Columna de Nicolás Eyzaguirre: Ni lo uno ni lo otro

El país está ahora discutiendo los contornos de su modelo de desarrollo. Puede ser útil entonces echar un vistazo a la historia y tratar de desglosar algunas regularidades que conviene tener en cuenta. La primera es que el bienestar material de la humanidad es reciente. De hecho, la renta per cápita creció sólo en los últimos 200 años, al comienzo de los cuales el consumo per cápita era similar al que prevalecía en el Imperio Romano, por ejemplo. Este despegue impresionante ocurrió en las democracias desarrolladas de hoy, particularmente en Europa occidental. Allí, como en algunos territorios de ultramar ocupados por europeos despoblados (EE. UU., Australia, etc.), el nivel de vida per cápita se ha expandido más de 20 veces en el mismo período.

En segundo lugar, los líderes de la prosperidad comparten rasgos comunes. Población relativamente escasa (debido a la Peste Negra en Inglaterra y la despoblación de EEUU y similares) que impidió la concentración de la tierra en unas pocas manos. Los campesinos recurrieron a innovaciones productivas para sobrevivir, las cuales se facilitaron en la interacción con las ciudades formadas inicialmente como centros de intercambio. Allí florecieron artesanos, comerciantes y pequeños comerciantes, dando origen a la conocida “burguesía”. Esta nueva clase desafió a las monarquías absolutas, presionando por formas democráticas de distribución del poder tras las revoluciones burguesas (la gloriosa, la francesa, la independentista estadounidense). El fin del absolutismo hizo posible el progreso tecnológico al garantizar los derechos de propiedad de los innovadores, protegiéndolos de la rapacidad de las oligarquías autocráticas.

En tercer lugar, otras regiones más pobladas —Europa del Este, América Latina y Asia, por ejemplo— no lograron deshacerse de las autocracias, que aprovecharon grandes extensiones de tierra explotada por los siervos a su disposición. Allí el progreso fue lento y la tensión culminó en la revolución bolchevique y similares.

Cuarto, no todo fue suave y fácil en los países líderes. El auge económico provocó una gran concentración de riqueza y poder en la nueva clase, la capitalista, que había desplazado al poder absolutista. Las clases trabajadoras la amenazaron con revoluciones socialistas. En los países líderes donde se hacían fortunas con trabajo y esfuerzo, la disparidad fue más estrecha y surgió una clase media, junto con la clase capitalista, que mejoró y se hizo funcional al sistema. Allí, la revolución obrera tuvo menos fuerza. Pero en Francia y particularmente en Alemania, la tensión fue mayor y solo se resolvió en el siglo XX con la aparición del estado del bienestar. Estados Unidos había sido pionero unos años antes con el llamado “nuevo trato”. El equilibrio se logró precisamente con una distribución equitativa de oportunidades garantizada por el Estado y el consecuente surgimiento de una clase media que legitimó el capitalismo y la libertad económica. Todo ello basado en democracias más profundas que habían sido su marca de nacimiento.

América Latina tenía el destino de la conquista. Los recursos naturales quedaron en manos de unos pocos por la acción de las monarquías originarias, concentrando el poder económico y político e inhibiendo así el surgimiento de los grupos medios. La revolución cubana fue la primera señal de crisis. La inestabilidad política, los golpes militares y las nuevas autocracias estatales, como en Venezuela y Nicaragua, se han sucedido. Ninguna de estas fórmulas ha logrado resolver la tensión y traer prosperidad.

Chile y Uruguay (Argentina requiere una columna aparte) son los que más han avanzado. Según algunos, favorecidos por su agricultura de clima templado, junto con una densidad de población media, desarrollaron desde temprana edad -debido a la relativa fuerza de las poblaciones no oligárquicas- instituciones políticas más inclusivas. En Chile, por ejemplo, el primer partido de izquierda -el Partido Demócrata- data de 1887, situación sin paralelo en la región, donde la izquierda estaba generalmente fuera de la ley. La educación pública -aunque más tardía que en las democracias desarrolladas- y su cobertura también fue una de las más destacadas de la región. Lo mismo en salud.

No es casualidad, creemos, que sean precisamente estos dos países los que están a la cabeza regional en prosperidad y desarrollo democrático. ¿Qué podemos concluir de esta breve reseña histórica? Que no será ni lo uno ni lo otro -regresar a un Estado ausente, bajos impuestos y magros derechos sociales, o refundar aventuras que limiten la iniciativa privada y la sustituyan por un Estado omnipresente-, lo que nos traiga la paz y el progreso.

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