victoria, se realizó una dolorosa marcha hacia Arica, saliendo del departamento de Tarapacá. Para Chile fue una derrota que no decidió mucho, pero que mostró con total dureza que la falta de planificación y los conflictos entre los líderes podían salir muy caros.

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