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Como fueron los últimos años de Alberto Vega
Se despidieron hace muy poco, el pasado sábado 15 de abril, cuando la sombra de la muerte se acercaba cada vez más a ellos. alberto vega salvado. Desde su vereda acusó un complicado estado de salud. Del otro lado estaba su amigo de décadas, el actor cristian campos.
“Lo iba a ver hasta el final de sus días, fui a verlo cuando me dijeron que estaba en sus últimas piernas. Ya estaba con morfina”, cuenta Campos Culto en el teléfono, conteniendo la emoción profunda. Vega falleció este miércoles 19 a la edad de 72 años.
El vínculo entre ambos actores no se debilitó con el paso de los años. Fueron compañeros y amigos en la Escuela de Teatro de la Universidad Católica, e iniciaron una carrera actoral que los llevó a la televisión. De hecho, en 1981 formaron parte de la telenovela que marcó para siempre a la televisión chilena, La Madrastra, de Arturo Moya Grau, el icónico guionista de las telenovelas del país. En la ocasión, Campos interpretó a Greco Molina, mientras que Vega interpretó a Ricardo San Lucas, uno de los hijos de Marcia, el personaje de Jael Ünger.
Vega tuvo una respetable carrera en las telenovelas. También actuó en el palo al gato (1992), ultra secreto (1994), en Canal 13; y a la sombra del ángel (1989), El milagro de vivir (1990), en TVN. Además, apareció en la miniserie. Crónica de un hombre santo (1990), donde interpretó a monseñor Manuel Larraín, uno de los amigos más íntimos del padre Alberto Hurtado, encarnado precisamente por Campos.
También hizo carrera en el teatro. Participó en obras donde volvió a coincidir con Campos. El caballero burgués y caseríos fueron algunos, además de los recordados Arte, que en los años 90 marcó cartelera y fue un éxito de taquilla. En la ocasión, no solo compartió mesas con Campos, sino también con otro nombre icónico, Willy Semler. el tambien estuvo en el rey lear, dirigido por alfredo castro en 1992 y con traducción de Nicanor Parra.
Campos tiene buenos recuerdos de esos años. “Hicimos muchas giras juntos, de hecho, cuando éramos jóvenes vivíamos juntos en una comunidad cerca del campus este de UC junto con otros compañeros de clase”.
“Era un compañero de vida del que nunca me alejé demasiado, salvo la época de la pandemia en la que tenía miedo de ir a verlo por miedo a contagiarlo, porque tras su accidente tenía un estado de salud que lo hacía muy vulnerable. . Era una persona deliciosa, con un fino sentido del humor, muy educado, muy estudioso. Él era un músico. Fue un placer ser su amigo y lo disfruté hasta el último minuto, lo iba a ver hasta el final de sus días”.
Vega también fue profesor de la Escuela de Teatro de la UC, y su director, entre 2005 y 2006.
Pero ese último año cambiaría su vida para siempre.
Fue un accidente mientras andaba en bicicleta un fin de semana de marzo de 2006 en el sector de San Carlos de Apoquindo.. Cabalgaba junto a su perro cuando, montado en el lomo de un toro, voló por los aires antes de estrellarse contra el pavimento. Se rompió la mandíbula. Se golpeó la cabeza. Quedó inconsciente. Y su cuerpo quedó paralizado.
es el sindrome encerrados en o enclaustrada. Tenía 55 años y estaba realizando una Maestría en Dirección Teatral en la Universidad de Chile. No la terminó, porque su tesis sobre el Premio Nobel de Literatura Luigi Pirandello quedó inconclusa.
A partir de ahí, tuvo que comunicarse a través de una costosa computadora que fue traída de Suecia especialmente para él. Esto gracias al apoyo de su alma mater, la UC, a través del Centro para el Desarrollo de Tecnologías de Inclusión (Cedeti). El equipo contaba con una revolucionaria tecnología de seguimiento ocular, MiTobiilo que le permitió escribir con el único movimiento del que es capaz: sus ojos. No podía hablar ni tragar ni realizar ningún otro movimiento corporal.
