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Nada es para siempre – La Tercera
Cuando nació mi primera guagua, y yo había vuelto recién de la clínica, mi mamá se quedó una semana acompañándome en mi casa. Un día, sin una razón específica, me dijo: “Hay dos cosas importantes que tienes que saber, hija. La primera es que todo pasa; las crisis pasan, los llantos pasan, las noches en vela pasan. La segunda, es que te vas a equivocar aunque no lo quieras. Todas las mamás nos equivocamos”.
Cuando terminó de hablar presentí que su consejo era importante –por algo nunca olvidé sus palabras aunque ya han pasado 12 años desde que me las dijo–, pero no entendí la relevancia que iba a tener después, en mis años de crianza.
En ese momento, días después de haber dado a luz por primera vez, su consejo me hizo sentido, pero me fue haciendo sentido una y otra vez, cuando viví situaciones difíciles con mis hijos: cuando pasaron por la etapa de las pataletas o cuando han estado enfermos; también las veces que sentí que me equivoqué o que cometí un error, sus palabras resonaron y se fue profundizando el sentido de esas frases.
Tengo tres hijos y en las crisis de lactancia o las crisis de sueño, cuando no paraban de despertarse en las noches, siempre recordé lo que decía mi mamá y eso me traía calma, me ayudaba a conectarme con el momento presente, pero al mismo tiempo sentir alivio al saber que ese presente iba a cambiar y que las cosas iban a mejorar, que se iba a recobrar la paz, la calma y el equilibrio.
Pienso que mi mamá me dio ese consejo porque su experiencia le hizo aprender, porque dudo que a ella se lo hayan dado. Por lo que recuerdo, mi abuela no era tan conectada con mi mamá en ese tipo de cosas y por eso creo que tal vez le hizo falta. Así que el que me lo haya dado a mí es algo que valoro más, pues viene desde su propia vivencia y su sabiduría.
En estos 12 años que llevo maternando, el consejo de mi mamá me ha acompañado: me ha ayudado a bajar el estrés de la maternidad y a no sobreexigirme, que es algo que las mamás solemos hacer porque queremos hacerlo perfecto. Pero hacerme consciente de que todas nos equivocamos, que no es necesario ser una mamá “perfecta”, sobre todo si ese mensaje viene desde mi propia mamá, ha sido sanador y me ha permitido incluso poder reconocerle a mis hijos mis errores.
Estoy infinitamente agradecida de ella.
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