Algo similar al caso del escritor argentino Ricardo Piglia, quien a consecuencia de la Esclerosis Lateral Amiotrófica, que lo paralizó, también tuvo que escribir con los ojos hacia el final de su vida.
Gracias a la tecnología, la actividad de Vega no se detuvo. Ladrillo a ladrillo, armó pacientemente otros proyectos. En 2013 publicó el libro testimonial de memorias Mírame a los ojos, a través de Penguin Random House, donde dio cuenta de su vida.
Allí habló en términos complejos de su accidente: “Era la mañana de un domingo cualquiera. Había ido a hacer ejercicio a San Carlos de Apoquindo. Estaba montando una bicicleta nueva. Lo compré en Esparta. Era un poco más barato que los habituales, pero no mucho más. Tenía los mismos elementos. Iba cuesta abajo rápido. De repente, un gran silencio. ¿Cuando regrese? No tenía voz ni movimientos. Soy actor: me quitaron los instrumentos”
También pudo seguir actuando en el arte de las tablas. En julio de 2014 estrenó la obra Los gigantes de la montaña presentan a Lear, en el teatro UC, allá en Jorge Washington, el mismo que lo había visto actuar, estudiar y entrenar.
Entrevistado por Tercero poco antes del estreno, dijo: “Es un gran honor para mí volver a dirigir. Los nervios son los mismos de antes”. Y añadió una frase con aroma de sentencia: “Para los que pensaban que no podía dirigir ni actuar, ya ven que no era imposible”.
Un año antes había tenido su reencuentro con el público, también en el teatro UC, en junio de 2013. Allí presentó un adelanto de la obra Los gigantes de la montaña. “’Pirandello y Shakespeare, dos grandes dramaturgos’. Le tomó veinte minutos escribir esa oración en su computadora y un tercio de ese tiempo lo dedicó a buscar la ‘s’ que le daría al sustantivo el plural y el punto que indicaría que no tenía nada más que decir, por el momento. . Perfeccionista, emocionada y feliz, así se la vio ayer a Vega”, narró la crónica de Tercero.
Campos lo acompañó en sus últimos años. “Él siempre iba a verlo, le contaba lo que hacía, hasta nos reíamos juntos. Traté de acompañarlo en lo que pude porque estaba en una situación muy precaria y a veces muy sola”.
A pesar de su situación, donde muchos se darían por vencidos, Vega nunca perdió el optimismo. En una entrevista de 2011 con La Tercera, le preguntaron si había pensado en la eutanasia después del accidente. Su respuesta fue categórica: “No. Nunca. Elegí vivir y asumir los costos y beneficios”.
Además, comentó cómo convivió con la tecnología para escribir con los ojos. “Me ha ayudado mucho, me ha dado herramientas para comunicarme con mi entorno más fácilmente. A veces agotador y frustrante. El sistema sigue mi ojo y marca la letra donde me detengo, pero mi ojo se mueve mucho o parpadea. Sin embargo, después de ver los resultados, vale la pena el esfuerzo”.
Le preguntaron si estaba llorando: “Sí. Es como una liberación que viene de muy adentro. Me alivia y me libera del dolor.”
– ¿Es la única emoción que puedes mostrar?
– No. Yo también me río.
¿Has logrado la paz mental?
– Sí a veces. Sin embargo, el recuerdo del accidente vuelve todos los días. No desaparece, no disminuye, permanece igual. Cuando duermo viene como un sueño en el que estoy en un lugar con gritos. Es como un lastre que no me suelta.
En sus últimos años, a pesar de la enfermedad, nunca paró. “Seguía siendo muy activo intelectualmente”, recuerda Cristián Campos. Sólo limitado por este recinto. Muy estoico, muy valiente, muy religioso. Admirable”. De hecho, su religiosidad fue tan importante que tuvo la oportunidad de recibir la bendición del Papa Francisco cuando vino a Chile en 2018 y visitó la UC.
Esa templanza es la que rescata Cristián Campos. “Alberto nos sirvió de ejemplo a todos para no quejarnos de nada, porque frente a él, cualquier vida era una vida sin sacrificio”.
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